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José Emilio Pacheco: Poesía y fin de mundo

Morimos con las épocas que se extinguen, Inventamos edenes que no existieron, tratamos de explicarnos el gran enigma de estar aquí un solo largo instante entre el porvenir y el pasado. JEP, "Épocas"

J.E. Pacheco, Fin de mundo (Desenlace). México, Era, 2000, p. 36.

GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 22 DE FEBRERO DE 2014 23:00 h

El 26 de enero, apenas unos días después de la muerte de Juan Gelman, su vecino y colega, y acerca de quien escribió su última colaboración periodística (“La travesía de Juan Gelman”), José Emilio Pacheco, Premio Cervantes y Reina Sofía (ambos en 2009),1 falleció en un hospital del sur de la capital mexicana luego de un accidente doméstico. Con su partida, siguió consumándose una suerte de mes fatal para la poesía, pues en pocos días los acompañaron otros escritores (como fue el caso de Félix Grande, en España). Sobre el poeta argentino-mexicano, escribió: “Si uno hace un leve repaso de lo que se ha escrito en este continente verá que gran parte de nuestras literaturas se ha hecho fuera del suelo natal. Desterrar significa quitar la tierra bajo los pies, dejar a la intemperie, derruir la casa, demoler la ciudad de cada uno con todas sus memorias y sus costumbres. ‘El que se va no vuelve aunque regrese.’ Contra la separación del país y de su lengua sólo quedan la defensa y la venganza de escribir. Gelman es el gran poeta del exilio. Su dimensión continental y panhispánica no niega sino acendra su argentinidad esencial, su pertenencia imbatible a Buenos Aires”.

Una de las cosas que algunos le criticaron a la poesía de José Emilio Pacheco, fue su supuesta orientación al “pesimismo apocalíptico” y a las quejas existenciales expresadas mediante un lenguaje coloquial que cada vez se desembarazó de cualquier ropaje afectado o seudo-profético. Muy temprano en su obra, JEP (como firmaba sus textos en prosa) asumió el lenguaje de la desolación, para decirlo de algún modo. Hace ya tiempo que surgió una posible explicación de este modo de asumir su lugar en el mundo fue su cercanía al lenguaje bíblico como vehículo lírico. En varios momentos, este poeta ha dado testimonio de que su afición a la Biblia se consolidó gracias a Carlos Monsiváis, amigo suyo desde la juventud. Otra prueba de ello es su versión (o “aproximación”, como solía llamar a estos ejercicios) del Cantar de los Cantares (2009). Quien escribe estas líneas comenzó, desde 1991, una indagación en ese sentido al advertir que buena parte de los textos más conmovedores de JEP se ocupan de subrayar esa mirada apocalíptica sobre la marcha de las sociedades humanas en detrimento cada vez mayor de la naturaleza, encaminadas como están en un proceso de (auto)destrucción incontenible. Acerca de esto, Vicente Quirarte afirma: “Sin abandonar su preocupación por lo mexicano, José Emilio mira la tierra, sus devastaciones, sus ruinas, pero también sus treguas y epifanías. Su poesía se convierte en un inventario del paso de los días, donde no cuenta el testimonio personal sino se privilegia la voz del poeta”.2

Por su parte, Nial Binns encuentra los antecedentes de esta tendencia en la obra de Pablo Neruda (Fin de mundo, citado como epígrafe en Siglo pasado, y 2000) y. Ernesto Cardenal (Cántico cósmico), y señala:

La constatación de esta nueva realidad del deterioro ecológico lleva a Pacheco a otorgar cada vez mayor importancia a la observación y al estudio de la naturaleza. No sorprende, por tanto, encontrar una visión plenamente romántica en “Las ostras”, un poema de su penúltimo libro, en el que la definición del arte como “atención enfocada” ilustra bien la nueva tendencia menos culturalista, y más atenta al entorno natural, de su poética:

Pasamos por el mundo sin darnos cuenta,
sin verlo,
como si no estuviera allí o no fuéramos parte
infinitesimal de todo esto.
No sabemos los nombres de las flores,
ignoramos los puntos cardinales
y las constelaciones que allá arriba
ven con pena o con burla lo que nos pasa.
Por esa misma causa nos reímos del arte
que no es a fin de cuentas sino atención enfocada.
No deseo ver el mundo, le contestamos.
Quiero gozar la vida sin enterarme,
pasarla bien como la pasan las ostras,
antes de que las guarden en su sepulcro de hielo
(El silencio de la luna, p. 97).3

En un primer abordaje de los libros publicados hasta 1989 se intentó describir la evolución de esa poesía concluyendo con la mención de “Caín”, texto perteneciente al poemario Ciudad de la memoria, de ese mismo año, el cual concluye así: “Caín quedó condenado a ser extranjero errante/ en el planeta del castigo/, a tener conciencia, a sentir culpa,/ a ser conciencia culpable”. Como se ve, la marca religiosa y ética acompaña el énfasis sobre el lugar de la humanidad en el mundo.4

En un segundo intento, ya en 1994, se avanzó en la revisión de dicho énfasis con mayor detalle.5 Una tercera ocasión se presentó en 2003, donde se abarcó también El silencio de la luna, recopilación de 1994, en donde nuevos textos, como “Prehistoria” o “Adán al revés es nada”, dan fe de esa misma orientación crítica.6 En 2006 apareció un volumen colectivo de ensayos inéditos (José Emilio Pacheco: perspectivas críticas) que incluyó un trabajo de Carmen Dolores Carrillo Juárez sobre la presencia de la tradición bíblica en la poesía de JEP.7 Coincidentemente, en el homenaje que se le rindió por sus 70 años de vida, compartimos la mesa con esta autora y, para nuestra sorpresa, el poeta estuvo presente. Allí fue leída la última versión del ensayo en curso que incorpora algunas observaciones de Carrillo Juárez y dialoga con su perspectiva.8

En sus tres últimos libros la temática del fin de mundo afloró con una intensidad y un desencanto que, lejos de hacer previsible su lectura, obliga a considerarla como parte del espíritu de la época. Siglo pasado (Desenlace), aparecido en el emblemático 2000, profundiza las percepciones del fin del mundo desde una zona personal nada neutral, pues la reflexión sobre el destino personal se mezcla con la ausencia de esperanza en que las cosas mejoren globalmente. Así se aprecia en el final de “Milenio”, donde luego de pasar revista a acontecimientos terribles que se han vuelto cotidianos, remata: “¿No le parece justo que vuelva Cristo/ y actúe como dicen los Evangelios”.

En 2009, JEP dio a conocer dos volúmenes: La edad de las tinieblas (poemas en prosa) y Como la lluvia. El primero muestra, desde el título, la orientación estudiada aquí. “Despoblación” es un poema sobrecogedor:

Entre tanta destrucción queda una parte edificante. En el zafarrancho general de la vida, en la guerra perpetua y la separación interminable, sobreviven, y nada puede ya borrarlos, el segundo de amor, el minuto de acuerdo, el instante de amistad. Basta para vivir agradecidos con esos nombres que no volveremos nunca a pronunciar. (p. 22)

En el segundo, se incluye el muy teológico “La caída”:

El tiempo no es eterno.
Acabará también como el Sol.
Lástima de verdad no estar aquí
para ver rencorosos la caída
del intangible inmenso que nos hizo
y con la misma naturalidad nos deshace. (p. 95)

Y, desde una voz epigramática, “El fin del mundo”:

El fin del mundo ya ha durado mucho
Y todo empeora
Pero no se acaba (p. 94)
Los versos se transforman en escepticismo melancólico con pocas notas de esperanza, es verdad, pero redimidos por la capacidad lírica de sobreponerse para decir lo que el paso del tiempo produce en el sujeto hablante: poesía, apocalipsis y fugacidad. Desde esa tesitura, para terminar, leamos estos poemas:

De sobra
Al planeta como es
no le hago falta.
Proseguirá sin mí
como antes pudo
existir en mi ausencia.
No me invitó a llegar
y ahora me exige
que me vaya en silencio.
Nada le importa mi insignificancia.
Salgo sobrando porque todo es suyo. (p. 63)

Palinodia
Me arrepiento de todo lo que dije
y de cuanto callé.
Pido perdón al silencio.
Lamento haber interrumpido la Nada. (p. 88)

Plegaria
Dios que estás en el No
bendice esta Nada
de la que vengo y a la que regreso. (p. 94)

Con una reminiscencia bíblica más, procedente, otra vez, de Siglo pasado:

Diluvio
Ahora la lluvia le dice basta a la tierra.
Quiere recuperar lo que fue suyo. Desde hoy
todo será de nuevo el absoluto imperio del agua.

Se reblandecen y se vienen abajo
los monumentos erigidos para glorificar nuestra nada,
para creernos un poco menos efímeros.

Sólo hubo un Arca. Sus vestigios se pierden
en el Monte Ararat inalcanzable. Ya no hay salida.

El aire mismo está anegado de lluvia.
Lo que era el sol se ha vuelto apenas la sombra
en donde cae para siempre la lluvia.
No arde la luz enteramente construida de agua.

Nadie pensaba que el mundo
se iba a acabar otra vez por la lluvia.
(p. 27)

*****

1 L.C.-O., “José Emilio Pacheco, Premio Cervantes”, en Magacín de Protestante Digital, 8 de mayo de 2010, www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/1810/Jose-emilio-pacheco-premio-cervantes.

2 V. Quirarte, “José Emilio Pacheco”, en Los días que no se nombran. Selección de poemas 1985-2009. México, Asociación Nacional del Libro, 2011, p. 26.

3 N. Binn, “Los indicios del fin. La poesía ecologista de José Emilio Pacheco”, en Literatura y Lingüística, Santiago de Chile, 2011, www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112001001300010.

4 L.C.-O., “José Emilio Pacheco, un enamorado del lenguaje bíblico”, en Encuentro, revista del Presbiterio Juan Calvino, julio de 1991, pp. 4-7.

5 L.C.-O., Idem, en El Faro, revista de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, noviembre-diciembre de 1994, pp. 175-178.

6 L.C.-O., “El lenguaje bíblico en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Signos de Vida, Consejo Latinoamericano de Iglesias, septiembre de 2003, pp. 37-39.

7 C.D. Carrillo Juárez, “La poesía de José Emilio Pacheco y la tradición bíblica”, en P. Popovic Karic y F. Chávez Pérez, coords., José Emilio Pacheco: perspectivas críticas. México, Siglo XXI, 2006, p. 193ss.

8 L.C.-O., “El lenguaje bíblico en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Letralia, año XIV, núm. 213, 6 de julio de 2009, Cagua, Venezuela, www.letralia.com/213/ensayo01.htm.

 

 


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