Amo al Dios al que sirvo y cuanto más le conozco, más aumenta la inmensidad de mi amor por Él.
Llevo días acordándome de la historia de Jacob en Bet-el y no me sale de la cabeza una de las más hermosas características del Señor, Su misericordia y Su capacidad de restauración.
Estoy segura que conocéis la historia verídica recogida en la Escritura de Jacob…aissss….hombre complicado!!!!. Había promesa para él, era el elegido, el escogido, el que llevaría la bendición y la línea de la descendencia de Abraham, pero… no le fue suficiente y su, ni sé cómo calificarla, madre le ayudó bien ayudado a cometer error sobre error.
Me llama mucho la atención el personaje de Rebeca. De joven, no sólo era bellísima sino encantadora, afable, trabajadora, rápida, eficiente... Me encanta cuando conoce a Isaac. Era hermosísima y se acicala cuidadosamente para el encuentro con su prometido. Cuando le ve…flechazo absoluto!!, ella corre hacia él y él alza su voz y la besa. Bonito, ¿no?
¿Qué ocurriría en ese matrimonio para que las cosas terminaran tan mal? Me impresionan las palabras de esta mujer casi al final de su vida; “¡amargura tengo de la vida! ¿Para qué quiero la vida?”. Son unas palabras con una profundidad y un trasfondo impresionantes.
Y llega la hora en la que un padre anciano, ciego y enfermo quiere dar la primogenitura que por derecho le corresponde a su hijo mayor. Pero Dios tenía otros planes y había dado promesas. A Rebeca no le era suficiente todo eso y conocéis la historia del engaño y la tremenda traición por parte de Jacob hacía su propio padre.
¿Qué haríamos tú y yo si nos encontrásemos en el lugar de Dios?, No lo sé!!, pero supongo que yo me enfadaría muchísimo y quisiera desechar para siempre al elegido… Se había equivocado demasiado… demasiado… Pero el Señor sabe y conoce de perdones, segundas oportunidades y restauraciones absolutas. Él es amor en esencia y no deshecha a Jacob.
Evidentemente, este hombre tiene que huir de la ira y amenaza de muerte de su hermano y termina, al anochecer, en un campo. Por cama, el duro suelo de hierba y tierra; por cobija, la noche más oscura y triste; por almohada, una piedra!
Y aquí viene un maravilloso y fiel Señor y hace que Jacob, no sólo duerma; sino que sueñe y en ese sueño Dios le habla, le reitera Sus promesas para con él, le cubre con el manto de Su amor y Su consuelo y lo restaura. ¿No os parece delicioso? ¡Por supuesto! es que mi Dios, frente a todo lo que muchos puedan pensar es… absolutamente delicioso y me lo ha demostrado tantas veces a lo largo de mi vida, que por eso le amo cada día más.
Y me hacen llorar las palabras de Jacob cuando despierta de su sueño: “Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”.
Piensa por un momento en tu vida, yo estoy pensando en la mía… ¿Le hemos fallado al Señor?... Tantas veces!!... Y, ¿cómo nos ha tratado Él? Igual que a Jacob, con amor, con perdón, y con restauración.
Estás en estos momentos durmiendo sobre una almohada de piedra?... Pues ¡despierta! ¡despierta!, que el Dios de los Ejércitos está a tu lado diciéndote: “No te dejaré ni te desampararé” y a ninguno nos queda otra opción más que repetir las palabras de Jacob; “Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía”. Y ante todo esto sólo me queda decir…
Gracias Padre por ser mi pastor!
cada día descubro Tú amor
y aunque sin entender, te quiero agradecer.
Yo fui cieg@, más por tu Amor me hiciste ver
Y hoy puedo creer!!”
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