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Sobre La Metamorfosis (1 de 2)
 

El insecto de Kafka

Siempre me fascinó ese crudo y directo punch al hígado que es el proceso de 'insectización' de alguien que, una mañana, se despierta convertido en una monstruosa cucaracha.
PREFERIRíA NO HACERLO AUTOR Jordi Torrents 21 DE DICIEMBRE DE 2013 23:00 h

Ilustración basada en La Metamorfosis, de Kafka.


A la hora de pensar posibles artículos para esta deliciosa y bizarra columna que comparto con Jándula & Alarcón suelo anotar en mi agenda posibles temas para no relegarlos al olvido. Para esta semana tenía anotados los siguientes: Los Chunguitos como mascotas de Tu cara me suena, El ocaso de Boris Becker y uno sobre una grabación de unos grillos que, a baja velocidad, parecen un coro celestial y fascinaron al mismo Tom Waits.

Pero en mi debate interior sobre cuál escoger (Becker ganaba puntos), Kafka pareció querer advertirme de que me acordara de él, que lo tenía algo apartado. Y ahí me ven, recuperando oooootra vez La Metamorfosis (quizá no es su mejor obra, pero atrapa) y dándome cuenta de que Gregor Samsa siempre está ahí. Es un nombre recurrente, es el protagonista de un libro al que debo volver de vez en cuando. Es una textura literatura que contradice aquello de que no hay que releer, que no hay tiempo para leer todo lo que uno querría. Gregor Samsa es Tom Sawyer, es Ignatius Reilly, es la poesía de Panero, de Hierro y de García Montero. Todos ellos, personajes o autores locos ribeteados de dejes de cordura, culpables de provocar vaivenes con la palabra, dominada hasta tal extremo que hace que, cuando uno intenta escribir, parece que esté cometiendo un sacrilegio.

Dedicar tiempo a juntar palabras cuando existe el corazón delator de Poe, los cronopios de Cortázar, la ballena blanca de Melville (Daniel Jándula ya tarda en diseccionarla), la sabiduría de los salmos bíblicos o los personajes perdidos de Graham Greene, es una temeridad. Pero Gregor Samsa, especialmente él, siempre está ahí.

Siempre me fascinó ese crudo y directo punch al hígado que es el proceso de animalización (o peor, de insectización, si se permite el neologismo) de alguien que, una mañana, se despierta convertido en una monstruosa cucaracha (aunque en el texto no se especifica que bichejo es). Hablamos de un aburrido viajante de comercio, rodeado de una aburrida familia que vive de su aburrido sueldo, y que nos abre un mundo de fascinación ante una situación sorpresiva, ante la cual incluso podemos sentir una primera noción de curiosa familiaridad. Es aquella sensación de encontrarse en un lugar extraño apenas despertar y no saber ni quién somos ni dónde estamos, esa frontera de la vida real con la que estamos dejando atrás. O sea, cuando no tenemos claro si preferimos quedarnos en una o en la otra. En el caso de Gregor, se ve transformado en insecto. Hasta aquí, interesante historia, inquietante libro y a por otro. Pues no. Tal como hacíamos con una rana o una lagartija en el laboratorio del instituto de secundaria (yo lo llamaba BUP), un día me entraron ganas de cortar ese libro a trocitos y osé intentar meterme en la mente de Franz Kafka (¡glups!). Empieza, pues, una inmersión en seco en un mundo con la presencia amenazante de un extraño insecto. Eso sí, para no aburrir más de lo habitual, lo dividiré en dos entregas con tres puntos cada una. Ojo eruditos: no soy un experto en Kafka (de hecho, no soy experto en nada) ni pretendo sentar cátedra:

1-La condición judía de Kafka
Jesucristo dijo que “Si permites que el que está en tu interior se manifieste, esto te salvará. Si no, te destruirá”. Evidentemente, no se refería a convertirnos en un monstruo, pero La Metamorfosis expresa la situación del hombre en un mundo incomprensible. Kafka se avanza a su tiempo con el texto, y lo hace en parte por su condición judía (y nacido en Praga, en lo que era el imperio austrohúngaro, un dato que, más que relevante, pretende ser un homenaje a Berlanga. Así, por la cara). El autor vivía –a pesar del rechazo de muchos teóricos sobre el tema– en un mundo en el que se encontraba rechazado por el simple hecho de ser judío. El hecho de que Kafka sea judío se puede palpar en algunas partes del proceso de animalización de Gregor.

Sólo hay que comprobarlo en aspectos como algunas de las 613 leyes o preceptos (Mitzvot) de la Torah, la ley de vida de los judíos, dada por Dios a Moshe (Moisés). Entre estos preceptos encontramos alguno que se puede relacionar con el texto de Kafka; así, uno indica que hay que comer frutas y verduras totalmente limpias, especialmente de insectos. Aquí parece surgir una transgresión por parte de Gregor, y por partida doble. Él mismo es un insecto –ya simboliza una impureza– y rechaza fruta fresca cuando su hermana Grete se la ofrece por primera vez. No descubro nada si digo que para los judíos la comida tiene que cumplir el precepto Kasher, es decir, tienen que ser limpios y puros, pero hay algunos alimentos que no lo son. Uno es la leche de origen animal, que tiene unos efectos negativos en el alma humana. Gregor, ya no humano, toma la leche que la hermana le trae, pero, a pesar de ser su bebida favorita, cuando la prueba no le gusta y se aparta con repugnancia. Además, el bol con el que se la bebe es recogido por ella con un trapo, como si cogiera algo impuro.

Otro precepto es el que obliga a colocar una Mezvá (un pergamino) en el marco de las puertas, con un texto que recuerde que hay que cumplir las Mitzvot. Gregor no sólo no lo tiene, sino que tiene colgado un dibujo que muestra una figura femenina. A pesar de no tenerlo colgado en el marco, las puertas son un elemento clave en el relato, puesto que son la frontera física y psicológica de Gregor con su mundo más cercano hasta aquel momento, su familia.

El tercer libro del Pentateuco (o la Torah) es el Levítico (o Vayikra), que muestra un amplio abanico de animales, con unas características muy determinadas. Algunos, como el cerdo o el conejo, tenían la prohibición divina de ser comidos por los judíos.Algún otro animal recibe la consideración de impuro, como la tortuga, la salamandra, la babosa o el camaleón, por el hecho de que se arrastran por el suelo. Explicación aparte merecen los insectos, que según el mismo Levítico, tampoco salen demasiado bien parados. El capítulo 11 es un conjunto de normas sobre la pureza o la impureza de diferentes animales, que son clasificados como cuadrúpedos, animales acuáticos, pájaros e insectos. En este último apartado, el texto dice: “Todo insecto alado y que se arrastra con cuatro patas, lo consideraréis una cosa detestable. Pero podéis comer los insectos alados y con cuatro patas que tienen dos patas más detrás para poder saltar. Podéis comer, pues, las diversas especies de saltamontes, langostas, argol y hagab. Todos los otros insectos alados y con cuatro patas los consideraréis una cosa detestable”.

Así, el texto sagrado considera impuros algunos insectos, aunque no más que a alguna otra especie animal. El tipo de escarabajo o cucaracha en que se transforma Gregor tampoco parece encajar en la descripción que Levítico hace de los insectos impuros. Es más, si damos como buena la teoría de Vladimir Nabokov (por favor, dejen este incoherente artículo y ataquen su imprescindible Curso de literatura europea) de que Gregor tiene seis patas, entraría dentro del grupo de insectos susceptibles de ser comidos por el hombre, como un tipo de símbolo de total sumisión de la transformación de la persona en animal. El concepto de cambio negativo en Gregor también puede ser contrastable con el proceso positivo de transformación que Jesús vivió ante tres de sus discípulos escogidos, Pedro, Jaime y Juan. Es la transfiguración, acontecimiento visible de la glorificación de Jesús, que pasa de persona a una figura “con la cara resplandeciente como el sol, y sus vestidos, blancos como la luz”. Es el proceso inverso al que vive Gregor, que también lo hace ante tres personas, número –como las tres partes del libro– nada casual en Kafka. El concepto de impureza equivale a ensuciar, a contaminar, que es lo que acaba haciendo Gregor a medida que pasan los días y se mantiene en la habitación; la convivencia con la suciedad va siendo algo normal en él.

2-La transformación en animal como símbolo
William Shakespeare habló de “esta parte oscura que reconozco como mía”, una parte que Kafka la expresa con la cucaracha (que sí, que no queda claro que bicho es), con la presencia de un animal que juega un papel importante en el simbolismo, puesto que recoge la herencia de aspectos paganos como el totemismo o la zoolatría (¿hace falta recordar al becerro de oro, por ejemplo?). En la lucha entre hombre y animal, la victoria del primero puede acabar con la sumisión o la muerte del animal. En el caso de Gregor, esta lucha es más psicológica que física –aunque en algunos pasajes sí que lo es, especialmente con el padre– y acaba con las dos consecuencias mencionadas: pero es Gregor quien se somete y muere.

Históricamente, varios autores han escrito Bestiarios, con algunas características comunes. Una es el hecho de la jerarquización animal, que se basa en aspectos como el grado de complejidad y evolución biológica o los instintos. Gregor pertenece a la clasificación más baja, la de los insectos.

Los animales también son diferenciados simbólicamente entre Naturales y Fabulosos. Los segundos ocupan un espacio entre los seres definidos y el mundo informe. Son símbolo de la perduración caótica, de la transformación, de separación violenta de formas muy concretas del mundo real. Gregor vive plenamente este proceso, puesto que pasa de la figura humana –mundo concreto– a un insecto irreal (sí, no sabemos…). En algunos de estos seres la transformación es simple y parcial, hecho que presupone un carácter claramente positivo, como el ejemplo de las alas de Pegaso. Si la transformación es total –como Gregor– es negativo, con una carga de aspectos perversos.

La tradición hebrea da a los animales de transformación completa la capacidad de hablar, hecho que Gregor puede utilizar temporalmente. Otras clasificaciones hacen mención de los animales Lunares, caracterizados por el hecho que nacen por la noche y por el de mostrar cierta alternancia en su vida, con cortas apariciones y largas desapariciones periódicas: ¿Os recuerda a alguien?.La transformación de Gregor es la simbología del monstruo, la de las capacidades inferiores que se reactivan para resaltar las intenciones más impuras.

3-Sueños y vivencias en los diarios de Kafka
Nuestro hombre apenas publicó algunas historias cortas en vida, por lo que su obra no empezó a destacar hasta después de su muerte. Y todo, gracias a su amigo y albacea Max Brod, que desoyó la petición de Kafka de destruir sus manuscritos. El mismo Brod dijo que algunos de sus cuadernos “nos suministran la parte más sórdida del espectro de Kafka”. A pesar de recaer en el hecho de ir en contra de las teorías estructuralistas de entender el texto por si mismo, he considerado que las vivencias de Kafka pueden servir de pauta para explicar algunas de las cosas que el autor escribió, y más teniendo en cuenta que él mismo dejó constancia escrita en sus diarios.

El 9 de octubre de 1911 (La Metamorfosis se escribió en 1912) Kafka describe un sueño en el que pasea por unas casas y le llama la atención una cama en una habitación con las paredes sucias. ¿Es la madriguera futura de Gregor?. Ya al mismo año 1912, el día 17 de marzo, explica una nueva sensación que ha tenido al escuchar música, como un cambio sufrido él mismo en su percepción: “Mi manera casi inconsciente de escuchar. De ahora en adelante ya no me podré aburrir escuchando música. Este círculo impenetrable que, con la música, no tarda en dibujarse en mi entorno, ya no intento penetrarlo tal como hacía en balde en otras épocas. Y, aunque lo podría hacer, me guardo mucho de estropearlo...” . La reacción tiene cierto paralelismo con la que vive Gregor cuando su hermana toca el violín en el comedor. De hecho, el mismo Gregor se permite el sarcasmo de aumentar su conciencia de ser una fiera por el hecho que le pueda gustar tanto la música.

Pocos días después, el 25 de marzo, el autor escribirá: “El ruido que hacen al barrer la alfombra de la habitación del lado recuerda el de una cosa que se arrastra y se mueve a trompicones”. Las características de la animalización de Gregor van tomando forma también en los hechos cotidianos que Kafka observa en su vida.El 6 de mayo del mismo año Kafka tiene un sueño donde aparece una pared toda sucia de excrementos, por la que acaba arrastrándose, en un claro parecido a la actitud de Gregor y su fijación por colgarse en las paredes todo rodeado de suciedad. El único aspecto que no coincide es la posterior reacción del padre. En el sueño, se le echa al cuello besuqueándolo. Gregor no tiene la misma suerte.

El 17 de noviembre de 1913, hablando de otro sueño, vuelve a hacer mención de un montón de suciedad, y habla también de alguien que se esconde tras una tela negra. Pocos días después, el 4 de enero ya de 1914, Kafka explica la seguridad que le proporciona la sensación de sentirse escondido en un hoyo. El año siguiente, 1915, La Metamorfosis sale finalmente publicado y Kafka hace unas curiosas reflexiones los días 18 y 19 de enero, con unos hechos que lo acercan al Gregor que está a punto de convertirse en insecto: “He estado trabajando en la fábrica, de la manera inútil de siempre hasta las seis y media, he leído, dictado, escuchado y escrito. Al acabar, la misma satisfacción absurda de siempre....” relata el primer día, y “Mientras tenga que ir a la fábrica no podré escribir nada”, el segundo.

Lo más sorpresivo es un sueño que explica el mismo 19 de enero, y que parece un calco a la situación que vive Gregor cuando despierta y sabe que tiene que ir a trabajar. El texto dice: “Había quedado con dos amigos que el domingo haríamos una excursión, pero, inesperadamente, me quedé del todo dormido a la hora que nos teníamos que encontrar. Mis amigos, que conocían mi habitual puntualidad, se extrañaron, se dirigieron a la casa donde vivía, volvieron a esperarse un rato abajo, después subieron y llamaron a la puerta. Tuve un gran susto, salté de la cama sin preocuparme de otra cosa que de arreglarme y de no perder tiempo. En el momento de aparecer en la puerta del todo vestido, mis amigos, que estaban horrorizados, se echaron para atrás. ¿Qué tienes, detrás de la cabeza?, exclamaron. Desde que me había despertado me notaba una cosa extraña que me impedía doblarme hacia atrás. (...) Llevaba en la espalda, clavada, una espada de caballería gorda y vieja...”. La historia tiene claras similitudes con Gregor; la responsabilidad para cumplir con los horarios y los compromisos, el hecho de despertarse y encontrarse un agente extraño en su persona –la espada como contrapunto del escarabajo–, a pesar de que en el sueño, Kafka se libra de él, mientras a Gregor la situación le costará la vida.

Relacionar un texto con la biografía del autor es peligroso, pero Kafka muestra un mundo interior que se refleja en muchas cosas que escribe. El escarabajo (o lo que sea, de acuerdo) del libro es como un observador realista del mundo, diferente a cómo Gregor veía su entorno antes de que la transformación parara su ritmo frenético y práctico. La cucaracha-Gregor mira este mundo pero desde una condición de extrañado, y en una situación propia también incomprensible. Kafka no explica la razón de la transformación, porque la realidad de la que parte, el absurdo de la vida humana que a menudo se palpa en sus diarios personales, no tiene, tampoco, explicación.
 

 


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