Desde mi ventana veo los tempraneros rayos del sol mediterráneo que asoman sobre la sierra. A poco, un áureo resplandor invade la habitación y va templando el aire que respiro. Una algarabía infantil me hace interrumpir mi escrito; es un alegre grupo escolar que aguarda el arribo del autocar; van a disfrutar de lo que probablemente sea su primera excursión del año.
También las plantas del balcón y los árboles de la plaza lucen alegres con sus brotes coloridos.
No caben dudas: ¡llegó la tan ansiada primavera!
Maravillosa estación del año en la que con asombrosa rapidez, de un día para otro, los brotes se transforman en hojas, flores o nuevas ramas. La higuera cercana se ha preñado de brevas. Los viñedos van cobrando un fresco verdor en sus añejas cepas y la renovación ofrece un franco contraste con la tierra rojiza.
La bellísima realidad que me rodea me obliga a cambiar el inicio de esta nota. El cambio relaciona mejor la frase del recordado comentarista bíblico británico con lo que intento explicar. No es poca cosa.
Impulsado por esta vivencia matinal retomo el análisis prometido al final del artículo anterior. Citábamos allí a los que justifican sus obras así:
¿Acaso el apóstol Santiago no enseña que la fe sin obras es muerta?(2)
Invito al lector a descubrir qué hay detrás de esta pregunta. Para comenzar, apoyaremos nuestro enfoque recordando la lección del Señor Jesucristo cuando declara:
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.
En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”(3)
Dos veces Jesús dice
‘Yo soy la vid’. La primera, para definir que es la verdadera, la que es labrada por su Padre. La segunda, para llamar a sus fieles ‘pámpanos’, de donde salen zarcillos, flores, hojas y racimos de uvas.
Clave de la enseñanza: la gloria que recibe el labrador (el Padre) por el fruto abundante de la vid (el Hijo).
De la misma vid –que es Jesucristo- podemos aprender otras lecciones, como veremos. Resalto, nomás, que no hallo mejor explicación que la simbología empleada por Jesús para entender la necesidad de la permanencia. La persona que permanece en Cristo sabe que solo unida a Él tendrá una vida fructífera.
LA VID Y LA IGLESIA: DIOS ES EL QUE OBRA
Hay algunos detalles muy interesantes respecto de la vid; al profundizar el estudio de esta modesta pero maravillosa planta uno recibe más luz sobre la justicia de Dios que por Su gracia es visible en la iglesia.
En el Antiguo Testamento la vid y la higuera aparecen en distintos relatos asociados con la vida en Israel y Judá. Me quedo con el que describe a los habitantes disfrutando bajo la sombra de ellas en días del rey Salomón
(4). También con el del salmista que ve reflejada en la figura de la vid a la esposa del varón justo
(5).
La vid es, en suma, un símbolo o figura del pueblo escogido de Dios en la Antigüedad (6).
En el Nuevo Testamento el Maestro de Galilea nos revela la importancia de este símbolo tan caro al pueblo en el que ha nacido.
La vid, sus racimos de uvas y el vino que se hace con ellas son figuras estrechamente ligadas al propósito de la encarnación: ser sembrado en la tierra, identificarse con nuestra necesidad y compadecerse de los rigores del pecado y la muerte que padecemos los pecadores. Como lo profetizara Isaías:
“¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; (…) Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.”(7)
Así como los racimos de uva son arrojados al lagar donde se pisan para hacer el vino, Jesús nos entregó voluntariamente su vida yendo al lagar del Gólgota; allí su sangre sería exprimida de su cuerpo para expiar nuestros pecados. Lo había anticipado cuando se refirió a la manera en que habría de morir:
“Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo.”(8)
Luego, a horas de darnos su vida para asegurar la nuestra, instituyó el único recordatorio que legó a sus discípulos. En la última cena, Jesús usa el fruto de la vid como símbolo del ‘Nuevo Pacto’ en su sangre:
“Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.”(9)
¿Qué tienen en común la vid y la iglesia?
La vid no daría frutos sin los pámpanos. La iglesia no cumpliría con su misión sin sus miembros consagrados. Esta verdad se fortalece con el hecho que el propietario de la vid y de la iglesia es una persona: Dios Padre. El labrador es el Creador y Redentor dueño del universo; la iglesia son Sus hijos e hijas adoptivos a los que Cristo no se avergüenza de llamar hermanos
(10).
Coincidiremos en afirmar, entonces, que la vid y la iglesia tienen en común a Jesucristo y sus discípulos.
¿De quién es el fruto de la vid y de quién son los que van siendo añadidos a la iglesia?
Jesús usó el símbolo de la viña en sus parábolas. En ellas la figura del dueño, del labrador y del que la da en arrendamiento es la de su Padre
(11). El propietario de la viña es el que paga a sus obreros un salario digno y el que dispone de sus beneficios. Hacia el final de la historia de la humanidad Dios aparece como quien habrá de vendimiar la tierra
(12).
Por su parte, el Hijo proclamó ser el enviado de su Padre
(13). Y reconoció que los que vienen a él son los que el Padre le envía:
“a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió.”(14)“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.”(15)
Esta íntima relación entre el labrador y la vid, es la que hay entre Dios Padre y Dios Hijo. De Dios Padre es el Plan, de Dios Hijo es su ejecución y el fruto de esta maravillosa obra de Redención le pertenece a ambos. Por esa causa, Lucas le explica a Teófilo que, a partir de
Pentecostés “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.” (16)
Nadie puede arrogarse mérito alguno para reclamar derecho de propiedad sobre Jesucristo o Su iglesia. Por ello no nos equivocamos si decimos que los frutos pertenecen al que recibe toda la gloria: Dios Padre.
La importancia de la limpieza
Hay pámpanos (sarmientos) que crecen como todos los demás, incluso de ellos salen flores, aunque no las flores que luego se convierten en el fruto jugoso que llamamos uvas
(17). A estos pámpanos estériles el labrador corta en una operación de limpieza que beneficia a la vid.
La iglesia pasa por períodos de limpieza en los cuales es necesario, por el bien del cuerpo de Cristo, apartar a aquellos miembros que son pesados parásitos que entorpecen la obra de salvación. No siempre los líderes son concientes de la importancia de esta tarea y terminan siendo cómplices de los que dañan el nombre de Jesucristo.
La importancia de la poda
La vid requiere una poda anual
(18). Esto ocurre cuando la cepa parece muerta, aunque está viva. Con ella se incrementa la producción en forma cuantitativa y cualitativa.
La iglesia está integrada por miembros que saben por experiencia que los sufrimientos que provienen de obrar en el Espíritu y no en la carne son de una bendición de largo alcance y mucho mejor que un corto período exitoso.
La calidad del fruto la da Cristo
El Señor que dice
‘Yo soy la vid’ provee todos los nutrientes que se necesitan para producir los mejores frutos. Nadie puede asumir ser el dueño de una iglesia local, como tampoco arrogarse el derecho de representar a Dios en la tierra.
Dios no necesita representantes; solo necesita testigos. El representante siempre dirá ‘El Señor me dijo’; el testigo en cambio expresa con temor: ‘El Señor nos dice en Su palabra’.
El representante contabiliza gente, conversiones, milagros, dinero, inversiones terrenales en edificios, equipos y viajes. Para él ‘prosperidad’ es aquí, hoy.
El testigo no puede callar la obra de Jesucristo en su propia vida; no puede ocultar el cambio integral que se ha operado en su persona desde que nació de nuevo por el Espíritu y recibiera el bautismo en agua.
El fruto del primero le enorgullece hasta enceguecerlo en su vanidad; además, le hace líder de ciegos. El fruto del segundo trae toda la gloria a Dios que le santifica día a día para que lleve más fruto. Soberbia vs. Humildad.
Ahora podemos abordar la carta de Santiago, desprovistos de los prejuicios de nuestras propias interpretaciones.
LAS OBRAS DE LA FE: ENTENDIENDO BIEN A SANTIAGO
Todo ciudadano puede ser llamado por la Ley para dar testimonio. Un sumariante policial nos podría pedir:
- A ver, usted, declare lo que ha visto - si nos encontrásemos en el ‘lugar del hecho’, cualquier día de estos.
Somos reales testigos solo de lo que hemos visto y oído. De lo contrario somos testigos falsos. La diferencia entre un testigo verdadero y otro falso reside en cómo obra cada uno de ellos.
Debido a lo apuntado, la justicia terrenal recurre al testimonio de notarios (escribanos) que son colegiados que ‘dan fe’ de una declaración testimonial. Un rasgo común del pecador, hombre o mujer, es su propensión a la mentira. El falso testimonio es mentir.
El octavo mandamiento de la Ley dada a Moisés reza:
“No presentarás falso testimonio contra tu prójimo”.
(19))
La persona que profesa la fe cristiana es testigo fiel de Jesucristo solo cuando vive el Evangelio que Él y Sus apóstoles proclamaron. En otras palabras:
“El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.” (20)
A menudo, la carta del apóstol Santiago es citada por los que animan a sus discípulos a esforzarse para vivir como manda el Decálogo de la Ley, aún después de recibir a Jesucristo. Se basan en algunos versículos aislados del resto del capítulo 2 de la epístola, sobre los que machacan insistentemente para justificar su enseñanza.
¿A QUIÉNES ESCRIBE SANTIAGO ESTA CARTA?
Para responder a esta muy repetida pregunta hagamos una breve introducción que nos evite malentendidos.
Hay un amplio consenso entre los estudiosos de la Biblia para reconocer la autoría de esta carta a Santiago (Jacobo), apodado ‘el Justo’, hermano del Señor Jesús. Los otros dos que podrían disputarla son Santiago, hijo de Zebedeo, apodado ‘el Mayor’, y Santiago, hijo de Alfeo, apodado ‘el Menor’, ya que ambos integraron el primer grupo de cuatro pescadores que lo dejaron todo para seguir al Maestro, y convertirse en sus doce apóstoles. Sin embargo,hay razones de peso para descartarles: el primero fue uno de los primeros mártires de la naciente iglesia cuando integraba con su apasionada personalidad el presbiterio de la iglesia en Jerusalén, en el año 44
(21). Esta fecha, sin embargo, es aún temprana para datar la carta; y del segundo es poco lo que se sabe.
Del hermano del Señor es de quien el NT y la historia secular aportan más información; Pablo se refiere a él como a una de las tres ‘columnas’ de la iglesia en Jerusalén junto a Cefas (Pedro) y Juan (22). Por su parte, el historiador Flavio Josefo consigna su muerte - decretada por el rey Agripa – en el año 62; una fecha más acorde para comprender el carácter de la carta.
Pasaron cerca de treinta años desde la escandalosa crucifixión y muerte de Jesús, de su triunfal resurrección el primer día de la semana después de Pascua, de las apariciones a sus apóstoles y otros testigos – entre ellos varias mujeres piadosas - durante cuarenta días
(23) y de su ascensión para ser glorificado por el Padre. Después de todo lo expresado había llegado el Espíritu Santo prometido por Jesús, que vino a convencer de pecado, de justicia y de juicio a los moradores de la tierra
(24). En esas fructíferas décadas la iglesia no había dejado de crecer en Jerusalén, Judea, Samaria, el cercano Oriente y Europa, tal como lo anticipara el Señor.
Tal era su influencia social que los reyes puestos desde Roma estaban celosos y comenzaron a ejercer una sistemática y cruel represión de los que consideraban activistas de una ‘secta’ de judíos desestabilizadores del orden. La región de Judea (bautizada Palestina por el César) vive días de tensa expectativa; el movimiento político encabezado por los zelotes trabaja intensamente para terminar con la invasión romana y más de un siglo de asfixiante dominación imperial. Los oficiantes del templo no soportan los atropellos a su identidad religiosa y los obligatorios sacrificios de adoración al César.
La población ve en esos líderes una luz de esperanza que ilumina su liberación de los reyes traidores a la historia nacional (25).
Habiéndonos ubicado en el contexto desde el cual se escribe esta carta, responderemos a la pregunta del subtítulo.
El propio autor dirige su carta “a las doce tribus de Israel que están en la dispersión”(26); algunos dirán que envía su carta a los judíos mesiánicos; otros a la iglesia de cristianos que conservaban la Ley, las profecías y costumbres judías; y otros a la iglesia cristiana en la que ven al ‘nuevo Israel’ de Dios.
En nuestro próximo y último capítulo de esta miniserie concluiremos este artículo. Veremos que en la carta de Santiago todo lo que él comparte en el Espíritu gira alrededor de esta recomendación:
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.” (27)
Hasta la próxima, si el Señor lo permite.
Notas
Ilustración: una vitis vinífera (vid) florecida. Fuente: es.wikipedia.org
La vidproduce las uvas, fruto de consumo en estado fresco, disecado de cuyo jugo se produce el vino. La especie más importante es la denominada ‘Vitis vinifera’ con tronco retorcido, llamado ‘cepa’; vástagos nudosos y flexibles, llamados ‘sarmientos’; hojas alternas, pecioladas, grandes y partidas en cinco lóbulos puntiagudos, llamadas ‘pámpanos’; flores verdosas en racimos, y cuyo fruto es la uva. Originaria de Asia, se cultiva en todas las regiones templadas. Al conjunto de vides cultivadas en un campo se le denomina viña o viñedo.
1. Matthew Henry (1662-1714). Frase con la que el autor inglés termina su breve introducción al Comentario de la epístola de Santiago
2. “Salvados por gracia”; Serie ‘Los cristianos y la justicia’ (V) P+D Magacín; blog ‘agentes de cambio’ domingo 16/03/13
3. Juan 15:1-8
4. 1ª Reyes 4:25
5. Salmos 128:3
6. Jeremías 2:21, Ezequiel 15:6, Oseas 10:1 y Salmos 80:9-17.
7. Isaías 53:1, 2,11
8. Juan 12:32
9. Mateo26:27-29
10. Efesios 1:5; Gálatas 4:4-7; Hebreos 2:11
11. Mateo 20:2; 21:28; Marcos 12:1-9; Lucas 20:9-16
12. Apocalipsis 14:19
13. Mateo 10:40; Marcos 9:37; Lucas 9:48; 10:16; Juan 3:17, 34; 4:34; 5:23, 24, 30, 37, 38; 6:38, 39, 44, 57; 7:16, 18, 28, 29, 33; 8:16, 18, 26, 29; 8:42; 9:4; 10:36; 12:44, 45, 49; 13:16, 20; 14:24; 16:5; 20:21
14. Juan 17:12
15. Ibíd. 6:44,45 “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí.” Hubo una excepción mencionada por Jesús a su Padre: el hijo de perdición, Judas Iscariote, el que le entregaría para que así se cumpliesen las Escrituras.
16. Hechos 2:47
17. La vid produce dos tipos de flores, las estériles con largos filamentos, estambres erectos y
pistilos sin desarrollar y las fértiles con pistilos bien desarrollados y cinco estambres sin desarrollar. El
fruto es una
baya ovoide y jugosa. Cuando crecen de forma silvestre, todas las especies del género son
dioicas, sin embargo en cultivo se seleccionan las de
flor perfecta. Link:
http://es.wikipedia.org/wiki/Vitis
18. Levítico 25:3
19. Éxodo 20:16 (Reina Valera Contemporánea – RVC
20. 1ª Juan 2:6
21. Hechos 12:1-3: “Por aquel tiempo, el rey Herodes comenzó a perseguir a algunos de la iglesia. Ordenó matar a filo de espada a Santiago, el hermano de Juan; y como vio que esto había agradado a los judíos, hizo arrestar también a Pedro.”
22. Gálatas 2:9
23. Hechos 1:3
24. Juan 16:7-11
25. Según Flavio Josefo, las causas inmediatas de la revuelta, en 66, fueron un sacrificio pagano ante la entrada de la sinagoga de
Cesarea Marítima, seguido por el desvío de 17
talentos del tesoro del
Templo de Jerusalén, por el procurador Gessius Florus.
2 El acto decisivo que significó la ruptura con Roma fue la decisión de
Eleazar ben Hanania y encargado del cuidado del Templo, de no aceptar más el sacrificio cotidiano para el emperador
26. Santiago 1:1b
27. Ibíd. 22
Si quieres comentar o