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Hacer ciudadanía (4)
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Que nadie os engañe

Cuando parten el pan, están todos a la mesa, también los esclavos, los que no tienen ni dignidad ni nombre en su sociedad.
REFORMA2 AUTOR Emilio Monjo Bellido 15 DE FEBRERO DE 2014 23:00 h

Una de las señales reiteradas de las iglesias que llamamos del Nuevo Testamento, que del Nuevo Testamento (como libro) solo tenían un trocito, es que al poco de fundarse, ya están en serio peligro de corrupción por medio de errores de doctrina o conducta.

A los cristianos de Colosas se les advierte para que no se dejen engañar por medio de falacias persuasivas. Pero eso es algo común a todas las iglesias. Para nosotros hoy no caer en esa persuasión falseada, y ponernos a la tarea de hacer ciudadanía con falacias, o caer en la falacia de no hacerla, debemos atender mejor a lo que se nos dice por quien es la Verdad.

Nos acercamos a esta iglesia (o cualquier otra de la época) y aprendemos. Habían recibido el Evangelio; de todos los sectores sociales componen una sola iglesia; tienen un mismo Señor, un mismo bautismo, una misma fe; comparten una misma mesa donde parten el pan anunciando la muerte del que vive. Resulta que, además, confiesan ser de una misma comunidad con otros cristianos en otros lugares, y tener una misma esperanza con ellos, disponer de una misma herencia; incluso son iguales con los cristianos judíos. Eso se muestra como testimonio cuando parten el pan, están todos a la mesa, también los esclavos, los que no tienen ni dignidad ni nombre en su sociedad. (¿También los niños? También; qué gozada; como en el cielo. ¿Habrá sacerdotes en esa mesa? No. Esos están en la del diablo, y ofrecen su hostia; aquí es la propia comunidad la celebrante.)

Los vecinos y las autoridades, que se han enterado confusamente de algunas cosas que creen en esa iglesia, están asombrados. Resulta que dicen que todo trabajo es honroso; que trabajar con las manos no es propio de esclavos; también dicen que su comunidad, su iglesia, aunque está en localidades, es universal, católica. El remate es que dicen poseer una herencia común en el cielo, que nadie les puede quitar, y que no se mengua ni crece, que es toda gloriosa. Todo eso por causa de un tal Cristo, que dicen que es el Señor, ante el cual toda rodilla se doblará.

Están esos vecinos algo confundidos porque algunas de las cosas que estos creen les suena a lo que creían otros vecinos antiguos, los judíos. No serán lo mismo, porque no están juntos; los nuevos se reúnen en sus propios lugares, no van a la sinagoga; además, de los propios de la sinagoga ahora se reúnen con éstos, y parten el pan que llaman de la comunión con ellos. Incluso estos cristianos dicen ser el pueblo de Abraham, Isaac y Jacob; que ellos son el Israel de Dios, en comunión, eso sí, con todos los creyentes de antes. Sobre todo las autoridades, se han enterado de que en algunas ciudades esos judíos incluso han perseguido e intentado liquidar a gente como esta que ahora se encuentra entre ellos.

De todos modos las autoridades han optado por considerar a estos como una sección del judaísmo, pues tienen muchas cosas en común, sobre todo lo del Mesías, aunque estos dicen que es un tal Jesús que lo crucificaron y ha resucitado. Lo que queda claro es que los vecinos de la ciudad están recibiendo información contradictoria sobre esa comunidad. Unos judíos le han dicho que son impostores; otros incluso se han hecho miembros de ella, pero no tienen claro si los nuevos, los gentiles, deben guardar sus ritos antiguos. Los gentiles les dicen que tan nuevos son ellos como los judíos convertidos, que lo único antiguo es el pacto con un tal Abraham, y en él están todos contados.

Otros, sin embargo, han empezado a enseñar que esas costumbres externas son imprescindibles para que el Cristo sirva de algo, sin ellas, sin las obras de estos, la del Cristo no serviría. En algunas de sus iglesias esto ha sido un gran problema, incluso se sabe que procedieron a reunirse entre varias iglesias para tratar de poner algo de normas comunes sobre el asunto. Esa manera de proceder ha sido muy comentada en la ciudad, pues denota que efectivamente se ven como una sola iglesia, una comunidad universal, católica, aunque cada uno pertenece a la de su localidad.

Los vecinos de Colosas, aunque no creen, conocen, por los que le cuentan, que en esas comunidades cristianas, (también en la suya, que saben que ha recibido una carta de uno de sus maestros) lo que preocupa a sus maestros es que ese Cristo sea conocido bien, y que no se pongan cosas a su lado como si fueran necesarias. Aquí mismo se les ha dicho que nada externo es relevante para la salvación; y que tengan cuidado porque hay entre ellos muchos engañadores.

Tan recientes las iglesias, y con tantos enemigos dentro; eso es muy notable, aunque ellos dicen que así tiene que ser, porque hay un enemigo especial que siempre se opone a las obras de su Dios, y que los siervos de ese enemigo se visten como si fueran amigos y servidores de su Mesías. Así lo explicó muy ampliamente el mismo que les escribe esa carta cuando se despedía de los ancianos (que también llaman pastores y obispos) de la iglesia de la no muy lejana ciudad de Éfeso. Tienen claro que el enemigo no es exterior principalmente, sino de dentro. De entre ellos mismos dicen que se levantarán lobos rapaces para destruir el rebaño, y que eso lo harán con enseñanzas falseadas y formas de conducta propias de su padre, el Antiguo, como prohibir casarse y otras cosas.

Saben estos vecinos de Colosas que una comunidad como la que se ha levantado en su ciudad ha sido advertida por otro de sus maestros, un tal Juan, de que se debe recibir, hospedar, y enviar con los pertrechos necesarios a los evangelistas que suelen ir por las iglesias para edificarlas y anunciar a otros las cosas que creen sobre su Cristo; pero que tengan en cuanta a los que traen falsedades, que a esos no deben recibir sino expulsar cuanto antes. Y que se guarden de uno que desea tener el primado, de ser un santo padre sobre los demás (parece que se llama Diótrefes), y que impide la actuación de los que no se someten a sus dictados. Los vecinos de Colosas están asombrados por esas cosas, pues sacan la conclusión de que sus iglesias tienen autoridad, que sus comunidades pueden abrir y cerrar, y que cada uno es responsable de eso. No atinan a vislumbrar cómo saldrán con bien con ese modelo, cuando tienen tantos inconvenientes dentro de ellas mismas; aunque uno de los cristianos les ha dicho que su Señor estará con ellos, y los guardará hasta el fin.

En Colosas también se tiene un tema de conversación sobre esos cristianos que viven allí; resulta que en las últimas asambleas de actuación política en la ciudad eran un grupo bastante numeroso, quitando a los esclavos y otros que no tenían derecho a votar. Participan con los demás, pero ¿qué ocurriría si dentro de unos años son la mayoría? Han escuchado que entre los propios de la comunidad cristiana no lo tienen claro.

Unos dicen que su deber es imponer sus costumbres sobre los demás ciudadanos; otros proponen que eso no es su deber, sino convivir con todos en común con leyes comunes que sirvan para todos; incluso ya hay unos pocos que han enseñado que no tienen ni que participar en las asambleas, que lo mejor es irse a algún lugar apartado para vivir contra el mundo; otros les dicen que lo que se debe hacer es transformar a la propia ciudad como una comunidad apartada del mundo; en fin, parece que no lo tienen claro, y por lo que se ve ni veinte siglos bastarán para que se pongan de acuerdo, sobre todo porque ya la enseñanza que empiezan a publicar es la que dictan los que sus maestros señalaron como siervos del Antiguo, que dicen engendrará a una iglesia suya, también católica, que es la Sierva, que lucha contra la Libre; ya la tenía antes con los judíos, pero ahora la ha renovado con su evangelio sin poder para salvar que ha metido entre la de su enemigo; a esa sierva la llama uno de sus libros la Grande, y esa es la que se impondrá por un tiempo, y con ella estarán todos los esclavos, los súbditos de coronas triplicadas; en sus trapos de inmundicia se ampararán todas las iglesias locales que no tienen al que vive, aunque ellos verán a esos trapajos como adornos, poder y gloria; de tal manera que cuando caiga la Grande y se descubran sus vergüenzas, llorarán.

Ya viene la hora; sabiendo qué hay dentro de la Grande, que está derramada en sus supercherías anticristianas por todo el mundo de la cristiandad, nos ponemos a hacer ciudadanía desde la Libre. Todos aquí en la tierra caminando, desde la absoluta autoridad del Cristo y el poder de Dios para hacer cuanto su voluntad y designio ha determinado, hablaremos de religión y de política.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

ikari
20/02/2014
22:12 h
1
 
Ya fui moderado en un articulo por criticar a éste autor. No se si me es permitido criticar el estilo apocaliptico - futurista del Sr. Monjo, pero saludable sería para él y sus seguidores, que se tomen un tiempo para reflexionar sobre el artículo del Sr. Juan Stam (http://www.protestantedigital.com/ES/Magacin/articulo/6273/Juan-stam-leamos-el-apocalipsis-en-clave-pastoral) donde en pocas palabras nos orienta claramente como leer el Apocalipasis. Es mi humilde recomendación.
 



 
 
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