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Centenario de Octavio Paz (II): “Carta de creencia” o la mirada edénica

Soy hombre: duro poco y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben. Sin entender comprendo: también soy escritura y en este mismo instante alguien me deletrea. O.P. “Hermandad”, Árbol adentro, p. 37.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 08 DE MARZO DE 2014 23:00 h

En octubre de 1987 apareció en Barcelona, Árbol adentro, último volumen poético de Octavio Paz. No sería su último libro, pues en 1993 aparecería La llama doble. Amor y erotismo, y, dos años después, Vislumbres de la India.Ese poemario es el libro de madurez con que se cierra la obra de un autor que valoró su trabajo siempre en el ámbito de lo que denominó “la búsqueda del comienzo”, es decir, la intensa vocación de asediar con el lenguaje presente la “otra voz”, la voz primigenia que, cuando lo sagrado representaba el origen de todas las cosas, los poetas se sentían en relación con él. Paz siempre se refirió a esa búsqueda como algo casi obligatorio para los poetas modernos y señaló que dicha búsqueda era parte de la naturaleza más auténtica de la lítica.

El árbol está por todas partes en esta poesía, de principio a fin: el chopo, por ejemplo, en Piedra de sol es la imagen central con que abre el flujo verbal incontrolable. O “El cántaro roto”, también de La estación violenta, donde la figura del árbol es omnipresente (http://fuentes.csh.udg.mx/CUCSH/argos/antologi/paz.html). En esa línea, Elena Poniatowska tituló Las palabras del árbol (1998) su homenaje al poeta de Mixcoac y el poeta y crítico mexicano Manuel Ulacia (1953-2001, nieto del transterrado Manuel Altolaguirre) llevó a cabo una de las más amplias reconstrucciones de la poesía de Paz en El árbol milenario (Galaxia Gutenberg, 1999). El texto que da título al libro es un poema de amor que concentra los constantes temas y las metáforas pacianas recurrentes.

Aquí, el árbol es el núcleo de un poema de amor cargado de un erotismo apenas esbozado y que, tomando la imagen de las ramas, crece hacia adentro del hablante lírico. En él refulgen las imágenes desarrolladas continuamente por Paz: “Creció en mi frente un árbol,/ Creció hacia dentro./ Sus raíces son venas,/ nervios sus ramas,/ sus confusos follajes pensamientos./ Tus miradas lo encienden/ y tus frutos de sombras/ son naranjas de sangre,/ son granadas de lumbre./ Amanece/ en la noche del cuerpo./ Allá adentro, en mi frente,/ el árbol habla./ Acércate, ¿lo oyes?” (p. 137).

El poema con que concluye Árbol adentro, “Carta de creencia” (o, en lenguaje religioso, “confesión de fe”) es, a su vez, un texto de mediana extensión (12 páginas y media) y está concebido como una obra musical. María Elvira Luna Escudero-Alie explica, sobre esto: “El título de este poema […] se refiere, según el propio Paz, a la declaración de nuestras creencias; ‘a la carta que llevamos con nosotros para ser creídos por personas desconocidas’(en el Liminar a La llama doble). Paz anuncia en el Liminar señalado, unos nexos, unos vasos comunicantes entre su poema “Carta de Creencia”, y su libro en prosa: La llama doble”.[1]
La primera parte, “Cantata”, ubica el momento, el ambiente; es una reflexión sobre la indecisión espacio-temporal para situar lo que vendrá: “Entre la noche y el día/ Entre la noche y el día/ hay un territorio indeciso./ No es luz ni sombra:/ es tiempo”. El “creyente”, que es el amante hablando a su compañera, va tanteando entre dudas el espacio y el tiempo para hablarle, para escribirle, lentamente y confesarle todo lo que representa para él. Es un monólogo/diálogo: “Hora, pausa precaria,/ página que se obscurece,/ página en la que escribo,/ despacio, estas palabras. […] Yo escribo:/ hablo conmigo/ hablo contigo”.

Algo sucede, imperceptiblemente, pero que el hablante captura con su capacidad poética. El mundo, todas las cosas, comienzan a transfigurarse: “Mientras lo digo/ las cosas, imperceptiblemente,/ se desprenden de sí mismas/ y se fugan hacia otras formas,/ hacia otros nombres”. “Las palabras son puentes”, concluye, son vehículos para que el amor se diga a sí mismo. Pero: “También son trampas, jaulas, pozos./ Yo te hablo: tú no me oyes./ No hablo contigo:/ hablo con una palabra,/ Esa palabra eres tú,/ esa palabra/ te lleva de ti misma a ti misma./ La hicimos tú, yo, el destino”. La mujer también es una palabra. Él la mira también entre la bruma del sueño, del a posteriori amoroso en donde ella se vuelve intemporal y va a encarnar a la primera mujer, una y otra vez: “Tú no estás dormida ni despierta:/ tú flotas en un tiempo sin horas”.

La segunda parte de esta “Cantata” insiste en reflexionar sobre la ambigüedad de las palabras. Y entonces llega el momento de las definiciones, donde el lenguaje del misterio comienza a hacer su aparición: “Amar:/ hacer de un alma un cuerpo,/ hacer de un cuerpo un alma,/ hacer un tú de una presencia./ Amar:/ abrir la puerta prohibida,/ pasaje/ que nos lleva al otro lado del tiempo”. Nuevamente se define esa realidad humana que es capaz de sostenerse encima del tiempo: “Amar es perderse en el tiempo,/ ser espejo entre espejos”. Y se afirma ya la naturaleza religiosa de la atracción temporal de dos personas en su carácter subversivo: “Es idolatría:/ endiosar una criatura/ y a lo que es temporal llamar eterno”. Amar es dejarse seducir por las obras del tiempo, enredarse en él y seguir aspirando a la eternidad: “Todas las formas de carne/ son hijas del tiempo,/ simulacros”.

El horizonte moral no es ajeno porque al quedar atrapados en el momento la revelación del ser se atisba de manera abismal y casi teológica en la imagen de la caída: “El tiempo es el mal,/ el instante/ es la caída;/ amar es despeñarse:/ caer interminablemente,/ nuestra pareja/ es nuestro abismo”. “¿Accidente o predestinación?” es la pregunta para tratar de explicar el encuentro amoroso entre estas dos ¿libertades?: “Trasgresión/ de la fatalidad natural,/ bisagra/ que enlaza destino y libertad,/ pregunta/ grabada en la frente del deseo”.

El amor enfrenta la muerte con suprema dignidad: “El arte de amar/ ¿es arte de morir?/ Amar/ es morir y revivir y remorir:/ es la vivacidad./ Te quiero/ porque yo soy mortal/ y tú lo eres”. Y la ternura aparece, jovial, contundente y llena de erotismo: “En el jardín de las caricias/ corté la flor de sangre/ para adornar tu pelo”. Pero sin olvidar la reflexión crítica sobre el lenguaje: “La flor se volvió palabra./ La palabra arde en mi memoria”. Amar es un arte reconciliatorio con la totalidad de lo sagrado y lo humano, vertical y horizontalmente: “Amor:/ reconciliación con el Gran Todo/ y con los otros,/ los diminutos todos/ innumerables”. Y el celo por la búsqueda de los orígenes retorna. Se aproxima la mirada genesiaca, adánica y edénica, donde la historia bíblica rejuvenece y brota de manera casi natural en un presente perpetuo: “Volver al día del comienzo./ Al día de hoy”.

Los cielos escriben su palabra que a veces es leída, deletreada (como en el otro poema, “Hermandad”) y los seres humanos también lo hacen, desde su naturaleza mortal: “En la altura/las constelaciones escriben siempre/ la misma palabra;/ nosotros,/ aquí abajo, escribimos/ nuestros nombres mortales”. Y es ahí donde el par bíblico afirmar su presencia en medio del mundo hostil y del juicio divino, en la estela de Milton, aderezando su destino con el destino común y la marca de la condena entre ceja y ceja. La expulsión, sin ser gratuita, no tiene el poder de romper el compromiso amoroso que los lleva a enfrentar lo desconocido, pues el mundo también los ha hechizado y sus pasos caminarán por el rumbo del desengaño quevediano, pues en la soledad del mundo ellos dos podrán reinventar el Edén cada vez en sus permanentes reencuentros:

La pareja
es pareja porque no tiene Edén.
Somos los expulsados del Jardín,
estamos condenados a inventarlo
y cultivar sus flores delirantes,
joyas vivas que cortamos
para adornar un cuello.
Estamos condenados
a dejar el Jardín:
delante de nosotros
está el mundo.

En Milton, la primera pareja humana sale del Paraíso de la mano a enfrentar la oscuridad del mundo. En Paz, el amor es reflexivo en su delirante erotismo, es lección vital, anticipo de madurez reaprendida, golpe de la mirada. Y siempre el árbol está como testigo de una fe poética privilegiada. Con él se cierra toda esta poesía, con esta “Coda”:

Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
porque tú meces los follajes.

Se ha señalado muy bien la estrecha relación entre este poema y la reflexión en prosa de La llama doble, donde la idea de la otredad, en lo sagrado y en la experiencia amorosa, corre por caminos paralelos:

El tema de la “otredad” también se halla presente en el poema. El amor aparece como insatisfecho perpetuo en el poema, y entonces aquí tenemos otra correspondencia con: La llama doble. El amor también nos ayuda a acceder a un mejor conocimiento del mundo y de nosotros mismos.

El amor es un camino que termina en la muerte; ¿es acaso una preparación para ésta? Amar, finalmente, es establecer la armonía perdida- la establecemos precisamente al hallar a nuestra mitad escindida- “Amar es aprender a mirar”, dice Paz en su “Coda” y entonces nos recuerda a Platón: “El amor es una visión”. El amor en tanto desafío al tiempo está presente en el poema también. El nacimiento del amor según el Paz de La llama doble, y el Paz de “Carta de creencia” es el mismo; la atracción física. El amor en tanto libertad para elegir aparece también en el poema.[2]

Por su parte, el costarricense Gustavo Solórzano Alfaro ha dedicado un libro completo a este poema, al que define como “un testamento, […] la cara oculta y pública de Octavio Paz: quién soy y quién quiero ser, de qué modo me presento al mundo y en qué creo. El poema es el ser humano transfigurado, el verbo hecho carne, el ser humano convertido en naturaleza, de nuevo y para siempre: el ser humano es árbol, río, piedra, ave y montaña; sueño, tristeza, dolor y alegría: hombre y mujer abrazados, el andrógino reencontrado”.[3]



[1]M.E.Luna Escudero-Alie, “La llama dobley ‘Carta de creencia’: correspondencias”, en https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero25/o_paz.html. La cita exacta de Paz dice así: “En el prólogo a un libro reciente, La llama doble, he señalado la relación íntima de ese libro con ‘Carta de creencia’. La expresión, ahora no muy usada, designa a la carta que llevamos con nosotros para ser creídos por personas desconocidas, en este caso, la mayoría de los lectores. También puede interpretarse como una carta que contiene una declaración de nuestras creencias” (Delta de cinco brazos. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998, p. 123).
[2] Idem.
[3] G. Solórzano Alfaro, La herida oculta. Del amor y la poesía. Una lectura del poema “Carta de creencia” de Octavio Paz. San José, Universidad Estatal a Distancia, 2009, p. 188.
 

 


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