En el siglo XIX en ningún otro país de América Latina se perpetraron tantos ataques violentos contra los protestantes como en México.[1] Cuando leí el anterior aserto, en la voluminosa obra de Hans-Jürgen Prien, me propuse que en algún momento intentaría hacer una recopilación de casos en los cuales se diera cuenta de esas persecuciones y sus trágicos saldos.
Aquí en
Protestante Digital he publicado once casos sobre persecuciones en el mencionado siglo. En casi todos ellos hubo muertos a causa de los violentos ataques. Con algunos cambios y añadidos los artículos van a ser conjuntados y serán publicados como libro. Adelanto que antecediendo los capítulos de la obra, como prólogo, incluyo “Carta a Carlos Monsiváis: a propósito de las persecuciones contra los protestantes en México en el siglo XIX”.
Desde las primeras conversaciones que tuve con Carlos Monsiváis, en 1988, hasta nuestros postreros encuentros, pocos meses antes de su deceso, uno de los temas recurrentes en las charlas era el de la intolerancia contra los protestantes y el casi absoluto silencio de sectores que él esperaba se solidarizaran con los perseguidos. Le irritaba que, por cierta inercia cultural, se siguieran reproduciendo estigmas contrarios a los derechos de quienes optaban por una creencia religiosa distinta a la tradicional y fuesen hostigados por ejercer esa elección.
Siempre interesado en la invisibilización, arrinconamiento y/o franca hostilidad contra las minorías, Carlos Monsiváis dio amplio espacio en su vastísima obra intelectual a las persecuciones simbólicas y físicas contra las minorías de distinta índole.
El
corpus de sus escritos en defensa de protestantes perseguidos en distintas épocas y lugares de México
no ha recibido atención debida por parte de la comunidad lectora de Monsiváis. Además de los escritos mencionados, siempre estuvo dispuesto a participar en foros, conferencias y mesas redondas sobre el tema.
Gracias a la insistencia de Carlos escribí un libro titulado El martirio de Miguel Caxlán: vida muerte y legado de un líder chamula protestante.[2]Siguió urgiéndome para que le diera cauce a la lista de persecuciones contra protestantes en el siglo XIX que había compilado, pero a la que no le había dado forma definitiva para ser publicada. Tras distintos contratiempos y vericuetos he completado la tarea, que será dada a conocer como libro por CUPSA y el Comité Pro Derechos Humanos y Tolerancia Miguel Caxlán.
En uno de los múltiples foros en los que Monsiváis nos acompañó expuso “al protestantismo mexicano lo
nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyen con frecuencia el linchamiento, el número de feligreses y pastores asesinados o abandonados muy mal heridos”.
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Retomo las líneas iniciales con las que inicié el presente artículo, lo afirmado por Jürgen-Prien, sobre que de toda Latinoamérica fue en México donde se cometieron el mayor número de casos violentos contra protestantes. Él sostiene que en el siglo XIX “el número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos”.
Para Prien el único protestante extranjero (norteamericano) víctima mortal de la intolerancia fue el misionero John L. Stephens, de la Iglesia congregacional. El hecho tuvo lugar en Ahualulco, Jalisco, el 2 de marzo de 1874. Junto con él cayo abatido por la horda linchadora Jesús Islas.
En realidad fueron por lo menos tres los extranjeros ultimados por la intolerancia motivada por la idea de que era necesario defender la integridad religiosa católica romana del país. El primero fue un protestante norteamericano (de oficio zapatero), asesinado en agosto de 1824. Me referí al caso en la primera entrega de la serie. Otro crimen es el ya citado de John L. Stephens. Y el tercero que he localizado es el de Henri Morris, victimado en el ataque sufrido por la congregación evangélica de Acapulco el 26 de enero de 1875 (caso también tratado en una entrega anterior).
El número de víctimas mortales proporcionado por Jürgen-Prien está tomado de un recuento hecho por una fuente periodística protestante: El Abogado Cristiano Ilustrado.[4] Pocos años después otro periódico, El Evangelista Mexicano (26/VI/1890),reportaba que “sesenta y cinco protestantes han sido asesinados por los romanistas en los muchos motines que la Iglesia romana ha levantado contra el Evangelio en México […]”.
[5] Abundaba en su consideración sobre la actitud de las autoridades católicas y sus órganos de información respecto de las persecuciones y sus trágicos resultados, ante los cuales “ni el arzobispo Labastida, ni ningún obispo o cura romanista, ni los periódicos de esa secta han dicho una sola palabra para hacer que los romanistas desistan de sus sanguinarios ataques contra sus hermanos. Según nuestro modo de juzgar, el clero tiene toda la culpa y toda la responsabilidad en estos casos”.
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Mucho puede escribirse sobre los argumentos esgrimidos por quienes, desde el punto de vista católico, intentaron explicar, en realidad justificar, los ataques contra los protestantes.
En el caso de John L. Stephens, el abogado del párroco Reynoso (señalado como el instigador de la turba que asesinó al misionero), hizo un amplio alegato para exculpar a su defendido. En la óptica de Juan Zalayeta la víctima es culpable por haber retado los valores tradicionales de la gente. Así lo dejó asentado: “El asesinato del desgraciado Stephens, es señores, una consecuencia de la poca prudencia con la cual han sido atacadas en nuestras poblaciones, las costumbres inveteradas, resultado de su antigua educación. Esos imprudentes apóstoles de nuevas doctrinas encuentran pocos prosélitos entre la clase indígena que, apegada a sus usos y sus creencias, mira con desdén y con odio, todo lo que de fuera nos viene”.
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En el siglo XIX contribuyó mucho a la estigmatización de los protestantes la imagen de ellos difundida por los medios oficiales y oficiosos católicos. Se les tildaba de anti mexicanos, aliados a los intereses políticos y económicos norteamericanos. Cuando en 1876 ya existían bien consolidados núcleos evangélicos en la nación mexicana,
El Amigo de la Verdad, que se publicaba en Puebla, se lanza por igual contra liberales y protestantes: “Aquí la impiedad y la herejía son antipatrióticas. Atacar aquí al catolicismo es combatir el vínculo más fuerte y duradero que ata a los corazones de los mexicanos, es combatir a la Patria misma. Hacer aquí profesión de protestante, es declararse francamente traidor a Dios y a la Patria y llamarse liberal es llamarse amigo de los enemigos de nuestra nación”.
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En buena parte los casos actuales de persecución contra protestantes mantienen continuidad con el molde mental del siglo XIX. Se les persigue porque son ajenos, extraños y peligrosos a una idea de lo que es, y debe ser, la cohesión social que no admite diversidad.
[1] Hans-Jürgen Prien,
Historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, 1985, p. 775.
[2] Editorial Cajica, Puebla, 2008.
[3] “Tolerancia y persecución religiosa en México”, en Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García,
Protestantismo, diversidad y tolerancia, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, 2002, p. 23.
[4] El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/II/1888, p. 2.
[5] Citado por Alicia Villaneda, “Periodismo confesional: prensa católica y prensa protestante, 1870-1900”, en Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton (coordinadores),
Estado, Iglesia y Sociedad en México, siglo XIX, UNAM-Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 355.
[7] La Voz de México, 12/IX/1874, p. 2.
[8] Alicia Villaneda,
op.
cit., p. 335.
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