El pasado mes de mayo se cumplieron 200 años del nacimiento de uno de los más lúcidos filósofos y teólogos del siglo XIX. Soren Kierkegaard. Nació el 5 de mayo de 1813 en Copenhague, Dinamarca, y murió en la misma ciudad el 11 de noviembre de 1855.
Su educación fue muy austera, inspirada en los principios religiosos moravos. En el hogar le mostraban a cada momento la imagen de Cristo crucificado “y niño aún –escribiría de sí mismo- era ya viejo como un hombre maduro, ¡Ay de mi! –exclamaba- ¿Por qué nueve meses en el seno de mi madre hicieron de mi un viejo?”. Una infancia tan singular anunciaba una vida singular. Así fue.
En 1840 se doctoró en Teología, pero no siguió la carrera eclesiástica. Se trasladó a Berlín, donde fue alumno del célebre filósofo alemán Friedrich Schelling, a su vez condiscípulo de Hegel en la Universidad de Tubinga.
Con tal bagaje filosófico Kierkegaard regresa a Copenhague. Al morir su padre heredó un pequeño capital que le permitió dedicarse sólo a la literatura y la filosofía. Escribió cerca de 30 obras, muchas de ellas firmadas con seudónimos.
Vive la satisfacción del instante, pero exalta por encima de todo la vida religiosa, que abandonó de joven y volvió a ella casi con dedicación de místico.
En su libro de 1844, EL CONCEPTO DE LA ANGUSTIA, muy comentado y citado, considera la existencia humana como una paradoja debido a que el hombre está suspendido entre su propia finitud y la infinitud de la eternidad.
En los últimos años de su vida se acrecentó en él la vocación religiosa. En defensa de los principios cristianos sostuvo una violenta polémica contra las tendencias racionalistas que imperaban en las iglesias protestantes de Dinamarca.
El pensamiento de Kierkegaard es uno de los principales precedentes del existencialismo.
El problema del individuo, finito, existente, el problema de lo irracional y de la muerte se identifican para él, puesto que su pensamiento es principalmente teológico-religioso-filosófico. Sus obras han influido notablemente en lumbreras del pensamiento como Heidegger, Jasper, Barth, Sartre, Unamuno y otros.
Pensar en Kierkegaard sólo como el filósofo de la angustia no es justo. Además de EL CONCEPTO DE LA ANGUSTIA y TRATADO DE LA DESESPERACIÓN escribió otros libros de alta pedagogía filosófica, como TEMOR Y TEMBLOR y DISCURSOS CRISTIANOS. Si se le llama filósofo de la angustia también se le podría llamar filósofo del amor. Ahí están sus obras DIARIO DE UN SEDUCTOR y EL AMOR Y LA RELIGIÓN. De hecho, leí hace unos cuantos años un libro titulado KIERKEGAARD Y EL AMOR. ¡Fantástico! Lo presté a un amigo que entonces residía en Costa Rica, Rubén Lores, y el libro jamás volvió a mí. Lores murió y quién sabe dónde puede estar el libro, que sigo considerando mío.
Carlos Goñi, en su obra titulada EL FILOSÓFO IMPERTINENTE, recuerda que Kierkegaard “no tuvo una vida tranquila: el autor de obras tan necesarias como “O LO UNO O LO OTRO, tan entretenidas como DIARIO DE UN SEDUCTOR o tan alucinantes como DIAPSÁLMATA, ponía en solfa demasiadas ideas y creencias como para que fuera visto sin aversión por sus contemporáneos”.
Justo. Pero
era exactamente lo que el filósofo danés pretendía. Sacudir las conciencias, espabilar las mentes, abrir los corazones para que en ellos entraran no precisamente las ideas filosóficas, sino las verdades divinas. Si Dios es posible, es necesario, sostenía. En el momento en que el hombre se posee sólo en lo temporal, descubre que el tiempo, lo temporal, es su pérdida. “Todo se detiene para él –escribe-. Entonces aparece la fatiga, la apatía. Esta apatía puede oprimir con tal fuerza a un hombre, que le haga parecer que el suicidio es la única solución. Aquí entra EL CONCEPTO DE LA ANGUSTIA.
Ortega y Gasset, a quien admiro y de quien acabo de escribir un largo ensayo sobre su vida y sus creencias, no fue justo con Kierkegaard, o no llegó a comprenderlo. El, tan delicado y afamado filósofo, tan respetuoso con las personas y con las ideas ajenas, escarnece a Kierkegaard, lo ridiculiza tildándole de escritor provinciano. En el tomo VIII de sus Obras Completas, páginas 300 a 302, escribe: “el romanticismo envenenó el cristianismo de un hombre histrión de raíz que había en Copenhague: Kierkegaard, y de él pasó la cantinela a Unamuno….Sobre todo se le ha subido a la cabeza el tosco aguardiente de romanticismo provinciano que fue Kierkegaard. Era este el típico genio de provincias. En la miseria ambiental de Copenhague, donde todo es pequeño, automáticamente se vuelve tipo de “bon-homme, marioneta pública y mote”.
No es verdad.
Mal por Ortega.
Cuando esto escribió tendría un día malo. Además, se vale de Ortega para atacar a Unamuno, como se deduce en las páginas siguientes del tomo. Otra era la opinión de Unamuno. Admiraba a Kierkegaard, lo leía con frecuencia, compartía sus ideas.
El filósofo danés fue creyente en todos los momentos de su vida. Nicolás Abbagnano, en su abultada HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (Tomo 3, pág. 175), afirma que tomada en su conjunto, la filosofía de Kierkegaard “es un intento de fundar la validez de la religión sobre la estructura de la existencia humana como tal”. En otra HISTORIA DE LA FILOSOFÍA, escrita en ocho tomos por Teófilo Urdanoz, se puede leer en página 430 del V esta confesión: “Kierkegaard vio en los caminos de la providencia que le destinaba a ser un “cristiano excepcional”, un testigo solitario de la verdad y aceptó humildemente su condición de servidor de Cristo. Leía con asiduidad el Nuevo Testamento, y él mismo declaraba de sí: “Por mi existencia personal, consagrando cada día cierto tiempo a la oración y meditación, yo era a mis ojos un penitente”.
Kierkegaard ha descrito definitivamente en su obra ESTADIOS EN EL CAMINO DE LA VIDA los procesos por los que el alma pasa en su camino hacia Dios. Sabe que en la temporalidad de la tierra la felicidad que el hombre halla es pasajera y limitada. La verdadera satisfacción se encuentra sólo en Dios. Es el centro en el que según San Agustín, puede descansar el corazón del hombre inquieto que busca a Dios, cuya presencia domina la existencia humana.
Dios está más allá de todo lo imposible. Como singular, como individuo, dice Kierkegaard, el hombre está solo: solo en el mundo, solo ante la presencia de Dios. Pero, como dijo un antepasado de Kierkegaard, de quien el filósofo danés tomó muchas ideas, el apóstol Pablo, “Cristo es el todo y en todos” (Colosenses 3:11) y todo lo llena.
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