Entre muchos pensadores y juristas superficiales de nuestros días, existe la tendencia a enseñar que todo acto humano es un reflejo sobre el que no debe ejercitarse una justicia exorbitada.
Consideran que una proeza generosa no es más digna de alabanza que un parpadeo, y que un crimen no es más trascendente que veinticuatro.
Tales pensadores y juristas creen que los hombres actúan condicionadamente de un modo o de otro, sin responsabilidad por sus buenas o malas obras.
Tratan de decirnos que el crimen, la violencia escolar, las violaciones, son causadas como: unos crímenes terroristas por el ansia de libertad de una Euskadi vasca, otras, por una insuficiencia de patios de recreo, o por las provocativas ropas de ciertas mujeres, o el colmo de unas fuertes impresiones de la infancia que convirtió al niño en un problema que le impidió ajustarse normalmente a la realidad y a sus exigencias.
¡Pobrecitos!, hay que ser bueno con ellos, dulcificar sus condenas, con que paguen 20 años de los 3.000 que tenían como veredicto por sus decenas de asesinatos, ya está bien.
Seamos buenos, buenísimos, deroguemos –dicen en Europa‑ esa ley Parot que tiene en cuenta todas las condenas. Esa bondad, sería interesante, si realmente se entendiese el concepto bondad, que muchas veces equivale en los falsos buenos, a mostrar piedad por los infractores de la ley, con los traidores a auténticos ideales y pisoteadores de los valores morales y de los mismos derechos humanos, que los malvados reclaman, pero que los aniquilan a sus víctimas. Esa falsa bondad podrá ser una emoción, pero no una virtud, como no lo es el hijo que mata a sus padres porque “pobrecitos son ya viejitos”.
“Desde el Corazón”
pienso que esos alegatos de disminuir las condenas de los probados asesinos, en pro de la bondad, se olvidan de que la auténtica bondad consiste en la perfección de la justicia.
La justicia está fundamentada sobre la ley. La ley es a su vez, el fundamento de la sociedad y el vínculo que mantiene unidos a los miembros que la constituyen. Sin ley, la sociedad se desintegraría. Es la ley quien protege a las personas corrientes del poderío de los hombres malvados y contra las maquinaciones, sin escrúpulos, del pícaro inteligente pero egoísta y ambicioso.
Es intolerable que el criminal saque provecho de su crimen. La justicia es necesaria como factor decisivo, debe ser tan clara y completa que enseñe a la sociedad que el crimen no es rentable. “Desde el Corazón”
pienso que un principio de incuestionable ética cristiana, es que la justicia no debe buscar solamente el proteger a la sociedad, sino también el bien y la posible regeneración del criminal, pero cumpliendo la condena completamente.
La filosofía de los “buenísimos” que no dan la importancia que tiene al justo veredicto de justa Justicia, mina y recorta la dignidad humana. Confunde la conducta, que es cosa humana, con el obrar por instinto, que es cosa de animales. No fabriquemos la maldad para poder hacer bondad.
Con esto quiero significar que nunca la genuina bondad y respeto por los derechos humanos puede convertirse en tapadera de la injusticia. O dicho de otra manera: la más elemental justicia es la primera bondad. Una bondad sin justicia puede convertirse en la más terrible de las hipocresías. Y una justicia barata en el más caro y frío de los cálculos.
Si se me nota algo indignado con la debilidad que ha mostrado el Tribunal Europeo, no es falta de respeto al ser humano, ni de bondad, sino precisamente todo lo contrario. En primer caso, es solidaridad con las víctimas del terrorismo y en segundo lugar, porque hay crímenes de tolerancia que equivalen a hacer bueno lo que se atenúa.
Los falsos “buenísimos” que pidan libertad para los asesinos, violadores, traidores, estafadores y otra gente parecida, alegando que hay que ser comprensivos y bondadosos, e incluso sin ser creyentes nos dicen a los cristianos que hemos de ser como Jesús, se olvidan que ese mismo bondadoso Salvador, dijo que no traía paz, sino espada, y al que arruinaba su vida espiritual, lo enviaba al llanto y al crujir de dientes.
Así como la madre demuestra amor a su hijo odiando la dolencia física que le consume el cuerpo, Jesús demuestra que ama la bondad odiando el mal que tantos estragos causa en las vidas y almas de sus criaturas. El médico que fuese tolerante con los gérmenes del Sida o de la poliomielitis, o el juez tolerante con el estupro, el crimen quedaría, a los ojos de la ética de Cristo, en la baja categoría de los indiferentes a la justicia. Una mente que nunca es severa ni se indigna, ignora la bondad genuina y morirá sin conocer la distinción entre el mal y el bien.
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