Pocas veces se recuerda -yo diría que ninguna- que un fotógrafo galardonado con un gran premio de fotoperiodismo se haya expresado con tanta prudencia, tamaña humildad y pedido tantas disculpas como Adolfo Suárez Illana por la foto -el fotón- que hizo a su padre Adolfo Suárez paseando con el rey Juan Carlos el 16 de julio de 2008 a mediodía por el jardín de su chalé en Puerta de Hierro cuando el monarca acudió a imponer al expresidente el Toisón de Oro en una ceremonia privada.
Esto escribió Suárez Illana en su blog el 28 de febrero de 2009, en que
El País hizo público la concesión del Premio Ortega y Gasset de periodismo a la mejor información gráfica 2008 a su imagen, que tituló “La foto del Toisón” y había firmado con sus iniciales A. S.I.:
Lo primero que debo hacer, es dar las gracias por la concesión de un premio tan importante a un simple aficionado a la fotografía. Si ante la concesión de todo premio, la prudencia y la humildad son las mejores compañeras, en este caso, mucho más. Primero, por el “intrusismo profesional” que perpetro; y segundo, por que el sentido común nos dice que, lo que de verdad se está premiando, es el enorme cariño y admiración que despiertan los protagonistas, el sentido político de la imagen y su carácter único…, no al fotógrafo.
En cualquier caso -continuaba-
, es un inmenso e inmerecido honor recibir un premio con semejante nombre. Todavía recuerdo la obsesión de mi padre por cerrar la brecha abierta entre las dos Españas -las de Ortega-:“la España vital” y “la España oficial” y que quedó plasmada en esa archifamosa frase de “elevar a nivel político de normal, lo que a nivel de calle es, simplemente, normal.”
Suárez hijo propuso al rey hacerles él mismo la foto de espaldas paseando por el jardín. No quería a ningún fotógrafo extraño en su casa en las circunstancias en que se encontraba su padre, enfermo de Alzheimer. La idea le entusiasmó al rey.
Dicho y hecho, cogió su cámara Canon EOS 20D con el objetivo 28-135mm 1:3.5-5.6 IS, provisto de un simple filtro
Skylight, se puso en cuclillas sobre el césped, pues quería un punto de toma bajo y se dispuso a combatir los únicos “enemigos”: “la luz del medio día y… mis nervios”.
Hizo cinco disparos, vio el resultado y se lo hizo saber al rey, quien, “con un guiño cómplice, se dio por enterado” y siguieron paseando.
“Por unos momentos, entonces” -siguió escribiendo-, “creí recuperar el pasado de mi padre. Hoy, cada vez que la miro, comprendo que no hay en ella ni pasado ni futuro, tan solo lo mejor de una España que fue y que puede seguir siéndolo siempre… depende de nosotros. Ese es el verdadero y único valor de la imagen, no su autor.”
Nada más lejos de la realidad. La foto del rey paseando con el expresidente está cargada de símbolos y significantes. Ya está en la historia del mejor fotoperiodismo español de todos los tiempos. Registra para la historia el reencuentro de los dos protagonistas más importantes de la Transición. La “foto del toisón” viene a ser, de hecho, el retrato de una misión cumplida con desigual fortuna: el rey que ve consolidada su monarquía y el presidente que pilotó la Transición y a quien la enfermedad le arrebató la memoria.
Juan Carlos de Borbón y Adolfo Suárez recorrieron juntos un camino sembrado de minas. Los avatares de la política les distanciaron, pero el mensaje de la foto no tiene vuelta de hoja: el que resiste de los dos le pasa con cariño la mano por el hombro al de la salud derrotada. Quienes dirigieron los destinos del país en una época convulsa a un ritmo trepidante caminan ahora con toda parsimonia como recreándose con pasos acompasados en aquel espíritu de la Concordia que inspiró la Transición Española.
Los dos tienen con la pierna izquierda anclada al césped mientras con la derecha se disponen a emprender al siguiente paso. A uno, el rey, se le ve tenso. El otro, el expresidente, ya está instalado tiempo ha en el último capítulo de su portentosa historia personal. Quizá por eso se le ve el andar más relajado y elegante, cual si tuviera guantes en los pies para acariciar el suelo patrio al que tanto contribuyó en hacerlo habitable para todos.
La prudencia, la humildad y la resta de méritos del fotógrafo del fotógrafo tuvieron su broche de oro en el gesto que tuvo con la dotación de quince mil euros del premio: donarlos al proyecto Alzheimer de la Fundación que lleva el nombre de la Reina Sofía, testigo silenciosa del histórico encuentro.
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