Cuando uno, siendo cristiano, piensa en la evolución del ser humano y en la dirección que toman los acontecimientos en el mundo conforme van pasando los siglos, no puede por menos que pensar que no debemos ser tan inteligentes cuando, lejos de aprender ciertas lecciones acerca del orden del Universo, de Quien lo gobierna y del papel que juega Dios en el devenir de los tiempos, resulta que las tenemos menos asumidas que nunca.
El paso del tiempo no ha acercado más a la raza humana a Dios. ¡Ni mucho menos! Este mundo no ha aprendido a honrar ni a glorificar al Dios de los tiempos, sino que sigue de espaldas a Él y, lo que es más, enfrentando y combatiendo, a veces de formas sutiles, otras más explícitas, a todo aquello que se alinee con lo divino.
Según nuestra propia opinión probablemente pensamos como generación moderna de este siglo que ahora el mundo que nos rodea es mucho más civilizado, que ya la religión no es un problema para el ciudadano de a pie, que puede decidir en qué o en quién creer sin que tenga que preocuparse en absoluto por las consecuencias.
En nuestros países- piensan algunos- ya no se persigue a los cristianos. Esto no es China, ni Argelia, ni Siria. Por supuesto, tampoco es la antigua Roma, en que el espectáculo estrella consistía en lanzar a los cristianos al circo para que fueran devorados por las fieras. Según la opinión del hombre moderno, aquello pasó a la historia y hoy todo el mundo es libre en occidente.
Pues
los cristianos, a la luz de algún que otro asunto que ahora comentaré, no son ni tan libres ni tan respetados como se pretende desde esas afirmaciones, lo cual significa que la sociedad imperante en el mundo occidental hoy no es ni tan gentil, ni tan libre de pensamiento, ni tan civilizada como quiere aparentar.
Probablemente
hoy los circos y los leones son otros, mucho más disimulados, aparentemente no tan salvajes, y sobre todo suavizados porque la voz de la gran masa a menudo suscribe los veredictos de tales circos (en ese sentido, sigue pareciendo que lo que dice la mayoría es la verdad y que si alguien dice o hace una barbaridad pero está respaldado por esa mayoría, está en posesión absoluta de la verdad y, lo que es peor, de legitimidad para hundir a quien se le ponga por delante y tenga la osadía de pensar diferente).
Hace unos días llegaba a mis manos un link en el que se
podía ver uno de tantos castings de concursos de talentos como hay hoy en televisión. En esta ocasión, correspondía a Ecuador y el participante en cuestión era un joven cristiano al que se le ocurrió la “tremenda osadía” de presentarse al casting con su guitarra para cantar una canción también cristiana.
Nada hubiera sido especialmente diferente respecto a cualquier otro casting de no ser porque
una de las cuatro personas que componían el jurado, a la hora de votar, decidió retirarle su voto a favor por el hecho de que, ante la pregunta de que, si volviera a cantar, lo haría con una canción cristiana o una secular, el chico contestó abiertamente que sería cristiana. La jurado especificó abiertamente que de su respuesta dependía el darle un SI o un NO. Evidentemente, la sentencia fue NO.
La escena era francamente dura por lo explícito de las razones de la juez, pero más aún por haberlo hecho en un contexto, no sólo público, con cientos de personas que llenaban el auditorio, sino además televisado. El chico, devolviendo bien por mal, contestó con un simple “Gracias”.
Lo que quizá la juez no esperaba es que el auditorio resonara con un claro abucheo por la discriminación flagrante y el resto de los compañeros del jurado saliera a la defensa rápida del chico. En esa ocasión, el resultado fue un 3-1 a favor de la continuidad del concursante en el programa y, creo firmemente, el Señor respondió honrando a quien le honra.
Ahora bien, eso no resta ni un ápice de verdad a lo que allí sucedió: los cristianos siguen teniendo hoy esperándoles muchos circos y leones para aquellos que siguen defendiendo su fe en Cristo sin avergonzarse del Evangelio ni del Señor del Evangelio.
Hoy no hay fieras que anden a cuatro patas esperando dar una dentellada en la yugular a los creyentes, pero sigue habiendo otro tipo de fieras, mediáticas, de nombres y apellidos conocidos, abanderados de sus propias consignas de moda, que no dudan de usar los medios de comunicación, que son el nuevo circo romano, para intentar avergonzar, humillar y retraer a los cristianos.
No todos están dispuestos al escarnio y la humillación pública que tantas veces se produce. No todos responderían con un “Gracias” a un voto negativo y, mucho más aún, casi nadie iría a un casting así cantando una canción cristiana. Pero
aún sigue habiendo un número de ellos, personas valientes, convencidas de que es mejor estar alineados con los pensamientos de Dios que con los pensamientos de los hombres, a quienes les importa más la opinión del Señor que la que otros puedan tener de ellos y que lo defienden con la cabeza alta y un mensaje claro, porque es al Señor mismo a quien se deben en gratitud y fidelidad por una salvación tan grande.
El paso del tiempo no ha curado nada en la raza humana. Más bien al contrario, es cada vez más evidente que hay una lucha encarnizada entre el bien y el mal y que se avecinan tiempos tremendos y terribles de oposición a los cristianos. Si nadie se opone a nuestro anuncio, probablemente algo falla, porque al Señor Jesús le llevó a la cruz y a nosotros se nos advirtió que en el mundo tendríamos aflicción. Ante esta realidad, o el Señor mintió cuando nos dijo esto, o probablemente nos hemos mimetizado más con el mundo alrededor que con el Redentor de nuestras almas y nuestro mensaje no es lo suficientemente diferente como para impactar y crear reacción en los que nos rodean.
Sería una inútil reflexión ésta si sólo nos llevara a criticar a tantos como nos persiguen hoy sin preguntarnos siquiera cuál hubiera sido nuestra respuesta ante ese jurado. Es más, sin cuestionarnos honestamente si hubiéramos estado dispuestos a presentarnos al concurso con una canción cristiana.
Otros muchos lo han hecho, como Jotta, el pequeño niño prodigio brasileño. Otros, como Juan Luis Guerra o Carrie Underwood , cantan y hablan de su fe (aunque unas veces con más acierto que otras, todo ha de decirse, y cuando se hace con poco acierto suele ser para congraciarse con el público, lo cual es una forma de avergonzarse de la propia fe). Ese fue el caso de Peret en nuestro país, que flaco y escaso favor le ha hecho al testimonio y al Evangelio. Otros no han cantado contenido tan abiertamente cristiano en sus apariciones musicales, pero no han dudado de hacer manifestación pública de su fe y el Señor les ha permitido ganar concursos recientemente en nuestro país, como ha sido el caso del reciente vencedor de El Número Uno, Raúl Gómez. En fin… los casos son múltiples, pero la decisión es siempre personal delante de Dios, no sólo delante de los hombres, porque es ante Él que tendremos que rendirnos y dar cuentas.
Que nuestro talento sea mucho más que musical, artístico, académico o profesional: que sepamos hacer buen uso de nuestros talentos y reconocer siempre a Aquel que nos los dio, independientemente de circos o leones que puedan presentarse para atacarnos, no sólo a nosotros, sino al mismísimo Señor de nuestras almas.
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