Hace un año (el 13 de Marzo), el Cardenal Bergoglio era elegido como el Papa Francisco. Diferentes evaluaciones de este primer año proliferan por todas partes en forma de libros y editoriales. Las mismas muestran varias interpretaciones de lo que el Papa ha hecho, dicho y realizado hasta ahora. Como su primer aniversario se aproxima parece adecuado formular varias preguntas, y en todas ellas se supone que algo significativo ha estado ocurriendo.
¿Cuál ha sido el “efecto Francisco” en la iglesia? La respuesta más sencilla es que el Papa está imaginando una clase diferente de catolicidad.
La Catolicidad Católico Romana
La comprensión católico romana de la catolicidad tiene que ver simultáneamente con la unidad y la totalidad. La premisa básica es que la multiplicidad debe adaptarse a una unidad. La Iglesia es vista como una expresión, un garante y un promotor de la unidad verdadera entre Dios y la humanidad y dentro de la propia humanidad. En términos del Vaticano II, la Iglesia es un “sacramento de unidad”. Siempre y cuando la estructura institucional que preserva esta unidad permanezca intacta (es decir, el elemento romano), todo puede y debe encontrar su hogar en algún lugar dentro de su reino (o sea, el elemento romano).
La mentalidad católica se caracteriza por una actitud de apertura total sin perder el contacto con su centro romano. Es intrínsicamente dinámica y global, capaz de mantener juntas doctrinas, ideas y prácticas que en otras tradiciones cristianas son consideradas como mutuamente excluyentes. Por medio de su inclusiva epistemología
et-et, en un sistema católico dos elementos aparentemente contradictorios pueden conciliarse en una síntesis que implica a ambos. En principio, el sistema es lo suficientemente amplio para dar la bienvenida a todo y a todos. El término a definir no es la Palabra de Dios escrita
(sola Escritura) sino la propia Iglesia Romana. Entonces, desde un punto de vista católico afirmar algo no significa necesariamente negar otra cosa, sino simplemente quiere decir ensanchar la propia perspectiva de la verdad entera. A este respecto, lo que se percibe como importante es la integración de la parte en el todo católico por el medio de relacionar lo recién afirmado con lo que ya existe.
La Catolicidad permite un desarrollo doctrinal sin una ruptura radical con el pasado y también admite que coexistan diferentes clases de catolicidad. Cada Papa tiene su propio proyecto de catolicidad. Juan Pablo II presionó mucho para que la iglesia se convirtiera en un actor global, expandiendo en consecuencia la catolicidad geográfica y su perfil con los medios de comunicación. Benedicto XVI intentó definir la catolicidad en términos de su adhesión a la “razón” universal, tratando así de volver a conectar el abismo entre la fe y la razón que la Ilustración Occidental había introducido. Estos proyectos de catolicidad no son mutuamente exclusivos, pero todos ellos contribuyen a la dinámica global de la catolicidad de la Iglesia. Todos estaban orgánicamente relacionados con el elemento romano que garantiza la continuidad del sistema.
La Planificación de la Catolicidad de Francisco
Después de un año de pontificado
es cada vez más evidente la clase de catolicidad que tiene Francisco en mente. Quiere construir sobre la catolicidad global de Juan Pablo II al tiempo que cambia el énfasis de la rigidez doctrinal de Wojtyla a modelos más integradores. Defiende “de palabra” la catolicidad racional de Ratzinger, pero desea impulsar el programa desde las batallas ideológicas de Occidente a los asuntos “humanos” que son más atractivos en todo el espectro mundial. Si Ratzinger quería marcar la diferencia entre la Iglesia y el mundo, Francisco intenta hacer una superposición. Al modelar la nueva catolicidad parece estar más cerca del tono “pastoral” de Juan XXIII, quien será canonizado (es decir, declarado “santo”) el próximo mes de abril. Así hay continuidad y desarrollo. Esta es la esencia de la catolicidad.
Francisco tiene poco tiempo para las verdades “no negociables” y presta más atención a la diversidad de la conciencia de las personas. Está más interesado en la calidez que en la luz y más en la empatía que en el juicio. Se centra en las actitudes más que en las identidades y en abrazar más que en enseñar. Destaca las relaciones sobre las doctrinas. Para él la proximidad es más importante que la integridad. La pertenencia conjunta tiene prioridad sobre la creencia diferente. Llegar a las personas está antes que invitarles a regresar. Por supuesto, todas estas calificaciones no se oponen mutuamente, pero su relación se ha elaborado en el marco de un nuevo equilibrio, por lo cual el primero determina la orientación general. La catolicidad romana funciona de esta forma: no abandonar nunca el pasado y ampliar siempre la síntesis por medio del reposicionamiento de los elementos que están alrededor del centro romano.
Francisco llama “misión” a esta catolicidad. La palabra es familiar e intrigante para los cristianos creyentes en la Biblia; sin embargo, se tiene que comprender lo que quiere decir con ello, más allá de lo parece significar en la superficie.
Traducción: Rosa Gubianas
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