Inicio unas reflexiones sobre la simiente incorruptible, la palabra de Dios que vive y permanece para siempre, y que recibimos por el evangelio que se nos ha anunciado. Ese mensaje tiene como fundamento la obediencia de la fe, o de fe, para todas las naciones. Eso es la catolicidad de la obra redentora y sus frutos.
A ese evangelio se le opuso desde el principio otro evangelio, otras formas de redención, otros cristos, otros espíritus, otra iglesia prostituta, etcétera, y así seguimos.
El referente de la reflexión será la proclamación de ese evangelio en el siglo XVI en nuestra Reforma española.
Es un espacio muy poco usado, pero clave en la comprensión de la Escritura, también para nuestro tiempo. Nos podemos llevar en este cometido, d. v., varias semanas. Incluyendo referencias, por ejemplo, a la próxima presentación de los libros que recogen los trabajos del pasado congreso en Navarra (Villaba) sobre “la conquista de Navarra y la Reforma europea, 1512-1610”, o el anuncio y desarrollo de nuestro congreso sobre Reforma Protestante Española, en la Complutense, a final de octubre, con el tema central de los conversos como sustrato de nuestra Reforma.
Es decir, que se pueden incluir en esa reflexión aspectos de nuestro presente, pues de eso se trata, de vivir la fe en nuestro tiempo, pero en la mesa común con el pasado, pues la palabra de verdad no ha cambiado, ni han cambiado los que pretenden cambiarla.
Aspectos propios del lenguaje teológico como fe y obras, justificación, perseverancia, incluso la escatología, tienen en ese espacio una existencia muy fructífera; pero muy olvidada. No me refiero a que se desconozca la “geografía” de esa Reforma (a veces ni eso), pues se pueden hacer excursiones por tales lugares, lo que tengo en cuenta es que no se conoce su teología, su manera de pensar y presentar el evangelio.
Cuando en el siglo XIX empieza a mostrarse en España la disidencia religiosa contra la Iglesia romana, y se habla de una segunda Reforma en España, realmente lo que hay no tiene nada que ver con lo que hubo; es otra cosa. Se asume un modelo de Iglesia romana y otro de evangélica que no corresponden con nuestra Reforma del XVI. La confrontación de dos paisajes en el XIX enfoca todo el discurso, y si algo se toma del XVI es como un adorno secundario; también ocurre en nuestros días, donde ni siquiera confrontación de paisajes existe, sino confluencia ecuménica, en un solo marco papal. En este modelo el XVI queda como pinceladas de buena voluntad, pero que ahora se tienen que incluir en el cuadro común; no son dibujo propio, solo se pueden usar como parte del cuadro actual.
Creemos (somos los de esa iglesia del XVI, que sigue) que era el cuadro propio de su tiempo, con los modelos de evangelio y predicación y vida cristiana católicos y comunes a los redimidos en cualquier otra época, también la nuestra; y que sus enemigos también son comunes, son los mismos que hoy se reúnen bajo la bandera del “evangelio” que los condenó y procuró eliminar incluso su memoria.
La percepción de lo que llega a España en el XIX, y sigue con las mezclas propias actuales, lo expresa muy bien Mario Méndez Bejarano (1857-1931) en su Historia de la Filosofía en España hasta el siglo XX (1927-29?), tras presentar la represión contra la iglesia en el XVI dice “Así terminó en España la tragedia protestante arrancando de raíz la herejía por el hierro y fuego. Desde entonces no reapareció hasta la revolución de 1868; mas, septentrional por su índole, refractaria a la complexión latina, arrastra una vida lánguida en España, como raudal impotente para abrirse hondo cauce en la hostil sequedad del terreno”. Esta declaración merece estudiarse. Pero lo cierto es que los nuestros del XVI sí eran raudal de hondo cauce en nuestro suelo; es más, de nuestro suelo salieron.
Voy a pararme en uno de ellos:
Constantino Ponce de la Fuente, 1505-1559 (lo de Ponce es una errata que se quedó con él; no importa si Ponce o solo de la Fuente, al final es Constantino).
Constantino es uno de los tres que, provenientes de Alcalá, llegaron a Sevilla (los otros eran Egidio y Vargas). Fue predicador de la catedral (dicen que la cuarta mayor del mundo; la mayor gótica, seguro). Personaje de primerísima fila en su tiempo (y en el nuestro, si lo leemos). Uno de sus biógrafos,
Salvador Fernández Cava (Almud, 2007), dice sobre este tiempo en Sevilla que no se puede olvidar la presencia de los jesuitas. “Su establecimiento en Sevilla durante estos años supone una novedad en el tejido espiritual sevillano, allí donde Constantino había tenido éxito”.
Luego, citando otra fuente, “De la compañía de Jesús partió el primer ataque a las doctrinas esparcidas en sus sermones por el doctor Constantino; ella dio la voz de alerta que vino a resonar en oídos de los inquisidores. No fue preciso para esto emplear la delación directa; a medios más hábiles acudió, que estaban en armonía con la refinada organización del instituto”. Aquí los tenemos, secando el cauce, con miedo, muerte y cenizas.
Efectivamente, así puede decirse que “Sevilla fuese la más feliz de todas las de España al oír durante doce años completos el Evangelio puro de Cristo –y no sin fruto, lo cual atañe al argumento de la verdadera justificación-”.
Además de esta obra de referencia, Artes de la Santa Inquisición Española (traducida del latín por Francisco Ruiz de Pablos, corresponde al vol. IV de la colección “Obras de los Reformadores Españoles del XVI”, Sevilla, 2008), para la historia de la Reforma en Sevilla se ha editado el trabajo de Tomás López Muñoz, La Reforma en la Sevilla del siglo XVI (2 vol. Sevilla 2011). De Constantino tenemos editado Confesión de un Pecador (se puede bajar en pdf en iprsevilla.com) junto con Exposición del Primer Salmo de David, (Sevilla, 2009) con introducción de David Estrada (esta obra se ha traducido al inglés y se editará en breve).
Estas obras de Constantino, junto con otras (una de las principales está siendo actualizada por David Estrada y se editará, d. v., pronto), se editaron aquí, luego fueron perseguidas por la Inquisición, pero se predicaron y publicaron en nuestro suelo. Era nuestro suelo fértil, hondo y nada seco. Después lo secaron, y siguen echándole piedras de la cantera vaticana y empresas auxiliares evangélicas. Pero no, el agua vuelve a rugir, sale, brota, imparable. Y esa agua nos trae a esos hombres y mujeres. Ahí estamos juntos con ellos, contra sus enemigos y los nuestros.
No les pongo más datos;
la próxima semana, d. v., seguimos con Constantino. Lo haremos con la referencia al estudio del profesor José Luis Villacañas sobre el imperio español (
¿Qué imperio? Almuzara, 2008); precisamente su referente incluye a Constantino y la fe cristiana que en esos momentos es cauce hondo en nuestro suelo.
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