Hace unos días disfruté por enésima vez viendo la mítica película “Carros de fuego”; pero esta vez, no sé porqué tocó mi corazón de un modo muy especial.
Supongo que prácticamente todos la habéis visto en alguna ocasión de vuestra vida.
Recordáis que hay dos protagonistas en esta película, uno es Harold Abrahams, y el que a mí más me interesa: Eric Liddle, quien era pastor evangélico además de ser corredor de élite.
Esta historia ocurrió en los años veinte, su inmensamente bella y conocida banda sonora es tan mítica como el resto de la película y está basada en el episodio bíblico del carro de fuego que arrebató a Elias al cielo sin ver la muerte, en medio de un torbellino.
Eric Liddle era escocés, hijo de misioneros en China, como os dije antes era pastor evangélico y también corredor de élite.
Y… llegan los anhelados juegos olímpicos de Paris, pero por esas cosas que ocurren en ocasiones, coinciden en domingo, por diferentes razones el día del Señor para los cristianos y, en este punto creo que casi ninguno de nosotros nos veríamos metidos en el conflicto espiritual en el que se vio envuelto el pastor Liddle; pero… respetando a todo el mundo, él, el siervo de Dios y recordando como unos domingos antes había reñido a unos niños que juzgaban a la pelota delante de la iglesia, se encontró frente a una disyuntiva: correr la carrera olímpica en domingo o renunciar a ella. Una decisión importante y muy difícil además de con fuertes consecuencias.
Este hombre de Dios pensó, oró al Señor de su vida y decidió que no debía correr en domingo. Nadie lo podía entender y enseguida lo llevaron a una reunión en donde estaba el Comité Olímpico Británico y el Príncipe de Gales, es decir, fue presionado por el más alto nivel deportivo y el futuro rey de Inglaterra que se suponía que era el jefe de la iglesia inglesa.
¿Os podéis imaginar cómo se sentía aquel hombre frente a todo aquello?... Pero Dios es fiel con los que le son fieles y en el último momento se solucionó la situación de forma milagrosa, el héroe escocés correría en martes.
Y llega el impresionante día de los juegos olímpicos... El estadio lleno, las opiniones encontradas y allí, aquel hombre de Dios, solo frente al mundo enfrentándose a algo muy difícil y sabiéndose cuestionado por muchos; pero sabiéndose apoyado por su Dios y ahí es cuando dice para sus adentros:
“Dios me hizo rápido con un propósito”.
Cuando iba a comenzar la carrera, Jackson Scholz quiere demostrarle su apoyo y cariño y le pone dentro de su mano un papel no pequeño con un texto bíblico escrito: “Dios honra a los que le honran”. Me impresiona esta escena, me emociona, me hace llorar!!!
Eran otros tiempos y los corredores se ponían otro tipo de ropa, llevaban botas con pinchos... Cualquier corredor de hoy en día quitaría todo lo que le estorbara en lo más mínimo, desde raparse el pelo hasta depilarse todo el cuerpo y a nadie se le ocurriría correr llevando en la mano sujeto aquel papel con el versículo dentro grabado con el fuego de Dios.
Aquel héroe escocés, pero básicamente hombre de Dios, recoge el papel, lo lleva con él durante toda la carrera y con sus ojos empapados en lágrimas corre con todas sus fuerzas y llega a la meta el primero.
Sé que casi todos conocéis esta preciosa historia, pero os aseguro que el Señor habló a mi corazón de un modo muy especial al ver la película esta vez.
Un hombre de Dios con un propósito y una disyuntiva tremendamente difícil, pero con una promesa: “Dios honra a los que le honran”.
Se enfrentó literalmente al mundo de su época, rechazó la oferta fácil, honró a Su Señor y fue inmensamente honrado por Él.
Después de esto se fue a la China y allí murió al cabo de unos años sirviendo en las misiones. ¿Tal vez te encuentras tú en alguna disyuntiva parecida? No lo olvides jamás, escoge el camino de Dios y serás honrado por Él, puede que tarde esa honra; pero llegará, ¡te lo prometo!, es Palabra de Dios.
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