Redescubrir la Palabra en la Reforma supuso la aparición de escritos explicando la situación política. Esos escritos “políticos” son parte del inicio de la modernidad; sin ellos no se entendería la transformación social. Los principales provienen de personas con una teología, o influencia, calvinista. Tienen el denominador común de ser propuestas de libertad contra los tiranos; en algunos casos indicando que esa libertad se podía obtener por medio de la fuerza, es decir, que se podía legítimamente liquidar al tirano.
Otro factor común es su referencia a la Biblia, con especial presencia del Antiguo Testamento. Además, y creo que eso es sustancial, incluyen en sus propuestas los ejemplos, negativos o positivos, de la Historia general.
Hacen, pues, ciudadanía con la referencia a la Escritura y a la experiencia de los pueblos. Por supuesto, una imagen muy usada de modelo tiránico del que se deben liberar los pueblos, es el de la estructura papal; para señalarla emplean tanto la Escritura como la Historia general. Un ejemplo típico de esto es John Ponet (1514-56), en su antaño muy conocido texto Breve Tratado del Poder Político (y hoy tan olvidado).
Tenemos ahora nuestro presente, donde hacemos ciudadanía, pero corremos en la misma vía donde tantos caminaron. Aprendemos. No se trata de regresar a una época como si fuere un circuito sagrado, donde si consiguiéramos meternos tendríamos la solución a cualquier carencia.
Un dato que debe resaltarse es que los que usan la Biblia, no siempre sacan la misma conclusión para la acción. Me refiero al uso que hacen dentro de lo que llamamos Reforma.
Me parece fundamental que se separe un primer calvinismo (donde estarían nuestros reformadores) del que luego se asienta. Este primero coexiste con los gérmenes de lo que vendrá. Podemos encontrar ejemplos (el mismo Knox); quizás uno muy explícito sea T. Cartwright. Se trata de anular la propuesta de Calvino en la que se asume una separación de los principios respecto a la práctica de los mismos.
Se ha llamado a esto una “sima ética”. Conozco, reconozco, pero veo otra “ley” en mis miembros. El séptimo de Romanos siempre aparece para librarnos de los que nos tienen atrapados en las redes de la santidad exterior, de los fetiches sacramentales, de las jerarquías que diezman el comino y la menta y que no manchan sus limpias y rituales manos que clavan al Mesías. La nueva curia “protestante” que lucha contra la otra romana a ver quién tiene el mejor modelo externo de santidad. A ver quién “muestra” a la verdadera Iglesia. Y
no nos engañemos, o la santidad de la Iglesia la mostramos solo y exclusivamente en la persona y obra de Cristo, o lo que queda es basura, de unos o de otros, al final es la misma.
El presbiterianismo escocés, y Cartwright en Inglaterra, pretendían mostrar la iglesia “elegida” por medio de la disciplina externa. En consecuencia, requerían aceptar un solo modelo (igual que el papado), en el que los aspectos de conducta externa eran el adecuado y único medio de tener aquí la excelencia del cielo. La notable lucha por los “derechos regios de Cristo”, en no pocas ocasiones no era más que los hechos regios de los pastores, sus ideas. Tuvieron cosas muy acertadas, y otras repudiables. Una no menor; el corolario de estas premisas: la persecución de los otros. Hicieron un gran daño a la Reforma. Hacer ciudadanía con libertad nos coloca en un discurso que tiene que rechazar esas posiciones. Sin clara corrección se asentaron en las colonias de Nueva Inglaterra. Un gran estorbo.
La lucha contra la tiranía de la corona en Inglaterra, con su carácter absoluto, donde la esfera religiosa quedaba bajo su jurisdicción, se hizo desde otra “corona”, la de una forma religiosa, por muy “bíblica” que la pregonaran. Calvino no está ahí; los nuestros tampoco.
Los que sí están en la misma vía son precisamente los jesuitas. Unos ponen como lo superior a su papa, o el papado; otros a su forma externa de iglesia. Ambos luchan contra una corona tirana, desde otra. El Derecho Canónico es lo superior, para la corona o la sociedad: supremacía de lo eclesiástico. La forma religiosa (presbiteriana o de otro grupo) es lo superior: supremacía de lo eclesiástico. (Estas cosas seguirán saliendo, d. v., en próximas reflexiones.)
La sociedad nos necesita. La gente no es nada sin “nosotros”. Nos necesitan. Si quieren tener el cielo, lo supremo, la cura, que se metan en “mi” templo, en lo que yo he confeccionado. Porque lo he realizado como expresión cierta de los Principios supremos (ley de Dios o de la naturaleza), tienen que ser obedecidos como bien moral.
Los tiempos cambian. Ahora ese discurso se hace desde los sectores “políticos” (nacionales o internacionales). Nos dicen que estamos enfermos, y que ellos nos curarán con sus “herramientas”, sus medicinas o tratamientos; solo si cumplimos sus “ritos” tendremos adecuada calidad de vida, siempre en conformidad a nuestra enfermedad. Hacemos ciudadanía conociendo que eso antes lo hicieron los eclesiásticos desde un lado u otro.
Y lo rechazamos. Solo rechazando la tiara papal o protestante, se podrá, como cristianos, rechazar modelos de política, y ayudar a lo que entendamos que es mejor para todos. Poco a poco. El jardín se amplía.
Si quieres comentar o