Mi padre fue un pintor decorador de aquellos tiempos en que las casas bien, pintaban sus paredes con dibujos y zonas de los techos altos con hermosas cenefas con colores de oro y plata. Eran tiempos de confusión política y barrunte de dictadura. Idealista de justicia social; al estallar la guerra se fue de voluntario a defender los derechos populares y republicanos y de la refriega regresó con el corazón enfermo. Muchos años después supe que, posiblemente, fue una Cardiomiopatía hipertrófica.
Pasó varios años tras la guerra sufriendo del corazón, y fue con paz y un optimismo propio de su carácter, cuando murió unos meses antes de que yo naciera, dejando sola a mi madre, dos abuelos y a mi hermana de siete años.
Si hubieran habido los medicamentos y tratamientos adecuados que hoy hay y si él hubiese podido tener acceso a ellos, mi padre hubiera vivido más años, como pudiera haber vivido su primogénito, que falleció por unas fiebres a la edad de cuatro años.
¿Por qué me aventuro ahora en estas predicciones?. ¿Por qué puedo atreverme a decir que hoy mi padre, y también el hermano que no conocí no habrían fallecido?; en primer lugar, porque tales enfermedades hoy se curan con los adelantados tratamientos, porque –pues quiero alabar a investigadores y médicos‑ los porcentajes de curación de muchas enfermedades están elevándose constantemente en los últimos años, y porque en medio de tanto pesimismo, crisis y profetas de las desgracias, quiero mencionar algo que da esperanza.
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Desde el Corazón” creo que todos los médicos del mundo, sobre todo los que trabajan en el campo de la investigación, tristemente tan poco reconocidos, pueden afirmar unánimemente que hoy el ser humano vive más y mejor. Es un dato innegable. La vida del hombre se está alargando tanto hoy, que el problema –particularmente en los pueblos ricos de Occidente‑ es mantener ocupadas, activas y útiles a personas de 65 y 70 años que no son en absoluto inválidas, sino perfectamente aptas, capaces y eficacísimas.
Nunca el ser humano, excepción hecha de los tiempos Patriarcales, tuvo a su alcance tantos medios para vivir más y mejor. Hoy, una persona de 80 años –y también quiero honrar a estos nobles mayores‑ puede vivir activamente, con la ayuda y la vigilancia de la medicina.
“Desde el Corazón" percibo la vieja conciencia y enseñanza bíblica de que “prevenir es mejor que curar”, que por cierto fue un programa de T.V.E., cuando la tele se podía ver realmente allá por los 70. Así como las muchas campañas de prevención muestran nobles sensibilidades de proyectos sociales de la salud; y gracias a mu-chas Instituciones Cristianas –a quienes también quiero felicitar‑ este interés humanitario por la salud incluye al Tercer Mundo.
Ya estoy oyendo a ciertos quejumbrosos lectores recordarme que hay millones de personas que aún mueren por enfermedades como la malaria, la tuberculosis o la lepra; y es cierto también que las compañías farmacéuticas se ocupan más de las perspectivas económicas que de la sanidad mundial, y al día estamos de los indignos recortes de despilfarradores políticos, en increíbles dispendios, que sufren los medios de la salud pública; pero estos lamentables aspectos no deben impedir que vea-mos las facetas positivas, y sería injusto negar que hoy la medicina salva más vidas que cualquier época de la historia. Y necesitaría mucho texto para relacionar la cantidad de disciplinas médicas que se ocupan de mantenernos en buena salud.
“Desde el Corazón” doy gracias a Dios porque me ha correspondido vivir en este tiempo de ingeniosa medicina y si alguien me pregunta ¿y la muerte?, ¿cuál es el papel de la muerte en este proyecto de tu reconocimiento al avance médico?; pues simplemente diría que la muerte es inevitable, porque incuestionablemente el hombre no podrá vencerla. Pero la muerte no es el problema.
El problema es la vida: lo que cuenta es vivir, y poder hacerlo lo mejor posible, sanos y activos, con ayuda de la digna medicina. Y con esta ayuda, sentir el valor también, de cuidar la vida interior, la indiscutible y eficaz terapia de la vida espiritual. La que sabe dar valor a las cosas importantes y no esclavizarse meramente de las materiales. La que nos enseña a íntegros, enteros y felices en la sencillez, cuyo recetario nos exige huir de los caóticos, multitudinarios y contradictorios objetos y planes que nos rodean, porque si permitimos que llenen nuestras almas, ocuparán el lugar destinado a lo divino, y esto es salud para el ser humano. Millones y millones lo certifican.
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