Cuento de terror, cuento de hadas

Comprar un disco por la cubierta y, en eras pre-internet, sin haber escuchado una sola nota era una práctica habitual entre jóvenes inconscientes en épocas algo antediluvianas. Pero poco podía pensar yo que ese (buen) hábito podría llevar siglos después a adentrarme en un libro de más de 500 páginas a partir de lo bien que me sonaba el nombre de su autora, sin ninguna referencia más.

Audrey Niffenegger, de entrada, parece más un pseudónimo, un nombre de pila dulce y de aureola cinéfila con un apellido áspero y algo barroco, como un(a) Marilyn Manson o un Black Francis de la música, que ahora cuchichea y ahora estalla en gritos.

Esta profesora de literatura en Chicago también es artista plástica, con cuadros y dibujos que hablan de muerte, de retratos extraños, de animales que parecen muertos los unos y directamente disecados los otros (la taxidermia, aquel oficio tan macabro como artístico, es también una de sus aficiones).

Niffenegger, de entrada, parece prima de la belga Amélie Nothomb, precisamente, por esta dualidad, por su deleite para escribir enfrentando vidas, la vida y la muerte, la locura y la serenidad. Como en Nothomb, los cementerios son casi un jardín, un punto de encuentro. Y como en Nothomb, un cierto punto de excentricidad la hace encantadora para el lector. Eso sí, mientras la belga nos ha (bueno, me ha) fascinado con una veintena de novelas, nuestra profesora de apellido cacofónico apenas ofrecía aquí su segunda novela en el año 2009.

Una simetría inquietantese presenta como una historia de muerte y de fantasmas, pero que nos acaba enfrentando con los miedos más cotidianos, con el deseo, con la vida. Valentina y Julia son hermanas, pálidas, jóvenes (20 años) y con una delgadez de aquella que envidian las otras chicas y quita el sueño a las madres. Y son gemelas especulares, es decir, que una tiene los órganos al lado contrario que la otra, y con un vínculo de aquellos tanto de cuento de terror como de uno de hadas.


Sí, de nuevo las dos caras. Viven con sus padres en los Estados Unidos y reciben una extraña herencia de una tía, Elspeth, a la que nunca han conocido y que era hermana también gemela de su madre. El testamento es tajante: las dos heredarán la fortuna y el piso de la tía, en un edificio victoriano junto a un cementerio londinense, sólo si van a vivir allí un año entero y su madre no mete nunca los pies.

En Londres las espera, literalmente, el fantasma de Elspeth, un espectro torpe y aprendiz del oficio, así como los otros vecinos del edificio: Robert, pareja de Elspeth, y Martin, un personaje clave en la historia, con un trastorno obsesivo compulsivo que lo tiene recluido en casa –y rodeado de tics, manías, productos de limpieza corrosivos y papeles de periódico evitando que la luz del sol se cuele por las ventanas–, y más todavía después de la reciente marcha de su mujer Marijke que, harta, se traslada a Ámsterdam.

La vida de las dos chicas entra en un mundo lleno de dualidades, de nuevo de vida y muerte, de espíritus y corporeidad, de realidades cruzadas, de cuerpos demasiado parecidos pero con almas que nada tienen que ver, de deseos, de temores, de libros antiguos y valiosos –Elspeth era una auténtica bibliófila, un alter ego quizá de la propia autora– junto a revistas que hablan de chismes sobre Morrisey y un viejo televisor que usan para seguir series frikis como Doctor Who.

Hay quién tilda la historia de novela romántica –que nadie se asuste, no hablamos de su acepción de novela rosa– o gótica del siglo XXI, con un protagonista añadido como es el cementerio de Highgate y sobre el que Robert escribe una tesis centrándose, especialmente, en la época victoriana, pudiendo estudiar así los excesos sobre el estatus, sobre la higiene y sobre temores a volver a la vida una vez hemos muerto (muchos, por esto, dejaban escrito que les cortaran la cabeza, para evitar resurrecciones inesperadas).

Un cuento de fantasmas y secretos familiares, pues, que arranca con un capítulo delicioso narrando la muerte de Elspeth –dicen que una muerte demasiada sobreactuada en cine puede estropear una película. Pues lo mismo en literatura– y que nos adentra en vidas llenas de rituales; de guiños a Dickens y Henry James pero también a Le Fanu; de vínculos inseparables; de intentos de desvincular la muerte de los recuerdos, y de encuentros con seres que tienen que saberse mover con desparpajo en una condición que la autora quiere que no olvidemos: la del alma.

Más información sobre la autora: www.audreyniffenegger.com