Mirando por la ventana del “Ave” se me ha ocurrido repentinamente una pequeña observación que quiero compartir en este “Desde el Corazón”, a fin de no olvidarla.
Los hombres, para conservar su vida y defenderse de las amenazas o resistencias hostiles del ambiente en que viven, casi siempre han debido recurrir a la fuerza, a una fuerza más o menos dócil de energía.
Comenzaron utilizando el esfuerzo muscular propio; más adelante domesticados los animales, recurrieron a la potencia muscular de éstos. Poco a poco descubrieron armas que acrecentaban la fuerza del músculo.
La revolución industrial del siglo XIX pudo tener a sus órdenes la fuerza del vapor obtenido del agua, cosa que pareció y fue una conquista maravillosa. Pero el vapor fue muy pronto superado por las esencias de ciertos minerales y por esa energía multiforme, misteriosa, invisible y obediente que es la electricidad.
No hay más que ojear los conflictos del hombre de hoy para cerciorarse, que aquel maligno uso de las viejas energías usufructuadas por el hombre, están siendo sustituidas por otras más misteriosas, potentes, accesibles a casi todos los pueblos: la energía atómica, nuclear y bacteriológica.
En líneas esenciales ya está claro, que pese a las conferencias de paz y acuerdos contra el armamento nuclear y cansinos diálogos de sordos sobre la denuncia de su uso, países que hablan de ello, siguen produciendo, comerciando y traficando hacia fuerzas cada vez más universales, inmateriales y poderosísimas.
¿Nos detendremos en la energía que se libera en la disgregación del átomo?. “Desde el Corazón” me digo, ¿no hay en el hombre una energía mal conocida pero prodigiosa, que comúnmente se llama “espíritu” y que, en ciertos individuos y en determinados momentos de la historia, ha demostrado ser capaz de lograr efectos sorprendentes que hasta hoy ninguna máquina es capaz de producir?
¿Acaso no será posible que algún día, esa energía espiritual, utilizada hasta ahora solamente para el trabajo del pensamiento y la religiosidad, cuando educada, desarrollada y debidamente guiada por el Espíritu de Dios, logre hacer todo lo que es necesario para la vida del hombre con la simple emanación y radiación de su voluntad espiritual?
Es hora de pasar del músculo al espíritu. Y lo es, porque es tiempo de considerar la necesidad de un espíritu fuerte, caracterizado por un pensamiento incisivo, apreciación realista y juicio firme y verdadero. La mentalidad fuerte es aguda y penetrante, rompe la costra de las leyendas y mitos y separa lo que es verdadero de lo falso. El individuo fuerte de espíritu es astuto y discernidor. Posee una mentalidad fuerte, austera, sabia, que le proporciona firmeza de propósito y solidez en los compromisos y las elecciones.
¿Podrá alguien, poner en duda la importancia de ser de este modo y la necesidad para este tiempo, con tan extravagantes facilidades de utilizar las energías destructivas? Hoy es difícil encontrar hombres que de buena gana se comprometan a pensar con firmeza, solidez y amor. La tendencia casi universal, tan contraria a la fortaleza espiritual, es buscar las respuestas fáciles y las soluciones para salir del paso. Nada molesta más a la gente, que pensar espiritualmente, que tener que pensar.
Esta tendencia prevalente en la mentalidad comodona que se destaca en la increíble estupidez del hombre. Es fácil demostrar este hecho con el simple observar del impacto que tienen en nosotros los anuncios. Con qué facilidad nos hacen adquirir un producto –un nuevo móvil, por ejemplo‑ porque la publicidad nos dice que es mejor que el otro.
También encontramos esa credulidad exagerada en la tendencia de muchos lectores y televidentes a aceptar la palabra impresa de los periódicos o los argumentos de los tertulianos como la verdad última. Pocas personas tienen la robustez de espíritu suficiente para juzgar críticamente y discernir lo verdadero de lo falso, lo real de lo ficticio.
Los individuos débiles de espíritu se inclinan a creer toda suerte de supersticiones; temores irracionales, incluso consideran que la crítica histórico-filosófica de la Biblia es una tentación, aduciendo que la razón es el ejercicio de una facultad corrompida. Pero no es cierto. La ciencia investiga, la fortaleza de espíritu interpreta. La ciencia proporciona conocimientos al hombre, que son poder; la fortaleza de espíritu da al hombre poder, que es control. La ciencia trata de hechos, la fortaleza de espíritu trata sobre todo de valores. Y esa fortaleza impide que la fuerza meramente muscular, atómica y nuclear, caiga en el marasmo del materialismo superado y del nihilismo moral.
Poca esperanza nos queda, a menos que los fuertes de espíritu rompan las trabas de los prejuicios, las verdades a medias y la ignorancia supina. La postura que adopta el mundo de hoy no nos permite el lujo de la debilidad del espíritu. Una nación o una civilización que continúa produciendo hombres débiles de espíritu, está comprando a plazos su propia muerte espiritual.
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