Para hacer ciudadanía como redimidos, en un medio que está también redimido por la obra de Cristo (en él fueron reconciliadas todas las cosas), pero que está ordenado por los que siguen muertos en su pecado, y al servicio de quien es el destruidor de lo creado, es una tarea dificultosa, llena de equivocaciones y daños mutuos. Pero hay que hacerla.
Podemos acudir a una iglesia local recién nacida, y allí ver cómo va la cosa. Por ejemplo, a Colosas. Algunos han escuchado y creído la palabra de Verdad, el Evangelio de su salvación. Cristo que los llevó con él en la cruz, ahora se encuentra con ellos resucitado, por su Espíritu. Él ya los conoce, ellos ahora empiezan a conocerlo. Los ha sacado de la muerte y ahora están vivos de entre los muertos. Son una nueva creación; y forman una comunidad, pues todos tienen el mismo Redentor, y por todos se pagó el mismo precio; cada uno ha valido la persona del Cristo, ni más ni menos.
Allí en Colosas (pongan otra ciudad donde haya una iglesia si les parece) el Evangelio ha llegado, y lo han recibido, gente variada. Algún judío, maridos, esposas, ricos, pobres, esclavos, amos de esclavos… A todos, a todos sin excepción, se les informa de lo que son en Cristo, y qué es Cristo para ellos. Todos, por ser resucitados con Cristo, deben tener su palabra en abundancia, ser agradecidos, cantar… Deben enseñar y exhortar unos a otros; no hay exclusión (maridos, mujeres, hijos, esclavos, libres…). Lo anterior ha pasado, ahora son nuevas todas las cosas. Todos tienen una nueva identidad; todos cantan.
Todos han sido comprados; tiene un Señor al que pertenecen, y deben servirle. Todo para el Señor, dando gracias a Dios Padre. Son miembros de un cuerpo; parte viva de un templo; ciudadanos de una ciudad celestial; con esperanza… Y están allí en Colosas. La nueva creación a la que pertenecen, la congregación de los santos, tiene un orden establecido por su Dueño. Manda en ella el Espíritu Santo; da dones, reparte, edifica. En ella hay gente que ha entrado hace poco; otros son más antiguos. Unos han crecido casi nada y son infantiles; otros son más maduros. Caminan juntos. Esa es la iglesia de Colosas, que forma parte de la Iglesia que el Señor ha lavado, redimido, y presentado a sí mismo, sin nada de qué avergonzarse; su Señor le ha sido hecho sabiduría, santificación, justificación… Y como está caminando, recibe advertencias, consejos, mandamientos…
El rico, muy rico, o el esclavo, muy esclavo, que se convirtieron, ahora tienen lo mismo en Cristo. En la nueva ciudad su voz vale lo mismo. (Otra cosa es la autoridad que esa Iglesia tiene, y su ministerio; ya llegaremos, d. v., a eso.) Si tienen que reunirse para, por ejemplo, expulsar a un falso hermano, todos tienen la misma voz. (Ya sé que luego la cristiandad no funciona así.) La esclava, muy esclava, que no tiene ni nombre en la sociedad de Colosas, ahora en la iglesia de Colosas tiene un nombre dado por quien la llevó con él en la cruz, y la hizo santa y sin mancha; reina y sacerdote con él; su palabra que nada valía, en la iglesia del Señor es una igual a la de otros. El reino al que pertenecen no es del mundo, ni se rige por sus cauces. (Vale, luego vendrá una cristiandad que sí lo hará; pero todavía no nos hemos ido de los primeros años en Colosas.)
Los ciudadanos del cielo; gentiles, judíos, ricos, pobres, hombres, mujeres, casados, solteros, padres, hijos, libres, esclavos… tienen que hacer ciudadanía en la tierra. Estos allí en Colosas. Y lo tienen que hacer sirviendo al Señor, al Dueño, a cara descubierta; como para él y no para los hombres; pero por ser temporal su actuación, es con los hombres, aquí en la Historia. ¿De qué disponen? Del fundamento de Apóstoles y Profetas, con la principal piedra del edificio siendo Jesucristo mismo; así se edifica la propia Iglesia, y desde ahí se hace luego ciudadanía en la ciudad terrena, donde vamos de paso. No poseen la Biblia. Si alguno podía acceder al Antiguo Testamento (en su traducción griega) era un privilegiado; los judíos sí, pero la mayoría de los gentiles no. Se les pide que abunden en la palabra de Cristo, pero tienen poco de ella. La palabra verbal de los predicadores, de los maestros; de ahí la importancia de que sean fieles; y la miseria del destino destructivo de los que son falsos, y enseñan falsedades; son de su padre. En este tiempo ya los había, como todo el Nuevo Testamento señala, y luego proliferan tanto que llenan la cristiandad, quedando la Iglesia cristiana reducida, hasta que llegue el tiempo cuando la Grande, sea descubierta en sus adulterios, y caiga. (¿Y ese ruido? Es que ya se viene abajo; ya huelen sus vísceras; aunque muchos quieren taparla con sus vendas.) O sea, que tienen que hacer ciudadanía en medio de una ciudad terrena, y con el estorbo de una iglesia apóstata; no es fácil. Pero hay que hacerlo. Mal lo tuvieron ellos; como nosotros.
Tienen la enseñanza de Pablo que les escribe una carta. Los que corrompieron el cristianismo, los anticristianos, de su padre el Antiguo, y fundaron la cristiandad con su vicario, llenaron a las congregaciones de sus ideas, de su palabra. No hicieron ciudadanía como cristianos, que no lo eran, sino que a la iglesia la hicieron ciudadana de la tierra, con sus ideas y leyes. No llevaron luz, que no la tenían, sino que metieron en la iglesia sus tinieblas. (Estaba ordenado, no pasa nada.) El mensaje de su evangelio fue el de sus filosofías y huecas sutilezas. En esa carta, que sí es luz, Pablo avisa de las tinieblas.
Han querido unos por un lado, otros por otro, quitar de en medio al buen apóstol. Unos han prohibido a la Biblia (sí, Roma), otros prohíben que ese libro sea lo que dice ser. Dicen estos que su enseñanza es tomada de su cultura; que no tenemos la Palabra de Dios mismo (aunque en un medio cultural, claro está), sino la de la cultura del tiempo. Pablo, por ejemplo, hablaría de la mujer como era propio de su cultura. ¿Dónde en la cultura grecorromana se dice que el marido es cabeza de la mujer? Eso sencillamente es escándalo para esa cultura. Tal unidad de ser; tal condición entre el hombre (ser completo) y la mujer (a medias) es impensable en esa cultura. Lo que Pablo dice sobre los que se echan con varones, que no entrarán en el reino de los cielos, ¿eso es de su cultura? Que el esclavo tiene la misma justicia y santidad que el más poderoso, ¿de qué cultura es?
Otra cosa es que se haya procurado, y a veces casi conseguido, hacer de la ciudad celestial, de la Iglesia que es de Cristo, que con él está en los cielos (aunque viva por un tiempo en la tierra), una “cultura”. En eso en Roma son maestros y tienen la primacía, pero ha habido muchas hermanas que se han vestido con sus trapos (bueno, corona, joyas, perfumes; al final todo es hedor). Ya lo dije en la anterior reflexión, cómo algunos protestantes quisieron hacer un edificio que fuese expresión de la “elegida”, de su iglesia. Siguen en la actualidad, con algunos cambios, pero todo lo que sale del brazo humano tiene grieta irreparable; al suelo toda su gloria.
La manera de vivir aquí en la tierra que el Nuevo Testamento (como unidad de palabra con el Antiguo) establece para los redimidos, los que Dios ha hecho libres, no se puede encajar en moldes religiosos o políticos. La pretensión de los que nos quieren esclavizar será siempre ésa: que ordenemos nuestra vida según un modelo, y que la obra de Cristo quede a su merced; sin ese modelo no hay salvación; Cristo ha sido secuestrado en un sagrario y solo puede salir a cumplir lo que le ordene el sacerdote de turno (Roma en esto tiene la primacía; se le concede; pero hay sacerdotes por todas las iglesias hermanas de la Grande, que también tienen sus sagrarios particulares). Nos dice la Escritura, nos dice el Señor, el Dueño, el que nos ha liberado, que la mujer se sujete al marido. Ya están los clérigos de sagrario estableciendo cómo será eso; ya están ordenando el ritual del sometimiento. No; precisamente ese mandato es transformador porque no es del hombre. En el Señor; de eso se trata. No “en los directores religiosos” de sagrario. No en los “sacramentos” de humana invención. Libres. Libre la mujer, libre el esposo.
Que el deber del otro no sea usado para oprimirlo o anularlo a favor del fuerte (el que sea), para quitarle su condición; si así ocurre ya no puede “cumplir” su deber como conviene (como libre), se le estará quitando su derecho a cumplir su deber. La mujer, por ejemplo, debe someterse, sujetarse, a su marido; no se trata de que el marido “someta”, sujete, a su mujer; ella es libre, si el marido la amarra y sujeta a su interés, éste ha roto el mandato de la Escritura, es rebelde contra Dios. Lo mismo con los hijos. Criadlos en la disciplina del Señor. Sin asfixiarlos. Pero de inmediato salen los “sacerdotes” de turno, e imponen cómo tiene que ser eso. Ayudémonos; claro que sí. Pero no nos hagamos esclavos de nadie. Eso vale para la mujer respecto al marido (y viceversa); eso vale para los hijos respecto a los padres. Todos sometidos al Señor. Así se edifica la Iglesia (nada que ver con la Grande ni sus hermanas); con trabajo y dificultad; sobrellevándonos unos a otros; cada uno sosteniendo con sus llagas al llagado que tiene al lado; es que no hay otra cosa. Y todos perfectamente limpios en quien nos ha limpiado.
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