A pesar de las afirmaciones de Freud en cuanto al origen de las religiones, hasta hoy no se ha encontrado la hipotética “religión primitiva” de la que, según se dice, habrían evolucionado todas las demás.
La etnología y la antropología contemporáneas afirman que es imposible hallarla mediante el método científico y que ni siquiera se la debe buscar. Entre los especialistas en historia de las religiones cada vez es mayor la convicción de que no es posible demostrar que una religión sea anterior a otra. Cada forma religiosa ha tenido su época y diferentes formas han podido también coexistir en el tiempo.
Por tanto resulta imposible determinar una sucesión precisa que lleve desde el animismo al monoteísmo, pasando por el fetichismo, totemismo y politeísmo.
No existen las fuentes necesarias para poder explicar históricamente el origen de la religión. No es posible acudir a los pueblos “primitivos” de la actualidad para deducir de ellos tal origen porque estos pueblos no son, en realidad, las auténticas culturas del pasado. También ellos han tenido una larga historia, aunque ésta no haya sido escrita.
Por tanto, “en lo tocante al origen de la religión no podemos ir más allá de las hipótesis, visiones, suposiciones, tentativas históricas y psicológicas” (Küng, 1980, ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid, 410).
Sin embargo,
una cosa sí parece ser cierta. Jamás se ha encontrado algún pueblo o civilización que no poseyera indicios de religión. El sentimiento religioso en el ser humano es algo universal, lo cual permite creer que la religión nunca dejará de existir mientras queden hombres.
De otra parte,
es verdad que la religión puede atar a las personas; es cierto que algunas formas religiosas esclavizan a las criaturas y las hacen extrañas con respecto a su entorno y a los demás seres humanos.
En algunos casos el sentimiento de culpabilidad que genera la creencia puede llegar a perjudicar la salud psíquica del individuo y provocarle un comportamiento neurótico e irracional.
En esto Freud tenía razón, para algunas personas la religión es susceptible de hacer que tales sentimientos produzcan neurosis individuales o colectivas. Sin embargo, estas críticas no agotan la autenticidad del sentimiento religioso o de la religión misma.
Es verdad que hay religiones autoritarias que poseen un marcado carácter alienante para los fieles que las profesan, pero también existen orientaciones religiosas que se preocupan por la persona humana y promueven su mejora radical.
La religión puede llegar a ser como un opio para las personas, -según afirmó Marx- como un tranquilizante social o un medio de consolación, pero no tiene por qué serlo necesariamente.
La religión puede convertirse en una ilusión, en una especie de neurosis o de inmadurez mental, -como señaló Freud- pero tampoco tiene que ser necesariamente así. El hecho de que existan creyentes alienados o neuróticos nada dice acerca de la existencia de Dios. El que se pueda o no explicar psicológicamente la fe o el sentimiento religioso no significa que Dios sea sólo el producto de la mente humana.
Decir que la religión es siempre psicología y proyección es equivocarse y dar una respuesta indemostrable.
¿Acaso el enamorado no proyecta también su propia imagen en su amada? ¿significa esto que su amada no existe o que sólo está en la mente del enamorado? ¿no es él quien mejor la conoce y está en mejores condiciones de comprenderla que cualquier otra persona que juzgara desde fuera?
El que los humanos proyecten su propia imagen sobre el concepto que tienen de Dios, nada dice acerca de la existencia o no existencia del mismo. Los argumentos psicológicos de Freud no refutan ni destruyen la idea de la existencia de Dios ni la autenticidad del sentimiento religioso. Quien crea que la crítica freudiana de la religión es concluyente se equivoca por completo.
El ateísmo de Freud es una hipótesis sin pruebas; el psicoanálisis no lleva necesariamente al ateísmo y las representaciones religiosas siguen siendo irrefutables.
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