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Emmanuel Buch: sin paralelismo alguno entre Obama y M.L. King

No creo que hoy falten plataformas en el mundo evangélico para predicar sobre justicia social; creo que faltan testimonios de vida
MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 07 DE SEPTIEMBRE DE 2013 22:00 h

Seguimos hablando de los cristianos y la realidad social. Hoy dialogamos con Emmanuel Buch Camí, Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, Diplomado en Magisterio por la Universidad de Valencia y Graduado en Teología por el Seminario Bautista Español. Desde 2003 es pastor de la Iglesia Evangélica “Cristo Vive” de Madrid, y en marzo de este año asumió la responsabilidad como Presidente del Consejo Evangélico de Madrid (CEM).

Su interés sobre cuál debe ser la respuesta de los cristianos ante la injusticia social imperante lo ha llevado a interesarse y escribir las biografías de dos personajes comprometidos con su mundo y con unas convicciones llevadas hasta las últimas consecuencias: Dietrich Bonhoeffer y Martin Luther King.

De King hablamos en esta entrevista, sumándonos así a los que recuerdan hoy su memorable discurso de hace 50 años. Desde P+D se ha dedicado un amplio espacio a este tema. Para Buch las dimensiones sociales del evangelio no permiten eludir la responsabilidad social de los cristianos. Y esto es lo que destaca en esta entrevista.

Pregunta.- Estamos celebrando los 50 años del famoso discurso de Martin Luther King, donde dijo su memorable frase: “Yo tengo un sueño”. ¿Qué es lo que se ha cumplido de ese sueño de King?
Respuesta.-¿Pero cuál era el sueño de MLK? Todo el mundo se refiere al famoso discurso y al sueño de King, pero no siempre de manera acertada. De MLK predomina una imagen edulcorada que ha creado el establishment para asimilarlo y hacer su ejemplo inofensivo: un hombre de buen corazón, pacífico, bienintencionado aunque ingenuo… Esa imagen es absolutamente falsa. En primer lugar, MLK tenía una sólida formación intelectual, doctorado en Filosofía y en Teología; poseía además una amplia formación teórica sobre planteamientos de desobediencia civil a través de los escritos de H.D. Thoreau y el estudio de las prácticas de Gandhi. Con ese bagaje y su encuentro con la realidad, la lucha arriesgada que MLK inició por la defensa de los derechos civiles de los negros [sigo sin acostumbrarme a la exquisitez lingüística del término ‘afroamericano’] en Norteamérica, pronto derivó en un empeño de justicia social. Para MLK la tensión que hería a los ciudadanos norteamericanos no era sólo una tensión entre blancos y negros sino, sobre todo, una tensión entre ricos y pobres. Cuando fue asesinado, estaba ocupado en organizar una “Campaña de los Pobres” a nivel nacional, involucrando por igual a blancos y negros; en Marzo de 1968 convocó un encuentro con líderes de otros grupos minoritarios (indios, mexicanos, puertorriqueños…) para formar un frente común contra la pobreza y la exclusión social. “Nuestro interés ha de desbordar las fronteras del mundo negro. … Nosotros estamos trabajando duramente para liberarnos del estrangulamiento económico al que nos vemos sometidos como consecuencia de la pobreza, pero a nuestro lado y en las mismas condiciones se encuentran millones de puertorriqueños, mestizos, indios y apalachis blancos a los cuales no debemos olvidar. La guerra contra la pobreza debe comprender a todos los pobres sin distinción de colores.”[1] Unido a su análisis crítico con la estructura social y económica de su país, MLK se declaró un rotundo opositor a la guerra de Vietnam: “Los Estados Unidos no se preocuparían de recoger el dinero y las energías necesarias para ayudar a los pobres mientras aventuras como las del Vietnam continuasen mandando allende los mares cantidades ingentes de hombres, material y dinero que parecía succionado por algún diabólico tubo neumático. Así pues, me vi obligado a ver la guerra no solo como una ofensa moral, sino como a un enemigo del pobre; y como a tal era necesario combatirla”.[2]

Cuando oigo estos días a muchos señalar al presidente Obama casi como una reencarnación de MLK pienso que la manipulación de las conciencias no parece tener límites. La piel de ambos es negra y los dos han sido Premios Nobel -me parece el colmo del cinismo en el caso de Obama-, pero no hay paralelismo alguno, baste recordar la permanencia de Guantánamo o la hipocresía sobre la guerra en Siria. La población negra en Estados Unidos disfruta hoy de claros avances respecto décadas pasadas, pero todos los indicadores sociales siguen señalando una diferencia abismal respecto de la población blanca.

P.- Usted ha escrito un libro sobre este pastor y activista social. ¿Qué motivos le impulsaron a adentrarse en la vida de fe y acción de este hombre?
R.-En 1982 descubrí las ediciones españolas de sus libros, relatos de su actividad y recopilaciones de sus sermones. Me impactó el modo en que un pastor y predicador, magnífico conocedor de las Escrituras, volcaba su fe de manera coherente en medio de las cuestiones sociales más candentes en su país. La vivencia de los Evangélicos españoles aquellos años con una democracia naciente después de décadas en un gheto obligado, estaba a años luz de aquellas cosas que leía y me ofreció una perspectiva sugerente de los vínculos posibles entre la fe cristiana personal y la vida social con sus exigencias éticas.

P.- Gracias al movimiento abanderado por él, se consiguieron transformaciones sociales; sin embargo, hasta hoy las iglesias evangélicas siguen divididas entre reconocer su labor o no…
R.-La valoración de los cristianos evangélicos hacia MLK en Estados Unidos y en todas partes reproduce las diferentes maneras de entender la relación entre fe y sociedad. Algunos enfatizan la necesidad de que cristianos e iglesias nos centremos en las cosas que Bonhoeffer llamaba “últimas” (escatología): el anuncio del perdón de los pecados y la salvación eterna en Jesucristo. Creo que no les falta razón; si nosotros no lo hacemos, ¿quién lo hará? No tenemos derecho a ignorar la declaración de la Escritura: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1ªTim. 1,15).La sociedad postmoderna se edifica sobre la indiferencia de las opiniones, pero la esencia del cristianismo es el “escándalo de la particularidad de Cristo” (M. Green) (1ªJ. 5,11). Otros hermanos subrayan la importancia de las cosas “penúltimas” (inmanencia, presente): la necesidad de hacer relevante el mensaje de salvación entre los hombres en sus consecuencias prácticas como testimonio de la radicalidad de su verdad. Y creo que tampoco a éstos les falta razón. No veo por qué sea necesario reconocer legitimidad a unos a costa de quitársela a los otros; creo más bien que es una cuestión de llamados de Dios, personales y comunitarios, para centrarse más en un aspecto u otro de la misión cristiana. No veo por qué todos hemos de identificarnos con las mismas prioridades; bastaría con sabernos respetar mutuamente en el ejercicio de nuestros respectivos llamados, como aspectos complementarios de una misma Misión.

P.- A King no lo invitaban a predicar sobre justicia social… ¿Qué pasa con los King’s actuales?
R.-Les inviten o no, pasa –en mi opinión- que tenemos exceso de discursos pero carencia de testimonios. No creo que me gane muchos amigos con lo que voy a decir, pero no creo que hoy falten plataformas en el mundo evangélico para predicar sobre justicia social; creo que faltan testimonios de vida, eso que el filósofo Carlos Díaz llama “tocar pobre”. No quiero faltar el respeto a nadie pero a veces algunas cosas que se dicen o se escriben en nuestro entorno evangélico parecen soflamas que llaman a las barricadas pero sin el aval de vidas arriesgadas, desprendidas, voluntariamente de espaldas a los cantos de sirena de esta sociedad, moralmente enferma.

P.- MLK dijo: “Yo tengo un sueño”. ¿Podríamos decir que su sueño contaba con el respaldo divino?
R.-La reivindicación de la dignidad de todas las personas siempre será voluntad de Dios. Él mismo nos creó a su imagen y semejanza de modo que violentamos la voluntad de Dios cada vez que de una u otra manera reducimos a una persona a la categoría de “medio” y no de “fin”, cuando le despojamos del reconocimiento que merece por su propia condición de imagen de Dios, aunque esté aún en el vientre de su madre, o atado a sondas en la cama de hospital, sea analfabeto o intelectual, rico o pobre, hombre, mujer o niño… Cada vez que olvidamos este principio de mutuo reconocimiento y de respeto incondicional pero nos decimos cristianos estamos tomando el nombre de Dios en vano. Por eso también sigo convencido del valor testimonial de la iglesia local, donde personas distintas por mil motivos pueden ofrecer al mundo un testimonio de fraternidad por encima de cualquier diferencia. Viviendo así como “comunidad de contraste” (G. Lohfink) la iglesia es testimonio, no de sí misma como si fuera una sociedad perfecta, sino del poder restaurador de Dios en Jesucristo por la acción del Espíritu Santo.

P.- ¿Qué llevó a MLK a preocupase e intentar resolver el problema de la injusticia con los negros a pesar de los grandes obstáculos a los que tuvo que enfrentarse? ¿Cuáles las bases que sustentaban su causa?
R.-Ya hemos citado a Thoreau y Gandhi pero la influencia determinante en MLK fue la Biblia. Las enseñanzas de las Escrituras acerca de la igual dignidad humana ante Dios, la relevancia incondicional de la persona, la percepción de que “someterse” a las autoridades no implicaba “obedecerlas” cuando su voluntad era opuesta a la voluntad divina (Hch.5,29), la confianza en las posibilidades del ser humano cuando acepta ser modelado por Dios -de ahí su empeño en “ganarse” al enemigo, no destruirlo- … Todos los pilares de su causa se nutrían de la Palabra de Dios.

P.- Su radicalidad me recuerda a Bonhoeffer, ya que aun sabiendo que su empresa en defensa de los derechos civiles podía costarle la vida no dio marcha atrás. ¿Es ese el precio de la gracia?
R.-Bonhoeffer no luchaba meramente por la defensa de los derechos civiles; eso podían hacerlo otros y de hecho lo hicieron. En última instancia Bonhoeffer se levantó para afirmar que sólo reconocía un Señor: Jesucristo. Y se enfrentó al tirano que pretendía usurpar a Jesucristo su señorío con leyes y medidas monstruosas. En efecto, la gracia tiene un precio: la vida entera. Entre los evangélicos la invocación a la gracia puede convertirse en coartada para la carnalidad, la pereza, la indiferencia, el rechazo del llamado radical de Jesús al seguimiento. Los testimonios vitales de MLK, de Bonhoeffer, pero también de muchos hermanos a nuestro alrededor, quiebran esa coartada mediocre en la que las almas mediocres se quieren amparar.

P.- Como él, muchos decimos que hemos visto la Tierra Prometida más allá de la cima de la montaña, pero tememos posicionamos ante las situaciones de corrupción, desigualdades sociales, esclavitud, abusos de poder… ¿Cómo “educarnos” entonces en esto de aprender a tener conciencia social? ¿Cómo debe ser una pastoral que oriente en esta dirección?
R.-No necesito ser cristiano para tener conciencia social. Tampoco la conciencia social depende de los cristianos porque otras almas nobles la alimentan. Si yo como cristiano soy sensible a los problemas de mis semejantes, si tengo conciencia social, es en “perspectiva de eternidad” (tomo prestada la expresión a Spinoza). No es verdad que mirar a lo eterno me haga indiferente a la realidad presente, o que la adoración a Dios sea un pretexto para huir de responsabilidades con mis semejantes. Al contrario, sólo delante de Dios el rostro del prójimo cobra su verdadero valor y sólo a la luz de la esperanza de eternidad, que es esperanza de perfecta justicia, es posible resistir la miseria presente sin desfallecer o desesperar. A estas alturas de mi vida, con algunas cosas leídas, creo que la Palabra de Dios asumida sin prejuicios, vivificada por el Espíritu Santo, es suficiente para conformar –educar- la mente del cristiano a la mente de Cristo; creo que necesitamos más genuina intimidad con el Jesús vivo que renueva nuestra manera de pensar (Rom.12,2) y nuestra manera de vivir. Por eso vuelvo a insistir en el valor del ejemplo: ninguna “pastoral” será relevante si no es la pastoral del testimonio; creo que ese es el desafío ante el mundo y ante la propia iglesia.

Finaliza la entrevista. Gracias, Emmanuel, por hacernos reflexionar sobre nuestro papel, como personas transformadas por Cristo, en esta realidad que nos circunda.



[1] Martin Luther King: ¿A dónde vamos: caos o comunidad? Barcelona: Aymá Editora, 1967. Pg. 141.
[2] Martin Luther King: El clarín de la conciencia. Barcelona: Aymá Editora, 1968. Pg. 45.
 

 


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COMENTARIOS

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Cordura
06/10/2013
21:58 h
4
 
Agradezco mucho encontrar (por desgracia, no me ocurre a menudo en el ámbito protestante) una visión tan evangélica sobre la época que nos ha tocado vivir. Gracias de verdad por el testimonio de Emmanuel Buch.
 
Respondiendo a Cordura

Artur Luter Prince
11/09/2013
21:44 h
3
 
entonces de la autocomparación de Artur Mas con MLK ya ni hablamos, aunque hay quien dice que todavía a los catalanes se les obliga a ir en los asientos de atrás del bus Ripollet-Girona
 
Respondiendo a Artur Luter Prince

luis gomez
10/09/2013
22:01 h
2
 
¿Si MLK hubiera llegado a presidente..?En Bananas,Woody Allen se niega a ayudar al grupo de Carlos a destruir la nariz del dictador.¿No te das cuenta de que dentro de 20 años lucharíamos por destruir la nariz de Carlos?.Creo que estoy cansado y por eso escribo estas cosas
 
Respondiendo a luis gomez

Samuel Escobar
09/09/2013
09:49 h
1
 
Gracias Jacqueline por esta entrevista a uno de los pensadores más serios y bien formados del Protestantismo español de hoy. Hay que agradecer a Dios por la pluma fértil del pastor Emmanuel Buch, siempre marcada por la sensibilidad pastoral. Les agradezco el esfuerzo por sacarnos de los lugares comunes respecto a Martin Luther King y Dietrich Bonhoeffer.
 



 
 
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