Un telegrama informó de forma escueta: “asesinados el Rev. Abraham Gómez y dos hermanos el día 7 [de agosto de 1887]. Avise a su familia”.[1] Mediante una carta se conocieron detalles del suceso. La misma fue remitida al periódico presbiteriano El Faro, por una persona avecinada en Ahuacatitlán, Guerrero.[2]
Refiere la misiva el arribo del párroco católico, Jesús Vergara, a Teloloapan el sábado 6 de agosto. Ahí predicó “un sermón excitando a los indígenas [para] que hicieran un escarmiento ejemplar con el pastor evangélico, a quien denostó con el dictado de
ministro de Satanás”.
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EL PERIÓDICO “EL FARO”
Reproduzco la narración y evaluación de los hechos, que hizo el corresponsal espontáneo del periódico:
«Al día siguiente, es decir, el domingo 7, a las doce de la noche comenzaron a lanzar gritos algunas personas ebrias entre las cuales se veían varias mujeres. En vista de esto, seis de los hermanos que acompañaban al Rev. Abraham Gómez, se dirigieron al juez dándole parte de lo que ocurría, y rogándole dictara las medidas conducentes [para] evitar el delito que se proyectaba; mas esta autoridad, lejos de acceder a lo que tan justamente se le pedía, faltó a su deber de la manera más punible, ordenando por toda respuesta la encarcelación inmediata de los seis hermanos referidos. No conforme con esto, cediendo a sus instintos de salvajismo, y recordando sin duda las
caritativas exhortaciones del católico cura,
se dirigió al juzgado, mandó tocar a arrebato las campanas de la iglesia, y una vez que vio reunidos como a 200 vecinos y multitud de mujeres y aun muchachos, les dio la orden, orden horripilante, y propia sólo de un hombre que se halla en el estado más absoluto de barbarie, ¡de que fueran a matar a nuestro hermano Abraham! Agregó que si no podían forzar la puerta de la casa, rompieran el tejado y entraran por allí, y así de hecho lo hicieron.
En esa pobre habitación, apenas alumbrada por la moribunda luz de una bujía, se hallaban el repetido Rev. Abraham Gómez, Felipe Zaragoza y la esposa de éste. No siéndoles desconocida la infausta suerte que les esperaba, al ver cercada su casa por una turba desenfrenada de fanáticos sedientos de su sangre; y sin esperanza ni remota de recibir el menor auxilio por parte de los hombres, es evidente, supuesta la piedad y la fe que los caracterizaban, que en ese tremendo lance hayan elevado su espíritu, pidiéndole misericordia y resignación para morir como cumple a un buen cristiano, al Divino Maestro por cuya sacrosanta causa iban a disfrutar la inefable gloria de verter su sangre […].
Sólo el pensamiento de lo que deben haber sufrido en aquellos aciagos momentos, esas infelices víctimas del fanatismo clerical, acelera los latidos de mi corazón, me hiela la sangre en las venas, y hace que se forme un nudo en la garganta, porque eran no sólo mis prójimos, eran mis amigos, más aún, eran mis hermanos en Cristo; y sus implacables verdugos, prójimos míos también, son a su vez víctimas de un mal mayor, puesto que tuvieron la debilidad de constituirse en instrumentos viles de los que en nombre de una religión de paz y de caridad, predican la persecución y la matanza.
No emprendo describir con sus horripilantes detalles la sangrienta tragedia que allí se verificó, porque es tanta la hiel que inunda a mi alma, que al hacerlo, me vería obligado, aún contra mi voluntad, a lanzar maldiciones, y a pedir a grito abierto que cayera la espada de la justicia, sobre los miserables asesinos que al deshonrarse a sí mismos, deshonran a mi patria, presentándola como indigna de figurar en el catálogo de las naciones cultas y civilizadas. Por otra parte, mis lectores pueden fácilmente concebirla; y sin que yo me empeñe en pedir, no venganza sino justicia, estoy cierto que las autoridades supremas de la República, a cuyo conocimiento llegue este acto de barbarie que formalmente denuncio, sabrán inspirándose en su honor y patriotismo, poner un enérgico hasta aquí, a los que de otra manera, alentados por la impunidad, seguirán adelante en la senda del crimen, que impulsados por el fanatismo comienzan a correr.
Básteme decir que los dos hermanos referidos fueron acribillados a balazos y cuchilladas, y que la señora que los acompañaba, si bien escapó de la muerte, fue herida de un balazo en el brazo izquierdo.
Era tal el
piadoso encono de esa horda de romanistas, que no contentos con haber arrebatado la vida del modo más cruel a sus inofensivas víctimas, sacaron el cuerpo de Gómez arrastrándolo por las calles, complaciéndose en profanarlo y desfigurarlo a pedradas y machetazos. Queriendo aumentar el número de sus víctimas,
se dirigieron los asesinos a casa del hermano Miguel Cipriano, y le hicieron ceñir también la corona del martirio.
Una verdadera casualidad, o mejor dicho, la Providencia, libro a los otros seis hermanos encarcelados como antes dije, por orden del juez, de ser igualmente asesinados, pues el populacho ciego de furor, se dirigió a la cárcel, con ese fin criminal. Yo a mi vez también, en compañía de otro hermano, estuve a punto de serlo dos días después, en que saliendo de Iguala, me dirigía a Ahuacatitlán con el objeto de recoger los efectos pertenecientes a Abraham para enviarlos a su infeliz familia. Me vi en este riesgo, porque al dejar esta última población sin haber conseguido nada, por estar dichos efectos en poder del juez que rehusó entregármelos, nos fueron siguiendo cosa de sesenta indios en nuestro camino para Teloloapan.
No pudiendo acelerar el paso por lo escabroso del camino, y porque nuestros caballos cansados ya, se resistían a andar, creímos llegada nuestra última hora, y nos encomendamos de todo corazón a Dios, rogándole recibiera nuestro espíritu. Mas placiéndole al Señor prolongar nuestra vida, hizo que la oscuridad de la noche fuera tan densa, que debido a ella nos perdieron de vista nuestros perseguidores, a quienes hubo momentos tuvimos a pocos pasos de distancia.
Los hermanos fueron conducidos en calidad de presos a Teloloapan, y lo más que han logrado es que se les dé el pueblo por cárcel. De los agresores sólo siete están presos; pero dicen que eso no les causa cuidado alguno, porque cuentan con la protección del juez de su pueblo, del cura D. Jesús Vergara, y del jefe político de Teloloapan. Si como acostumbra el Gobierno, se conforma con pedir informes a las autoridades locales, es evidente que éstas adulteren los hechos, puesto que son juez y parte, y todo quedará impune, mas si teniendo en cuenta los que doy en ésta [carta], obra con imparcialidad, no desespero que brille al fin la luz de la justicia abriéndose paso por entre las tinieblas con que el más refinado fanatismo, y el crimen hasta ahora impune, han envuelto a estas desgraciadas poblaciones.
Si como presumo, creen V. V. oportuno valerse del abogado de la Misión, a fin de que dé conocimiento oficial de este lamentable suceso a los tribunales competentes, pueden, en tal caso, hacer uso de los datos que reservadamente les envío, para el esclarecimiento del crimen referido. Sería también conveniente, en mi concepto, que se apersonaran V. V. con el liberal y distinguido escritor D. Francisco W. González, redactor del
Monitor Republicano, y le suplicaran que con su bien cortada pluma denunciara este delito, e interpusiera su merecida influencia para que se nos hiciera justicia otorgándosenos las garantías que nos conceden las leyes y de que ahora carecemos. Si Dios me conserva la vida, espero tener el gusto de verlos en la próxima reunión del Presbiterio; mas si le place que haga compañía a mis hermanos mártires, adiós les dice su afmo. y fiel hermano.»
En una posterior edición El Faro en su sección editorial comentó sobre lo animadas y concurridas que habían estado las fiestas patrias dos semanas atrás. A la vez cuestionaba acerca del sentido de la libertad y la independencia para quienes en años recientes sufrieron persecuciones y hasta la muerte. Se preguntaba: “¿qué libertad e independencia disfrutaron los mártires de Acapulco, hace diez años, o los de Almoloya del Río, hace tres, o los de Ahuacatitlán, hace una cuantas semanas? ¿Por qué tuvieron estos queridos hermanos y dignos ciudadanos, que sufrir una muerte tan cruel?”.
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Mediante una misiva el pastor Hexiquio Forcada expuso que le causaba “dolor e indignación […] el asesinato de Abraham Gómez, y de sus dignos compañeros”.
[5] Expone que Abraham “no solo era el correligionario con quien me unía la comunidad de ideas y de aspiraciones morales, sino que parodiando al apóstol [Pablo], puedo decir que era mi hijo en el Evangelio”.
Se pregunta sobre los motivos del ataque cuyo fin fue la muerte de tres protestantes:
¿Cuál es el delito en esencia, y quienes son los culpables?, preguntaría la historia, y alguien en el vulgo
contestará: el delito es el de herejía, es decir, el de sustraerse a la obediencia del Papa, desdeñar las imágenes y leer la Biblia sin notas, contra lo expresamente prohibido por la Iglesia [católica]. Pero no es así, la verdadera y esencial causa, es que el protestantismo derruye en su base con el yunque de la Verdad Divina, el cimiento de secular edificio, de fatal oscurantismo, que siglo tras siglo ha venido y levantando y conservando la raza perversa de los modernos fariseos. El protestantismo, desechando todo humano yugo moral, todo intermediario entre Dios y el alma humana, proclama el predominio del libre examen, el respeto al derecho ajeno, la virtud como base de todo progreso; pone el fundamento de la positiva libertad, ya en el orden civil y el religioso, y hace imposible la resurrección de la teocracia. Lo saben bien los retrógrados: el protestantismo es el mejor y más leal auxiliar de los principios republicanos y netamente liberales.
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Los anteriores son los motivos, consideraba Forcada, por los cuales sus enemigos le hacían “cruda guerra al protestantismo”. A tal espíritu de belicosidad “no se le lleva al terreno de una sincera y razonada discusión para que el pueblo decida de parte de quién se encuentra la verdad”, por el contrario, considera el pastor Forcada, “se le combate con la diatriba, con la calumnia, con el anatema; y cuando estas armas innobles dejan de dar los resultados apetecidos, entonces se recurre al asesinato, se repiten los sucesos de Ahualulco, Atzala. Apizaco, Almoloya, Guerrero y otros puntos”.
Para Forcada son culpables quienes directamente han ultimado a los protestantes, pero también lo son “aquellos enemigos jurados del progreso, los opresores incansables del pensamiento humano, que sueñan con ahogar con sangre la idea; los que maldicen y execran a [Benito] Juárez; los que se jactan de su unidad por estar imbuidos en los mismos errores, vinculados con igual propósito, es a saber, en la tarea de embrutecer a las masas para sojuzgarlas”. Sin titubear señala como plenos responsables a los tenaces opositores a la libertad de creencias y cultos, los altos clérigos católicos que siempre han combatido esos principios.
HEXIQUIO FORCADA
Es relevante aportar algunos datos acerca de Hexiquio Forcada. Fue integrante de la Iglesia de Jesús y en ella de la sociedad de jóvenes. Formó parte, junto con Arcadio Morales, Primitivo A. Rodríguez, y otros, del grupo de estudiantes al que impartieron clases de capacitación ministerial Manuel Aguas y Agustín Palacios.
[7] Forcada es uno de quienes toma la palabra en el panteón Americano, el 19 de octubre de 1872, en la inhumación de Aguas, para encomiar el ejemplo de su pastor y maestro.
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Vinculado a la Iglesia presbiteriana de Betlemitas y en compañía del pastor Arcadio Morales, además de una decena de condiscípulos, Hexiquio Forcada es integrante de un círculo que estudia intensamente la Biblia. En la célula se hacen ejercicios de contraste entre “la Iglesia romana y protestante, el papado, la misa, la confesión auricular, el purgatorio, la idolatría, la adoración de María [...] y la fe en Cristo como único requisito para ser salvos; el estudio de la Palabra de Dios, la obligación de predicar el Evangelio a toda criatura, la seguridad de una salvación perfecta por Jesús solamente”.
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El estudio asiduo de la Biblia en forma grupal es fortalecido cuando el misionero Merril N. Hutchinson inicia, en 1873, cursos de capacitación en el que sería el primer Seminario presbiteriano en la capital mexicana. La generación inicial es graduada en 1878. El grupo se compromete a realizar actividades evangelísticas y fundar núcleos presbiterianos. Forcada inicia el trabajo en Zitácuaro, Michoacán, y permanece como pastor de la iglesia en aquel lugar.
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El pastor Forcada extiende el presbiterianismo desde Zitácuaro a poblados como Jungapeo, Coatepec de Morelos, Santa María, Huamoro, Tuxpan y otros lugares. Ante la carga de trabajo para atender los núcleos nacientes con Hexiquio llegan a colaborar Daniel Rodríguez, Juan Moya y Enrique Bianchi. Los tres eran integrantes del grupo de doce que pactan entre ellos involucrarse en la difusión de la fe evangélica en distintos lugares del país. Con el correr de los años sus nombres estarían ligados a los inicios y/o consolidación del protestantismo en México.
Arcadio Morales, como pastor de la Iglesia El Divino Salvador, primero en Betlemitas y después en San Juan de Letrán anima las vocaciones evangelísticas y misioneras de los doce: Hexiquio Forcada, Daniel Rodríguez, Juan Moya, Enrique Bianchi, Elías Clemente Salazar, Pedro Trujillo, Carlos Ruiz, Francisco F. Villegas, Jesús Medina, Francisco Escobar, Hipólito Quesada, y Francisco Aguilar.
[11]
En agosto de 1879, Forcada y sus acompañantes difunden el presbiterianismo en Pisaflores, Hidalgo, y otras poblaciones de la entidad, entre ellas, Jiliapán, Jacala y Zimapán. El resultado es que las conversiones llevan a que se conformen congregaciones de “100 a 300 miembros en Pisaflores, Jiliapán y Jacala”, como deja constancia un informe misionero de 1881.
[12]
En la Huasteca potosina Forcada es el promotor de núcleos presbiterianos en Río Verde, Tamazunchale, Ciudad Valles y Rayón, “pueblo donde finalmente se estableció y formó un frente anticatólico con los liberales del municipio, ente los cuales se contaba Jesús Sáenz, maestro de escuela y jefe de la sociedad espiritista.
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Si bien es cierto que para conformar un frente que combatiera el predominio del catolicismo Forcada hace causa común con liberales y espiritistas, también es verdad que defiende las creencias protestantes ante postulados del espiritismo. Lo hace así cuando en un discurso Jesús Sáenz “procura poner en contradicción el texto de los evangelistas, a pesar de que en el último tercio del siglo diez y nueve, aun entre los individuos de la escuela espírita, raros, muy raros, ponen en tela de juicio la autenticidad del Nuevo Testamento”.
En su apología Hexiquio Forcada enarbola varias citas neoetestamentarias que afirman la encarnación de Cristo y su divinidad. Sobre ésta última escribe: “Quítese a Cristo su carácter divino al cumplir su obra redentora, y entonces queda reducido el cristianismo a una recopilación de verdades más a menos filosóficas”. Afirma que la naturaleza y singularidad de Jesús le hacen único intermediario entre Dios y los seres humanos, porque “su muerte no es la muerte de un sabio, es la muerte de un Dios; es la inmolación del Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; es el lábaro de nuestra eterna salvación”.
[14]
A causa de su involucramiento con las agrupaciones liberales opositores al régimen del dictador Porfirio Díaz, en febrero de 1901 Forcada asiste como delegado por Ciudad Valles al Gran Congreso Liberal que se reúne en San Luis Potosí el 5 de febrero. Acude representando al Club Ignacio Manuel Altamirano. En el periódico dirigido por los combativos Ricardo y Jesús Flores Magón se hace la siguiente semblanza del personaje:
Su exterior es de bronce, pero tiene una alma blanda y sencilla. Su preocupación son las gazmoñerías del clero prostituido. Su carácter tranquilo da a su rostro tal expresión de beatitud, que sería un santo si no fuera un hombre.
No entra a la lucha con el ceño fruncido y apretados los puños; no, entra resuelto y valerosamente, como los apóstoles de las buenas causas, dando a su voz una entonación tal de mansedumbre, que hace volver la calma a los exaltados y realiza la confraternidad de los espíritus explosivos. Forcada es un gran elemento de orden, un patriota sincero y un inmejorable ciudadano.
[15]
Durante su tiempo en la Iglesia presbiteriana de Rayón el pastor Forcada combina las actividades eclesiásticas con su decidida oposición al Porfiriato y sus mecanismos de control de la prensa independiente, su modernización del país a costa de formas esclavistas de producción como las documentadas en el célebre libro de John Kenneth Turner.
[16] El 13 de marzo de 1910 muere Hexiquio Forcada, pocos meses antes de los sucesos revolucionarios que provocan el exilio de Porfirio Díaz en París, Francia.
[17]
[1] El Faro, 15/VIII/1887, p. 128.
[2] El Faro, 1/IX/1887, p. 134.
[4] El Faro, “Reflexiones sobre algunos sucesos recientes”, 1/X/1887, p. 146.
[5] El Faro, 1/X/1887, 150.
[7] “El Pbro. Dn. Manuel Aguas, datos biográficos”,
La Buena Lid, s/f, p. 7;
Autobiografía de Arcadio Morales, p. 3.
[8] “Entierro del Sr. Aguas”,
El Demócrata, 21/X/1872, p. 4.
[9] Arcadio Morales, “Cómo Dios conjuró una crisis”,
El Faro, 7/III/1919, reproducido en Alberto Rosales Pérez,
op.
cit., pp. 54-55.
[10] Apolonio C. Vázquez,
op.
cit., pp. 213-214;
El Faro, 1/VII/1901, p. 100 y Alberto Rosales Pérez,
op.
cit., p. 45.
[11] Arcadio Morales, “Cómo Dios conjuró una crisis”,
loc. cit., p. 53.
[12] Jean-Pierre Bastian,
Los disidentes, p. 103.
[13] Ibíd. Acerca de los inicios del movimiento espiritista y sus características en México es indispensable la obra de José Mariano Leyva,
El ocaso de los espíritus. El espiritismo en México en el siglo XIX, Ediciones Cal y Arena, México, 2005.
[14] Hexiquio Forcada, “Unas palabras sobre el discurso que pronunció el Sr. Jesús Sáenz en la sociedad de estudios espiritas de Rayón”,
El Faro, 1/XII/1885, p. 94.
[15] Regeneración, 23/II/1901, pp. 5 y 15.
[16] México bárbaro, la obra es publicada en inglés a finales de 1910. Su autor conoce en Los Ángeles, California, a Ricardo Flores Magón, quien le informa de las condiciones de México bajo el régimen de Porfirio Díaz. El periodista viaja a México y documenta el sistema opresivo construido por el dictador. John Kenneth Turner nace el 5 de abril de 1878 en Portland, Oregon, “en el seno de una familia metodista, cuyos principios religiosos y morales eran estrictos, mas no desprovistos de amor y comprensión”, José Rodríguez, “Prólogo” a
México bárbaro, Editores Mexicanos Unidos, México, 2007, pp. 6 y 8.
[17] El Faro, 25/III/1910, p. 182.
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