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Centenario de Octavio Paz (I): La revelación poética

Se cumplen 100 años del nacimiento de tres de los principales escritores mexicanos del siglo XX: Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas.
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 01 DE MARZO DE 2014 23:00 h

Octavio Paz.


' …acudo a mi razón por una fatalidad de mi apetito, por una condición de mi naturaleza que, puesto que vivo en el cristianismo y he sido bautizado, se siente mal y necesita de la redención… aunque ha perdido la certidumbre de la gracia redentora. Mas si ha dejado de creer en lo que redime, no deja de presentir que busca una redención.'1
O.P.

2014 es un año particularmente pródigo en aniversarios en el ámbito literario. En México, especialmente, se cumplen 100 años del nacimiento de tres de los principales escritores del siglo XX: Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas; en el caso del primero, Premio Nobel 1990, el 31 de marzo próximo, motivo por el cual ha comenzado una serie muy amplia de festejos y eventos. Hace unos días, el congreso acaba de nombrarlo como el Año de Octavio Paz y por todas partes diversas instituciones están realizando actividades relacionadas. En España, el Instituto Cervantes presentó en enero una conferencia en la que participaron el escritor Juan Villoro y el filósofo Fernando Savater, y ya se anuncian más eventos para el resto del año.2

Sobra decir que la mayor parte de las celebraciones gira alrededor de la importancia de Paz en la poesía y el ensayo, pues fueron los géneros que trabajó mayormente. Esencialmente poeta, Paz se destacó por ejercer ese oficio desde una perspectiva crítica y en estrecha relación con la tradición, aunque es suya la idea de una “tradición de la ruptura”, que practicó continuamente desde los años 30 del siglo pasado hasta su muerte. Autor precoz, visitó España a los 23 años y participó en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Valencia, en donde conoció a la plana mayor de escritores y poetas que apoyaron la causa republicana, algunos de los cuales se reencontrarían con él en su exilio mexicano. Más tarde, viajó por Estados y Francia, donde sus aficiones surrealistas lo acercaron al grupo de André Breton. En 1949 dio a conocer la recopilación poética Libertad bajo palabra (reeditado y ampliado varias veces) y, un año después, El laberinto de la soledad, una de sus obras más conocidas. Diplomático de carrera, vivió en Japón e India; allí experimentó la influencia del pensamiento oriental que se deja ver en varios de sus libros. De 1957 es el poema extenso Piedra de sol. A su regreso a México, continuó su labor de editor en las revistas Plural y Vuelta, además de que siguió publicando intensamente hasta su muerte en abril de 1998.

Reconocido como un poeta muy atento a la problemática de la otredad y de lo sagrado, sus acercamientos al plano de lo religioso se dieron en varios registros: primero, en varios poemas sobre el asunto, donde se percibe una auscultación minuciosa y existencial;3 segundo, en su abordaje de la naturaleza de la poesía, que vio muy próxima a la experiencia religiosa; y, finalmente, en la vertiente crítica, una valoración de lo religioso situada siempre desde la perspectiva de la decepción causada por las instituciones, pues se refirió específicamente, por ejemplo, a “la soberbia de los teólogos” y tuvo fuertes roces con representantes católicos, sobre todo a partir de la aparición de su libro sobre Sor Juana Inés de la Cruz (1982), en donde evidenció rotundamente la cerrazón del catolicismo novohispano a la avidez intelectual de la gran monja jerónima.

Esta preocupación por la otredad o por lo sagrado en modo alguno hace de Paz un poeta religioso en el sentido restringido del término, pues su permanente profesión de agnosticismo niega toda posibilidad de religiosidad, como algunos estudiosos católicos han querido ver, no obstante que algunos han producido análisis sumamente atendibles.Entre ellos, destaca Rafael Jiménez Cataño, mexicano también, profesor de la Universidad de la Santa Cruz (Roma), quien en dos ocasiones ha publicado un libro de amplio aliento que aborda esta veta de la obra paciana, pero sin ubicarlo necesariamente en el espectro de la fe (www.rafaeljimenezcatano.net/ldee.php).5 Así lo explica: “Paz no habla nunca de un descubrimiento de la falsedad de sus anteriores convicciones sino de una decisión de no seguir más a Dios, de una pérdida de la fe. Es una herida que ha permanecido abierta y de vez en cuando, a veces en los ensayos pero sobre todo en la poesía, se ve sangrar. […] Los aspectos del cristianismo que no consigue digerir son fundamentalmente los relacionados con el problema del mal (libertad y gracia, pecado y redención) y la Iglesia como institución” (pp. 58 y 59).

Desde España, ha sido Juan Malpartida quien se ha referido con un cuidadoso enfoque a la las “preocupaciones espirituales” del autor de Árbol adentro (1987), su último volumen de poesía: “Aunque Paz dejó muy pronto de ser creyente, fue siempre, ya que no religioso, sí espiritual. Una espiritualidad ajena a toda teología. Las diversas teologías le interesaron como expresiones del mundo de las ideas y de las formas; también de los sentimientos ante el más allá. Le dieron que pensar, pero no qué creer”.6 Este poeta español encuentra esa orientación de, digamos, desencanto y búsqueda al mismo tiempo, en una zona muy concreta de la poesía de Paz:

'Hay varios poemas de “Calamidades y milagros (1937-1944)” [segunda sección de Libertad bajo palabra, pp. 119-182 de la edición citada] en los que se hace evidente esta ausencia de Dios, nuestra búsqueda en pos del ser supremo y, finalmente, la aceptación de que nos toca carecer de él. En uno de ellos, “La caída”, encontramos tres versos en los que el poeta resume la situación en la que se encuentra él mismo, y sintetiza también una tradición heredera del racionalismo del siglo XVII y XVIII. Crítica de los absolutos y también de la ilusión de la metafísica, la razón nos hace soberanos, aunque al mismo tiempo nos revela nuestro ser desfondado: “Y nada queda sino el goce impío/ de la razón cayendo en la inefable/ y helada intimidad de su vacío”. (p. 64)'

Aquí nos ocuparemos del segundo aspecto enunciado líneas arriba, es decir, a la forma en que Paz vinculó la poesía con el tema de lo sagrado, especialmente en El arco y la lira (1956), primer “resumen” de su “poética”, al que le seguirían Los hijos del limo (1974) y La otra voz. Poesía y fin de siglo (1990). Desde muy joven, en un texto ya clásico, “Poesía de soledad y poesía de comunión” (1943), identificó la raíz de la poesía lírica con el ansia humana de entrar en comunión con otros, y con algo más allá de la persona, la otredad, mediante un abordaje muy personal de la obra de San Juan de la Cruz en la clave de la reconciliación y su comparación con la de Francisco de Quevedo:

'Esta reconciliación se da plenamente en San Juan de la Cruz. No es necesario recordar la naturaleza de la sociedad en que el santo vivió; todos saben que fue una de las últimas épocas de la cultura humana en las que las fuerzas contrarias de razón e inspiración, sociedad e individuo, religión y religiosidad individual, lejos de oponerse, se complementaban y armonizaban. En esa sociedad, donde, quizá por última vez en la historia, la llama de la religiosidad personal pudo alimentarse de la religión de la sociedad, San Juan realiza la más intensa y plena de las experiencias: la de la comunión. Un poco más tarde esa comunión será posible. Las dos notas extremas de la poesía lírica, la de la comunión y la de la soledad, las podemos contemplar, con toda su verdad, en la historia de nuestra poesía. La poesía española posee dos textos, igualmente impresionantes aunque de distinto valor: los poemas de San Juan y un poema de Quevedo: Las lágrimas de un penitente. Los de San Juan de la Cruz relatan la experiencia mística más profunda de nuestra cultura. Estos poemas no admiten crítica, interpretación o consideración alguna. El mismo santo fracasó cuando quiso trasladar su vértigo a términos conceptuales. (Naturalmente que no me refiero a la imposibilidad del análisis psicológico, filosófico o literario, sino a la absurda pretensión que intenta explicar la poesía.) La poesía es inexplicable.'

Para él, explica Jiménez Cataño: “El lenguaje que consigue revelar la otredad es el poético” (p. 50). Y vaya que lo manifiesta en el libro en cuestión, donde, en párrafos enteros de argumentación, encuentra los lazos entre la poesía y la revelación, en el sentido religioso. Veamos algunos ejemplos que son como una extensión de lo anunciado en 1943. Así comienza su argumentación:

'Religión y poesía tienden a realizar de una vez y para siempre esa posibilidad de ser que somos y que constituye nuestra manera propia de ser; ambas son tentativas por abrazar esa “otredad” que Machado llamaba la “esencial heterogeneidad del ser”. La experiencia poética, como la religiosa, es un salto mortal: un cambiar de naturaleza que es también un regresar a nuestra naturaleza original. Encubierto por la vida profana o prosaica, nuestro ser de pronto recuerda su perdida identidad; y entonces aparece, emerge, ese “otro” que somos. Poesía y religión son revelación. Pero la palabra poética se pasa de la autoridad divina. La imagen se sustenta en sí misma, sin que le sea necesario recurrir ni a la demostración racional ni a la instancia de un poder sobrenatural: es la revelación de sí mismo que el hombre se hace a sí mismo. La palabra religiosa, por el contrario, pretende revelarnos un misterio que es, por definición, ajeno a nosotros. Esta diversidad no deja de hacer más turbadoras las semejanzas entre religión y poesía. ¿Cómo, si parecen nacer de la misma fuente y obedecer a la misma dialéctica, se bifurcan hasta cristalizar en formas irreconciliables: por una parte, ritmos e imágenes; por la otra, teofanías y ritos? ¿La poesía es una suerte de excrecencia de la religión o una como oscura y borrosa prefiguración de lo sagrado? ¿La religión es poesía convenida en dogma?'

Paz encuentra que el acto de “posesión” por el lenguaje para que el poeta escriba equivale a lo sucedido con los profetas o sacerdotes que eran tomados por la divinidad para exponer sus oráculos. En su exposición sigue muy de cerca las ideas de Rudolf Otto y Martin Heidegger, pero también ve que la poesía, al liberarse de las amarras religiosas es capaz de seguir explorando los territorios que la razón por sí misma no puede alcanzar ni aprehender:

'Como la religión, la poesía parte de la situación humana original —el estar ahí, el sabernos arrojados en ese ahí que es el mundo hostil o indiferente— y del hecho que la hace precaria entre todos: su temporalidad, su finitud. Por una vía que, a su manera, es también negativa, el poeta llega al borde del lenguaje. Y ese borde se llama silencio, página en blanco. Un silencio que es como un lago, una superficie lisa y compacta. Dentro, sumergidas, aguardan las palabras. Y hay que descender, ir al fondo, callar, esperar. La esterilidad precede a la inspiración, como el vacío a la plenitud. La palabra poética brota tras eras de sequía. Más cualquiera que sea su contenido expreso, su concreta significación, la palabra poética afirma la vida de esta vida. Quiero decir: el acto poético, el poetizar, el decir del poeta —independientemente del contenido particular de ese decir— es un acto que no constituye, originalmente al menos, una interpretación, sino una revelación de nuestra condición. Hable de esto o de aquello, de Aquiles o de la rosa, del morir o del nacer, del rayo o de la ola, del pecado o de la inocencia, la palabra poética es ritmo, temporalidad manándose y reengendrándose sin cesar. Y siendo ritmo es imagen que abraza los contrarios, vida y muerte en un solo decir.'

La poesía puede, con religión o sin ella, acercarse a los límites de la existencia y hacerla decir, no su verdad absoluta, sino el balbuceo que siente nostalgia de la otredad y de los instantes originarios, fundadores de la existencia misma. En ese sentido, la poesía puede, también, ser una doble revelación. Y así concluye:

'La palabra poética y la religiosa se confunden a lo largo de la historia. Pero la revelación religiosa no constituye —al menos en la medida en que es palabra— el acto original sino su interpretación. En cambio, la poesía es revelación de nuestra condición y, por eso mismo, creación del hombre por la imagen. La revelación es creación. El lenguaje poético revela la condición paradójica del hombre, su “otredad”, y así lo lleva a realizar lo que es. No son las sagradas escrituras de las religiones las que fundan al hombre, pues se apoyan en la palabra poética. El acto mediante el cual el hombre se funda y revela a sí mismo es la poesía. En suma, la experiencia religiosa y la poética tienen un origen común; sus expresiones históricas —poemas, mitos, oraciones, exorcismos, himnos, representaciones teatrales, ritos, etc. — son a veces indistinguibles; las dos, en fin, son experiencias de nuestra “otredad” constitutiva. Pero la religión interpreta, canaliza y sistematiza dentro de una teología la inspiración, al mismo tiempo que las iglesias confiscan sus productos. La poesía nos abre la posibilidad de ser que entraña todo nacer; recrea al hombre y lo hace asumir su condición verdadera, que no es la disyuntiva: vida o muerte, sino una totalidad: vida y muerte en un solo instante de incandescencia.'

Para terminar, citaremos completo el par de sonetos titulado “La caída”:

A la memoria de Jorge Cuesta

I
Abre simas en todo lo creado,
abre el tiempo la entraña de lo vivo,
y en la sombra del pulso fugitivo
se precipita el hombre desangrado.

¡Vértigo del minuto consumado!
En el abismo de mi ser nativo,
en mi nada primera, me desvivo:
yo mismo frente a mí, ya devorado.

Pierde el alma su sal, su levadura,
en concéntricos ecos sumergida,
en sus cenizas anegada, oscura.

Mana el tiempo su ejército impasible,
nada sostiene ya, ni mi caída,
transcurre solo, quieto, inextinguible.

II
Prófugo de mi ser, que me despuebla
la antigua certidumbre de mí mismo,
busco mi sal, mi nombre, mi bautismo,
las aguas que lavaron mi tiniebla.

Me dejan tacto y ojos sólo niebla,
niebla de mí, mentira y espejismo:
¿qué soy, sino la sima en que me abismo,
y qué, si no el no ser, lo que me puebla?

El espejo que soy me deshabita:
un caer en mí mismo inacabable
al horror de no ser me precipita.

Y nada queda sino el goce impío
de la razón cayendo en la inefable
y helada intimidad de su vacío.7

****
1 O. Paz, “Vigilias: diario de un soñador”, en Primeras letras (1931-1943). México, Vuelta, Cátedra, 1988, p. 78.

2 Cf. el Quincenario de Octavio Paz, http://issuu.com/lcervortiz/docs/op2014-1. Se encuentran disponibles también los números 2 y 3.

3 Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Intertextualidad, afinidad y búsqueda: dos poemas de Octavio Paz sobre Dios y sus antecedentes en Cernuda”, en La otredad remota. En el centenario de Octavio Paz, de próxima aparición.

5 Cf. R. Jiménez Cataño, Lo desconocido es entrañable. Arte y vida en Octavio Paz. México, Jus, 2008. La primera edición, con menos textos, llevó por título Octavio Paz, poética del hombre y fue publicada por la Universidad de Navarra, en 1992.

6 J. Malpartida, “Octavio Paz”, en Letras Libres, España, núm. 2, noviembre de 2001, p. 63, www.letraslibres.com/revista/entrevista/octavio-paz.

7 O. Paz, “La caída”, en Libertad bajo palabra [1935-1957]. Ed. de Enrico Mario Santí. Madrid, Cátedra, 1988 (Letras hispánicas, 250), pp. 127-128.

 

 


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