Estas dos palabras suelen utilizarse en ocasiones como si fueran sinónimas. Sin embargo, ciertos autores emplean el término “globalización” para referirse a la relación económica creciente que existe entre todos los países del mundo y que hace posible el libre intercambio de bienes y servicios.
Uno de los primeros en usar este concepto fue Theodore Levitt en 1983. No obstante, otros sociólogos reservan la palabra “mundialización” para señalar la unificación progresiva del planeta que ha sido interconectado y se ha vuelto interdependiente gracias al desarrollo de la tecnología electrónica e informática.
Por tanto, según tales concepciones, la mundialización sería un fin en sí misma, algo deseable que contribuiría a la mejora social de la humanidad, mientras que la globalización se entendería sólo como un medio que, en la práctica, vendría a ser lo mismo que “capitalismo global”.
Independientemente del debate etimológico, lo que parece claro es que
ambos términos apuntan hacia la aparición del nuevo mundo que está naciendo a principios del siglo XXI.
Desde finales del siglo XX el planeta Tierra se ha visto inundado por una serie de novedades que han contribuido a cambiar radicalmente la vida del ser humano. Las computadoras y los chips electrónicos han inaugurado esta lista de innovaciones tecnológicas haciendo que las telecomunicaciones reduzcan el espacio y el tiempo en los que se desenvuelve el hombre. No sólo las coordenadas espacio-temporales pueden ser ya modificadas sino también la propia vida que caracteriza el planeta azul.
La manipulación genética ha roto las fronteras naturales que separaban a las especies y se perfila como la gran esperanza médica para el futuro. Los mercados financieros operan ya en tiempo real y a escala global controlados electrónicamente. De igual forma la economía capitalista se ha apoderado del mercado mundial, mientras que el imperio soviético y la ideología comunista que lo caracterizaba han desaparecido junto con la guerra fría.
Al mismo tiempo, en la mayoría de las sociedades
se está produciendo una lucha contra todo autoritarismo, así como una infravaloración del patriarcado tradicional que afecta decisivamente a la familia y al papel de la mujer en la vida social. Todo esto, que es nuevo en la historia de la humanidad, lleva a concluir a ciertos sociólogos que actualmente estamos ante la aparición de un nuevo mundo.
Sin embargo, no todo es bueno y justo en este nuevo mundo naciente. Como escribe el profesor Néstor García Canclini: “Es curioso que esta disputa de todos contra todos, en la que van quebrando fábricas, se destrozan empleos y aumentan las migraciones masivas y losenfrentamientos interétnicos y regionales, sea llamada globalización. Llama la atención que empresarios y políticos interpreten la globalización como la convergencia de la humanidad hacia un futuro solidario, y que muchos críticos de este proceso lean este pasaje desgarrado como el proceso por el cual todos acabaremos homogeneizados.” (García Canclini, N., La globalización imaginada, Paidós, Barcelona, 1999: 10).
A pesar de esta cara oscura de la globalización que intentaremos descubrir más adelante, lo cierto es que
no se trata de un proceso que afecte exclusivamente a la economía y a las comunicaciones internacionales. Lo global se ha colado en nuestra vida sin que nos demos cuenta, globalizándonos también la propia biografía.
Los contrastes económicos entre los países, la mezcla de distintas culturas, la contaminación del planeta, el perjuicio que supone desde el agujero de ozono hasta el SIDA, las vacas locas o la fiebre aftosa, la crisis económica, todo ello afecta y agita lo más íntimo de la vida humana.
La globalización no sólo ocurre fuera del individuo sino en el núcleo de la propia vida, afecta a la persona, a las relaciones conyugales, a la familia, al mundo laboral; influye en el círculo de los amigos, en la escuela, en la alimentación, en el ocio e incluso en la vida religiosa y espiritual. Lo global, se quiera o no reconocer, conforma absolutamente toda nuestra existencia terrena. De ahí la necesidad de estudiar minuciosamente el tema para saber cómo debemos vivir y cómo nos conviene actuar hoy frente a este nuevo fenómeno social.
Desde la perspectiva cristiana y con el fin de evitar los malos entendidos, es conveniente adelantarse a decir aquello que no es este fenómeno contemporáneo. En primer lugar,
no creo que la globalización sea el cumplimiento de ninguna profecía bíblica, como en ocasiones se sugiere, en el sentido de que guarde relación con la moneda del Anticristo, por ejemplo, con el famoso euro de la Unión Europea. (¿Por qué siempre tiene que ser el euro y no el dólar?). Tampoco creo que tenga que ver con ningún hipotético microchip que se implantaría bajo la piel de la mano o en la frente de todas las personas que serían así controladas por un futuro gobierno mundial.
La globalización no tiene nada que ver con la escatología ni con la profecía bíblica.
Hace unos años cuando la Unión Europea estaba formada por diez países, ciertos creyentes aficionados a la futurología pseudobíblica, empezaron a señalar que esta agrupación nacional era en realidad el cumplimiento de la profecía bíblica acerca de las “diez naciones”, los “diez cuernos” y los “diez reyes” de Apocalipsis. Al poco tiempo, cuando España y Suecia entraron también a formar parte de dicha Unión Europea, los números ya no encajaban. Eran doce países en lugar de diez. Los adivinos del futuro enmudecieron pero lamentablemente
sus obras publicadas contribuyeron al descrédito e hicieron daño a la extensión del reino de Dios en la Tierra.
Otro tanto ha ocurrido con el fin del milenio o con la figura del Anticristo, identificado con muchos personajes históricos, desde Nerón hasta Hitler y Stalin, sin embargo, ninguno de ellos ha llegado a serlo. No creo que tales especulaciones tengan algo que ver con el actual proceso de globalización. Pienso que con estos temas debemos ser sumamente cuidadosos porque la credibilidad del Evangelio puede ponerse fácilmente en entredicho.
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