Adentrarse en la disección de posibles tribus urbanas con el siglo XXI ya tomando carrerilla no tiene sentido. Lo digo a colación de la reivindicación de la última ola de la última ola, que parece haber cuajado en el concepto hipster, ese amorfo cajón de sastre que se llena con conceptos vacíos, con estéticas a menudo prefabricadas por agencias de publicidad y por supuestos grupos sociales que no lo son.
Y ojo, que al concepto sociológico de tribu urbana le doy un peso importante en la historia...del siglo XX. Sí amigos, ahora hablamos de crisis global, de futuro sin esperanza, de pérdida de valores, del nada volverá a ser como antes (¿de qué antes hablamos, por cierto?), pero cuando acabó la Segunda Guerra Mundial (allá por 1945), el mundo se enfrentaba a una segunda mitad de siglo (bueno, el mundo no lo sabía, pero explicar cosas con contexto histórico da pedigrí) que más parecía un descampado que otra cosa.
Desde que el mundo es mundo, buscamos la seguridad en una identidad reforzada por el hecho de que sea colectiva. Colectiva, pero no masiva, ya que entonces deja de ser identidad. Yo viví una secundaria (o sea, el BUP y COU de la época) durante unos años 80 en los que las tribus urbanas transitaban por una época de esplendor. Cada una contaba con sus códigos, sus formas de vestir, su estilo de música (esa solía ser la base), su supuesta filosofía, su línea de pensamiento más o menos elaborada, y que reunía desde heavies hasta góticos, pasando por pijos, punks o rockers. Pertenencia equivalía a mayor autoestima, a pensar que una identidad determinada representaba ser alternativo.
¿Alternativo a qué? ¿Y por qué una uniformidad casi de catálogo acababa representando ser distinto? Distinto a los de fuera, claro, pero cada tribu tendía cada vez más a un estilo propio que no permitía disensiones internas. Este sería un debate bizarro y poco argumentado por mi parte, pero ¿no pasa lo mismo con los partidos políticos? No cuesta demasiado identificar a representantes del PSOE, del PP, de Izquierda Unida, de grupos abertzales vascos o de la CUP (Candidatura d’Unitat Popular) que, en Catalunya, representa un estilo más asambleario y “alternativo”. Y entrecomillo el concepto porque sus parlamentarios van vestidos de forma distinta a los demás (es decir, no llevan traje y corbata), pero a la vez igual entre ellos. No sé si me explico. ¿No sería realmente alternativo que un miembro de las CUP se presentara a un debate con una americana?
Pero estábamos con los
hipsters, herederos involuntarios de un concepto tribal que décadas atrás tuvo una justificación histórica. Los punks existieron, tuvieron una juventud rápida y llena de mugre, atacaron el
stablishment de la época y el
mainstream musical (hasta conseguir la paradoja, un oxímoron casi, de ser el suyo el estilo de moda) y murieron, con Sid Vicious a la cabeza (con cresta y pelos en punta, pero cabeza) en la depauperada Inglaterra de finales de los 70. ¿Alguien ve ese mismo sentimiento contracultural en los
hipsters? Una tribu acababa siendo una nueva familia, la sustitución de unos roles paterno-materno-filiales que, para mucha gente, chirriaban. Justo en esos años 50, esa rebeldía tomaba la forma icónica de James Dean o Marlon Brando para crear grupos de chicos bien peinados, con cara de malos, camisetas blancas y chaquetas de cuero. De ahí, tomaron forma, a un lado y otro del Atlántico (y hablamos ya de una cultura anglosajona que también lideró las contraculturas) grupos de rockers, mods, heavies y ese largo etcétera que no me atrevo a describir. Grupos más vitalistas, más autodestructivos, más pacifistas, más violentos, más reivindicativos, más pesimistas, más existencialistas, más
fashion, más (supuestamente) alejados de los estereotipos de la moda,... Da igual, hablamos siempre de contracultura, de alternativos, de marcar distancia con lo convencional.
Pero no, no me metan ahí a un concepto como el de
hipster, superficial y mezcolanza de una estética que ya existía (oh, vaya, gafas de pasta, largas barbas y ropa modernilla. ¡Una gran transgresión, cuidado!). Nos hablan de personas ecologistas (más de boquilla que de activista de Greenpeace, para entendernos), al día en tendencias de moda (aunque rechazando la moda oficial), consumidoras de cultura (alternativa, eso sí), con toques retro (esa ropa del armario de tu abuelo/a les sirve) y con un punto pijo, pero que rechazan. A ver, no forman ningún grupo concreto, no van todos junticos como esos punks de cresta turgente y hasta ofrecen una aureola tímida y de cierto nihilismo que da un poco de yuyu. Urbanitas, son los nuevos abanderados de los barrios que (estilo Malasaña en Madrid o Gracia y el Born en Barcelona) han pasado por fases de modernillos, de degradación, de efecto llamada para emigrantes asiáticos o latinos, de barrio popular de toda la vida y de regeneración parcial con edificios modernos sin perder el encanto cutre de antaño.
Ya no hablamos de bohemios, eso queda trasnochado, pero viene a ser lo mismo pero con ropa que se ve tanto en las tiendas megacaras de Paseo de Gracia como en las tiendecillas de ropa de segunda mano. O sea, no existen. Van de vintage y compran vinilos, pero están a la última en gadgets tecnológicos y aspiran a trabajar en locales tipo loft (cuando digan “loft”, siempre pongan ese inútil “tipo” delante), con paredes desconchadas, un billar para hacer lluvia de ideas y, si se puede, un ascensor con cadenas en plan montacargas. Pero no, no insistan. ¡No existen! Que sí, que si pantalones pitillo (como los heavies), que si vestidos florales (como las hippies), que si gorros de lana (¿grunge?), que si gafas de pasta (mods), que si zapatillas Vans (skaters) o Adidas de bota (pijos ochenteros), pero nada propio. Musicalmente tampoco hay por donde cogerlos, capaces de alabar grupos de pop-folk minimalista, pero también formaciones de pop vitalista o de electro raruno, moviéndose sin pudor tanto en Benicàssim como en el Primavera o en sitios más in y mar adentro en plan Coachella o Lollapalooza. O sea, que todo se diluye como un azucarillo.
Supuestamente reniegan de la televisión, aunque son grandes seguidores de series (modernas, claro) no conclusivas (esas son para incultos). Y no les hablen de cine comercial (¿existe eso todavía?). Mucha pose, pues. Centrémonos: sigo defendiendo la validez de un movimiento contracultural en el siglo pasado, grupos que querían diferenciarse de la cultura dominante, que se juntaban para establecer unos símbolos, unos colores, una ropa, una música y hasta un grupo opuesto, una némesis particular. Después, las grandes corporaciones ya se encargaron de buscarle salida comercial, pero existían. Los
hipsters, no.
En el nuevo milenio también se ha hablado de los
emo, una especie de evolución de los góticos con dejes de manga; hasta de los
skaters, aunque también son una evolución de una estética nacida en los años 70 y que ha ido sobreviviendo en entornos urbanos y que se ha acabado confundiendo con el simple hecho de llevar gorra y pantalones tres tallas más grandes, pero no, no compro la idea de
hipsters. Son una masa amorfa, casi clónica y uniformada según el dictado de la moda, aunque muchos se esfuerzan en defender justo lo contrario.
Dicen que la madurez nos hace abandonar nuestra particular tribu (más o menos, todos hemos flirteado con alguna. O no. No sé...), cuando la entrada en el mundo laboral (eso ya no se lleva tanto) era una especie de rito iniciático al estilo Orzowei. Amigo
hipster, no te conviertes en tal por el hecho de comprar velas de cera peruana en un Natura, por moverte en una órbita biodegradable y reciclable o por vestir ropa de tu padre (o tu abuelo) combinada con una bufanda de macramé. Y mucho menos por llevar un bigote transgresor, algo que ha sido lo más in durante diecinueve siglos. No dejan de ser los herederos directos de los beatnik de Kerouac y compañía, y de los
indies de los 90 que convirtieron a Naranjito de nuevo en un icono moderno y que se distinguían del proletariado del día a día con bolsas y camisetas que lucieran logos de Montreal’72 o Munich´76 o hasta logos desconocidos y con ideogramas asiáticos, dando igual que se trate de una compañía de aviación coreana o de una de chocolate con leche japonesa. Este panorama actual no puede ser más disperso, ya que medio mundo es alternativo al otro medio. Por cierto, uso gafas de pasta (por cegato, no por pose); llevo barba (por gusto y un punto de vagancia, no por moda); leo a Margaret Atwood y Foster Wallace; me gustan las tiendas de ropa de segunda mano, pero también las típicas zapatillas Nike ochenteras. Y como yo, chorrocientos más. Y no, no somos
hipsters. Por cierto: ¿
hipster lleva acento?
http://youtu.be/f3xe-Wxio1o(Are you a hipster? Video)
Si quieres comentar o