Un hilo conductor ha sido el que ha enhebrado toda mi obra de articulista –orgullo de este aprendiz de escribidor- a lo largo de más de 40 años, de mi casi ininterrumpida cita semanal. Hilo que ha girado en torno a
cuatro elementos que han sido cruciales en mi manera de pensar: la infancia, la fe, la ética y la vida.
Representan la nostalgia, el tesoro, la vivencia cristiana y la esperanza. Escribo de mi niñez porque fui muy afortunado, cuando recuerdo en mi memoria y por mis ojos pasan aquellos días de Nazaret, rodeado de campos y playas Mediterráneas donde en el premioso estival el mar era de planta baja y a mí me parecía que ni siquiera el agua necesitaba nadar. Vuelvo la vista atrás y presiento el ambiente afrutado de los campos de maíz, los caminos de morera que hacían unos techos de sombras de cretona verdes por los caminos de la huerta, y me descubro con los pies en las aguas transparentes de mis vecinales playas, donde a mano recogía frescos cangrejos y limpias tellinas.
Pero “Desde el Corazón” veo aún mejor, admirables personas cuyo recuerdo aún me educa y embellecen mis privilegiados años de infancia.
Cuando era niño, me gustaba, creo que como a todos los niños, estar enfermo.
Y fue en una de las sencillas crisis de enfermedad, cuando me percaté de aquella palabra que tantas veces encontraría en mi vida como signo de gran dignidad:
la palabra doctor.
Tanto para mí como para mis otros compañeros de “Cole Público”, el doctor era el ser mágico por excelencia, era el único en el populoso barrio y por tanto era el de todos: el ser que adivinaba, aliviaba y confortaba, y para alguien de mi edad, aquél que se hallaba cerca de mi abuelo y de mi abuela en el momento de su último respiro.
Pensaba que el doctor, estando presente tanto en el encuentro callejero como en el final de la vida, era el hombre que conocía todos los secretos de la vida y de la muerte. Así que a la edad de once años, y empezando a conocer el Evangelio, ya ambicioso, mi sueño era el de convertirme un día en médico yo también. En todo caso me ayudó a comprender el valor de ejercer con vocación.
El hecho era que además de médico, era un filósofo, que como él se decía, “lo era de andar por casa”, frase que alguna vez he repetido yo con la diferencia que la he dicho de mí como: un teólogo de andar por casa-En sus visitas, mientras realizaba su sabio quehacer, era capaz de hablar de Sócrates como el filósofo del discurso por la verdad, y del maestro Hipócrates como el galeno de la ética médica. Y creo recordar, aunque entonces no lo entendí, que el doctor entraba en la casa diciendo en un valenciano sin academia, algo así como: “vinga no us preocupeu, tot home que es queixa dels seus sofriments és un home sa, encara que ignori el serho”; (venga no os preocupéis, todo hombre que se lamenta de sus sufrimientos es un hombre sano aunque ignora serlo) y añadía que esa era la teoría del Maestro Hipócrates y de los grandes médicos chinos.
Así que ahora, yo, con bastante juventud acumulada pienso que el tal doctor tenía además de ternura con sus pacientes, una convicción de que el médico es aquel que impide que uno se enferme y al que ya no es necesario consultar –ni pagar‑cuando se ha caído en la cama.
Y cuando terminaba su fraternal consulta, al menos en mi casa, se le ofrecía el agua más clara, el jabón más fino y la mejor toalla, y mientras se lavaba las manos enseñaba que la higiene, era el arte de no enfermar.
Nunca vimos colgado en el despacho de su casa título alguno, y nunca supe porqué en el pueblo se le llamaba, eso sí, muy cariñosamente: “el veterinari”.
Pero he tenido que crecer mucho para apreciar su sabia filosofía, cuando decía: “el cansancio no proviene de aquello que se hace. Lo que se hace, si se realiza a fondo, con pasión, con toda el alma, no cansa nunca. Lo que cansa es el pensamiento de lo que no se hace”; y en estos tiempos “Desde el Corazón” y como alguien que cura almas, me digo: ¡qué sabio era el doctor!.
¿Cómo olvidar alguno de sus consejos a mi madre?: “… Cuando trabaje, trabaje bien, cuando repose, repose a fondo, cuando se distraiga, distráigase a fondo, y cuando coma o beba, hágalo a fondo, igualmente…”. Los tres primeros consejos, trató de seguirlos, el cuarto no, no comía a fondo, siempre me dejaba restos de la buena comida, para mí, pese a que yo había tenido mi ración.
Su visible cualidad era la de estar disponible a cualquier hora del día. Era devoto, gentil, jovial, y ponía mezcla de ironía y amor llamado humorismo. En sus recetas, ponía a los ancianos: “ninguna cura, porque no hay nada que curar: oportuno el uso del bastón” y cuántas veces oí decir a mi abuela que “el veterinari” decía: “envejecer significa tener todas las edades y entre ellas, la que significa ver a Dios más de cerca”. ¡Cómo tales recuerdos me ayudan en mi cura de almas!
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