La semana anterior hablábamos
sobre el sentido del trabajo en la vida del cristiano, cuál era el propósito de Dios sobre el trabajo y como el pecado lo distorsionó. Llegamos a la conclusión de que cuando trabajamos y nos esforzamos (aunque no seamos remunerados por ellos) reflejamos a Dios y le damos gloria.
Hoy seguimos con esta serie de artículos sobre el trabajo y el joven cristiano trasladándonos al origen, no al momento en que empezamos a trabajar, ni siquiera al que buscamos trabajo sino al momento que elegimos en qué dirección va a ir nuestra vida en todos los sentidos, incluido el laboral, me refiero a la adolescencia.
La adolescencia no deja indiferente a nadie, si le pidiéramos a nuestros mayores que echaran su vista atrás a su adolescencia a algunos les traerá recuerdos de una buena época, quizás mejor que su vida actual, para otros serán recuerdos un poco tortuosos. Pero
todos estarían de acuerdo en la importancia de la adolescencia como, quizás, la etapa más decisiva de la vida de una persona, no tanto por la responsabilidad de las decisiones que se toman, porque más que responsabilidad muchas veces es una época de irresponsabilidad, sino más bien
por la influencia que estas decisiones tienen a lo largo del resto de nuestra vida.
Muchos de los hombres y mujeres que se dedican a la obra de Dios tomaron sus decisiones en la adolescencia, parejas que siguen juntas después de 50 años de casados se formaron en la adolescencia, muchos jóvenes que abandonan la iglesia lo hacen en esta etapa de la vida. Es un momento clave en nuestra vida.
¡Qué decir de nuestra vida laboral! La adolescencia es el momento elección, y para muchos jóvenes es un trauma decidir que van a estudiar y a qué nivel quieren llegar. A los 14-15 años en 3º/4º de E.S.O. los chicos tienen que decidir qué camino escoger en su vida, bien una formación profesional o cursar bachillerato puede que con vistas a entrar en la universidad. Ante esto pueden surgir en el joven múltiples preguntas: ¿Qué estudiar si aún no sé a qué quiero dedicarme? ¿Por qué ir a la universidad si las personas que terminan de estudiar no encuentran trabajo? ¿Por qué esforzarme si lo más probable es que acabe sin encontrar trabajo? ¿Por qué buscar la excelencia en mis estudios si vivimos en un país donde el que llega más lejos no es el que más se esfuerza sino el que mejor “
colocado” sale o más aprovechado es?
“
Pasando de allí un poco más adelante, vio a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes. Y luego los llamó; y dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron.”
Mr. 1:19-20
Cuando nos planteamos qué estudiar, por donde dirigir nuestro camino debemos tener claro que por encima de todo Dios quiere que le sigamos. Si nos fijamos en los discípulos que escogió Jesús a él no le importó su currículum, había pescadores (Jacobo, Juan o Pedro), recaudadores de impuestos con fama de corruptos (Mateo) o nacionalistas fanáticos (Simón el Zelote) lo realmente importante no eran a que se dedicaban para mantenerse sino la labor que iban a realizar bajo la dirección del Espíritu Santo.
De la misma forma Dios nos busca a nosotros sea cual sea nuestra profesión, porque lo verdaderamente importante es lo que Dios puede hacer a través nuestra en la vida de las personas que nos rodean.
Cuando nos planteamos nuestro futuro no debemos buscar el éxito sino la relevancia. Exitoso nos habla de admiración, de ser destacado entre los que nos rodean, el éxito siempre va acompañado de cumplir los estándares deseados por las personas que nos consideran exitoso. En cambio
relevancia nos habla de marca, de dejar huella en la vida de las personas que nos rodean. Podemos ser relevante allá donde estemos aunque nuestro trabajo no tenga el
glamour de otros con más renombre, por ejemplo un ama de casa puede ser relevante en la vida de la familia, de la misma forma que un político en la vida de un país. Cuando el pecado llegó al mundo distorsionó la realidad de la función del trabajo lo más importante dejó de ser cumplir la voluntad de Dios para convertirse en lo que los seres humanos más ambicionan el poder y el éxito.
“
David sirvió a su propia generación conforme al propósito de Dios”
Hc. 13:36
David representa las dos caras de esta moneda, fue un hombre de éxito en todo lo que hizo, pero lo más importante no fue lo que ha llegado a nosotros sino la impronta que dejó en su generación, en aquellos hombres desesperados que guió en Adulám (
1 Sam. 22:1-2), en aquel tullido Mefiboset al cual dignificó cuando estaba condenado al ostracismo (
2 Sam. 9:1-13) o defendiendo aquella ciudad de Keila que ni el propio rey Saúl se molestó en ayudar (
1 Sam. 23:1-5).
Debemos tener claro que aunque no tengamos decidido qué estudiar si tenemos que tener claro que Dios quiere que nos gastemos en Él. Que usemos de nuestras fuerzas y de nuestro tiempo para hacer lo Él tiene planeado en nuestra vida, para servir a nuestra generación.
La elección de nuestra profesión debe estar marcada por este pensamiento. Debemos buscar a Dios y pedirle que él nos guíe en la elección. Esto es algo personal de cada uno porque elegir iniciar unos estudios es fácil, lo difícil y lo que nos va a llevar más esfuerzo es acabarlos. Por eso son tan importantes los buenos consejos en este momento y aquí entra la labor de los padres, hermanos mayores y líderes de jóvenes. Es el momento donde Dios puede guiarnos a través de la experiencia de personas que ya han pasado por este tipo de experiencias. El consejo personal es un arma muy poderosa en la vida de los jóvenes, por eso debe ser prioritario en la iglesia y en la familia invertir tiempo en dar buenos consejos a nuestros jóvenes.
Dios nos ha hecho a todos diferentes y debemos conocernos para saber qué estudios podemos afrontar y cuáles no, pero no viendo esto con un demérito sino teniendo claro que todo trabajo es de valor y lleno de significado para Dios. Para Él no existen trabajos de primera ni de segunda, sino que existen personas que se esfuerzan para hacer su labor de manera excelente y otras que no.
“
Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Js. 1:9
Vivimos en un país donde no sólo hay falta de trabajo sino que el que triunfa en él suele no ser el mejor sino el que tiene un “padrino” que le ayudeo el que más “
listo” sea en su puesto de trabajo.
Ante esta perspectiva un chico puede plantearse la conveniencia de esforzarse o no en sus estudios. “
¿Para qué? si luego no vale la pena” podrá preguntarse más de uno.
Pero la verdad es que la excelencia (Superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo) es una forma de alabanza a Dios. No nos esforzamos por contentar a nuestro jefe, ni para que nuestro profesor nos dé una palmadita en la espalda, nos esforzamos porque nuestro Dios no se merece nada menos que lo mejor en cada una de las áreas de nuestra vida, esto es muy idealista pero es lo que Dios pide de nosotros.
Cada uno somos diferentes y puede que igual que pasaba en
la fábula de Esopo nuestro 100% sea correr a la velocidad que iba la tortuga mientras que para nuestro compañero de clase el 100% sea correr a la velocidad de la liebre y puede que contrariamente a la fábula la liebre llegue primero, pero nosotros habremos dado gloria a Dios porque lo que Él nos pide es que nos esforcemos con todo lo que tenemos.
Ante esta etapa tan decisiva es imprescindible que como jóvenes cristianos tengamos claro que nuestro llamado es a servir a Dios con todos nuestros dones y capacidades, independientemente de los que cual vaya a ser nuestra profesión. Aprendamos a valorar los consejos de personas que han pasado por las mismas decisiones que nosotros y esforcémonos con todas nuestras fuerzas en todo lo que hagamos.
“
Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor”
Col. 3:23
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