Eran los días de la Navidad, tiempo en que queremos que todo sea alegría, celebración y paz. Pero ahí estaba él, solo, sentado en un restaurante con escasa clientela, sujetando con sus dos manos una taza de café humeante. La gente a su alrededor iba y venía con paquetes y regalos, conversando, riendo, en apariencia ajenos a cualquiera situación que pudiera afectar el gozo que parecían sentir. Uno tras otro, los villancicos tradicionales alegraban el ambiente. Y en un extremo de la mesa, con su tapa levantada y lista para entrar en acción estaba su computadora portátil.
El hombre, a quien para los efectos de nuestra historia llamaremos Teodoro, miraba sin ver; los ojos siguen instrucciones del cerebro, y ahora, su cerebro no mandaba órdenes; aunque sin dejar de trabajar, se había detenido en el rostro de su hija que cubría completamente la pantalla, por así decirlo. Era, la de su hija, una faz serena pero que no reflejaba alegría; más bien denotaba una resignada esperanza. Y también tristeza. E impotencia. Los ojos, fijos en los de su padre, parecían decir: “¡Papá, ayúdame!” Teodoro, con ese rostro querido cubriendo hasta los más alejados rincones de su pensamiento, no tenía interés en ver otra cosa que no fueran esas facciones sufrientes. Tomó otro sorbo de café y siguió mirando sin ver. El mundo a su alrededor seguía girando. Cumplía su rutina que nada ni nadie —solo Dios—puede interrumpir.
Después de unos momentos y casi como en cámara lenta, dejó a un lado la taza de café todavía a medio vaciar, atrajo a sí el computador y se dispuso a escribir. Era como si reaccionara mecánicamente a un chispazo de luz que de pronto hubiera brillado por una milésima de segundo en algún punto de su cerebro. Y que le sugería algo. Juntó las manos, entrecruzó los dedos, pensó unos segundos y...
“Querido amigo”, comenzó. “Vi tu foto un día de estos y tu mirada me pareció la de alguien en quien se puede confiar. No nos conocemos pero tu mirada pareciera decirme que no somos extraños el uno del otro. Debo confesarte que no soy dado a compartir mis penas con los demás; al fin y al cabo, Jesús tenía razón cuando dijo que cada uno debe tomar su propia cruz. Yo llevo la mía, dolorosa y pesada, como corresponde a alguien que ha aprendido a asumir su responsabilidad como esposo y padre; como cristiano. No obstante lo que acabo de decirte, he sentido la necesidad de pasarte por un momentito mi cruz para que me ayudes a llevarla aunque sea un tramo corto. Te aseguro que me darás un gran alivio”.
Hizo una pausa, quiso beber otro sorbo de café pero descubrió que lo que le quedaba ya se había enfriado así es que ordenó una segunda taza. Mientras esperaba, inclinó la cabeza e hizo una oración: “Señor, aviva mi espíritu, así como el café anima mis sentidos; y que esta nota que escribo pueda hallar eco en quien la habrá de recibir”.
Llegó su segunda taza, bebió un sorbo y volvió al computador:
“Te escribo para pedirte que unas tus oraciones a las nuestras. El caso es que a mi única hija mujer —tengo otros dos hijos varones, todos adolescentes— le han diagnosticado cáncer de ovarios por lo cual debemos comenzar, sin demora, un tratamiento intensivo de quimioterapia. Según las primeras deducciones médicas, existe el peligro que ya se haya producido el desplazamiento de células malignas a otras partes de su cuerpo, principalmente a sus glándulas mamarias. Mi hija está empezando a vivir; le gusta hacer planes y quiere disfrutar lo mejor de la vida. Somos creyentes y para ella como para nosotros, lo mejor de la vida significa vivirla muy cerca del Señor”.
Se detuvo. Se enjugó unas cuantas lágrimas que le aguaban los ojos y volvió a su café.
“Mi esposa y mis hijos” prosiguió, “quieren tener en mí el apoyo que necesitan. Y yo quiero y sé que debo dárselos pero no ha sido fácil. Si tú, amigo, has pasado por esto o por algo parecido, sabrás de qué estoy hablando. Por favor ora por nosotros. Mi hija, mi esposa, mi familia y yo te lo vamos a agradecer. La oración cambia las cosas”.
Fue esa nota, recibida la víspera de Nochebuena, la que me ha motivado a intentar de nuevo aquella cadena de oración intercesora que hemos mantenido, esporádicamente, un número indeterminado de creyentes desde principio de siglo.
Esta vez la invitación es a que unamos nuestras voces a favor de tres distinguidas y amadas hermanas en Cristo de Chicago, Illinois; Wilmington, Delaware y Miami, Florida. Cada una de ellas carga la pesada cruz de un cáncer contra el cual lucha la ciencia médica con todos los recursos que tiene a su alcance. Y aunque hay quienes vienen orando por ellas, y ellas mismas haciendo su parte para que su fe no decaiga, hemos querido llamar a los que sienten como un privilegio hacer realidad el concepto enunciado por el apóstol cuando dijo que “… los miembros [del Cuerpo de Cristo] se preocupen los unos por los otros…” (1 Corintios 12.25-26, NTV) para que acudamos a socorrer a quienes por ahora sufren y nos necesitan.
Incluimos una breve reseña de cada una:
Patricia Serrano,57, 4 hijos, esposa de Guillermo Serrano, misionero-comunicador de la Iglesia Cristiana Reformada con residencia en Chicago, Illinois pero con una parroquia que se extiende a todo lo ancho y largo de nuestro mundo latinoamericano, nos dice: “En abril de 2013, Patricia notó una dureza en uno de sus pechos. Una biopsia reveló un cáncer agresivo que la llevó en mayo a una mastectomía completa y a un tratamiento triple de quimioterapia que comenzó en el mes de julio de 2013 y finalizará en julio de 2014. Los efectos secundarios no se hicieron esperar: pérdida de apetito, caída completa del cabello, fatiga extrema y dolor en los huesos… hay días en que se siente más animada y con ganas de hacer cosas, como preparar la cena de Navidad y hacer aprontes para esperar el Año Nuevo”. “Patricia” sigue diciendo D. Guillermo: “se siente muy animada y reconfortada por los buenos deseos de todos los hermanos y familias en la fe que oran por ella…” (D. Guillermo Serrano mantiene activa su comunicación por Facebook. Se le puede encontrar bajo su nombre.)
Soledad López,66, 1 hija, “la Guerrera”, como le pusieron de apodo las enfermeras que la atienden en los hospitales Baptist y South Miami. De origen mexicano aunque ciudadana estadounidense radicada en Miami, trabajó con su esposo, Pedro, en el sistema escolar del Condado Miami-Dade hasta que en mayo de 2012 se le diagnosticó cáncer en las amigdalas. Ha estado sometida a una serie de 25 radiaciones fuertes con efectos secundarios dolorosos y mortificantes. Del total de radiaciones, aun le faltan 13. Dice: “De las amigdalas, el tumor se me trasladó al pulmón pero la oportuna intervención de Dios a través de los médicos evitó una metástasis invasiva. Yo he puesto mi vida en las manos del Señor de manera que cualquiera que sea mi futuro, soy de él y estaré donde él quiera que esté. Agradezco sus oraciones”.
J
udy Eck, 65, 1 hijo, con su esposo Gabriel Agostini, viven en Wilmington, Delaware aunque antes de radicarse en los Estados Unidos vivieron en Perú y en Venezuela, donde sirvieron como misioneros. (Judy es nacida en Chile y Gabriel es argentino.) Actualmente Judy lleva 15 años de enseñanza básica en un barrio de Wilmington. Su hermana Astrid nos dice: “el tumor maligno que le detectaron a Judy es extremadamente raro. Uno en un millón. Es un gastrinoma para el cual no existe tratamiento quimioterapéutico. La única opción humana es la cirugía y ésta se ha programado para el 13 de enero. De llevarse a cabo, los médicos esperan extirpar dos tercios del páncreas y el bazo. Oremos para que el cáncer no haya afectado otros órganos tales como el estómago, el hígado o el sistema linfático”. Astrid agrega que las palabras —e incluso la melodía— de un antiguo himno animan a Judy a seguir confiando en su Señor y Salvador:
Nada sé sobre el futuro,
Desconozco lo que habrá,
Mas si Él cuida de las aves,
Él también me cuidará.
Y al andar por el camino,
En la prueba o tempestad,
Sé que Cristo irá conmigo,
Y me guarda con bondad.
Muchas cosas no comprendo,
Del mañana con su afán,
Mas, un dulce amigo tengo,
Que mi mano sostendrá.
El futuro de estas tres amigas y hermanas nuestras es incierto si lo miramos desde la perspectiva humana; seguro, si lo miramos desde la perspectiva de Cristo. “¿No te he dicho que si creyeres, verás la gloria de Dios?” (Juan 11.40).
“Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21.22). Dios bendiga a todos los que quieran transformarse en un eslabón de esta cadena de fe y de oración intercesora.
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