A principios del siglo XIX, la mayoría de los psiquiatras creía que las alteraciones de la personalidad se debían a causas somáticas, es decir, a un mal funcionamiento fisiológico del cerebro. Griessinger, uno de los más grandes psiquiatras de ese siglo afirmaba que las enfermedades mentales eran enfermedades del cerebro.
Esta constituía la premisa básica de la
psicología organicista, o biologicista, de aquella época. Freud partió también de esta misma idea pero, al entrar en contacto con técnicas como la hipnosis y el análisis de los sueños, intuyó que existía una parte reprimida de la personalidad que no se expresaba en la conducta consciente y que podía ser la responsable oculta de ciertas enfermedades mentales.
La idea del inconsciente como generador de fantasías, impulsos incontrolados, lapsus, actos fallidos o auténticas psicosis, fue su gran descubrimiento que enriqueció los análisis científicos durante el siglo XX.
Poco a poco la locura dejó de verse como una anomalía del órgano cerebral para entenderse como una alteración mental, como un conflicto del inconsciente. Este nuevo planteamiento de que era la mente -y no el cerebro- la causa de su propia enfermedad, o del mal funcionamiento del cuerpo, fue una auténtica revolución en el ámbito de la psiquiatría.
Pero al principio la mayoría de sus colegas se le opusieron y consideraron su pensamiento como una herejía profesional.
Sin embargo,
Freud había descubierto el inconsciente como un sistema constitutivo de la persona; como esa región oscura del ser humano, desordenada y difícil de interpretar o como ese juego de fuerzas de la mente que resultaba inaccesible al conocimiento directo. Se empeñó en hacer del inconsciente un objeto de estudio para la ciencia y dedicó toda su vida a profundizar en dicha cuestión, llegando a la conclusión de que “los procesos psíquicos son en sí mismos inconscientes, y que los procesos conscientes no son sino actos aislados o fracciones de la vida anímica total” (Freud, 1979, Introducción al psicoanálisis, Alianza Editorial, Madrid, 17).
Sus investigaciones buscaban un método capaz de curar las enfermedades nerviosas y progresivamente constituyeron una auténtica analítica del psiquismo, un psicoanálisis que estudiaba la mente del ser humano.
Hasta entonces se aceptaba un modelo de hombre que dirigía su vida y su comportamiento guiado siempre por la razón y la consciencia. Las personas se veían como animales racionales autónomos y libres en sus decisiones y en sus actos. No obstante, el estudio de las mentes desequilibradas que Freud llevó a cabo, le hizo rechazar tal planteamiento y admitir la existencia de experiencias o recuerdos escondidos en la mente, de los que no se tenía conciencia, y que ejercían una gran influencia sobre la personalidad.
Además descubrió algunas fuerzas instintivas, capaces de dirigir los actos en determinadas direcciones que no estaban controladas por la voluntad consciente del individuo.
Ante la necesidad de explicar el origen de los conflictos mentales que padecían sus enfermos, Freud se vio obligado a elaborar un modelo que describiera la complejidad del ser humano, la lucha entre las diversas partes del sujeto.
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