LIBERTAD LÍRICA Y DEPENDENCIA
Estimo que Marco Antonio Montes de Oca (México D.F., 1932-2009) es un poeta muy emparentado al Juan de Patmos del Apocalipsis: sus metáforas desencadenan innúmeras imágenes, revelaciones que casi nunca lograron acertados juicios de lectores y especialistas que se aproximaron a sus libros, especialmente los dos primeros, joyas que ignoran anquilosados códigos formales porque están muy próximas al surrealismo del último libro bíblico.
Sus propios títulos o contenidos lo dicen todo:
“Ruina de la infame Babilonia” (1953) y
“Contrapunto de la fe” (1955). En el primero aborda la hecatombe atómica; en el segundo es Cristo el referente máximo, además de tratar la vida del hombre desde sus antípodas, como bien reconoce el poeta: “Entre la existencia como daño y la existencia como éxtasis se hace un contrapunto, y
todo lo que perseguimos como bien de la vida está basado en Cristo, simbolizado por el colibrí”. Sobre este libro volveremos en la segunda entrega.
Escrito cuando el poeta tenía diecisiete años,
“Ruinas de la infame Babilonia” resulta de una encomiable madurez poética. Tanto así que Octavio Paz llegó a considerar al autor como el iniciador de la nueva poesía mexicana. En una entrevista publicada en 2009, Montes de Oca se manifiesta al respecto: “Por supuesto, porque cuando se publicó ‘Ruina de la infame Babilonia’ había mucha academia en la literatura mexicana, mucho formalismo y un gran pudor. Yo, de pronto, irrumpo en el escenario mexicano con una gran libertad verbal, con una riqueza de asociación muy grande y, sobre todo, con lo que definía el surrealismo, la liberación del subconsciente…”. Mucho recuerda, en cuanto al grado de temprana perfección, al poeta español Claudio Rodríguez y su
“Don de la ebriedad”, premiado con el Adonais y escrito a los dieciocho años.
Libertad creadora, renovación lírica pero absorbiendo de manantiales antiguos, de la “Vieja alianza”, como su propio poema publicado en
“Pliego de testimonios” (1956) y que ahora reproducimos en su mayor parte. Pero cuidado, pues Montes de Oca sabe de los límites de la libertad: “Yo creo que el hombre no es un hombre para la libertad pero tampoco para la nada; es un ser para el hacer, para la creación. Porque en ninguna concepción el hombre lo es tanto como cuando crea. La creación admite el concepto de libertad pero también supone un sentimiento de dependencia”.
HOMENAJE A LAS COSAS, LAS CRIATURAS VIVAS Y LA DIVINIDAD
Bastante olvidado en las dos últimas décadas anteriores de su muerte, este magnífico poeta mexicano supo dejar bien claro el cometido final de sus ofrendas líricas: “Mi obra es el homenaje que se merecen las cosas, las criaturas vivas y la divinidad”.
Y su lenguaje y tono profético viene de esa antigua Alianza, como se puede constatar es esta breve muestra:
Día vendrá en que a fuerza de cargar el cuerpo terrible de la belleza
los hombres del crepúsculo cedan.
Será el día en que los hijos nazcan a pocos minutos de los padres…
…Y mientras revientan sin explosivos los continentes
y una roja escarcha de jueves santo
hiere el muro tibio de las frentes…
… queda la fugaz maravilla atrapada en el rabillo del ojo del profeta,
entre la espesura queda el rumbo ilustre que han tomado nuestros sueños,
la estrella que ilumina su propia ciudad,
la estrella que contra el cielo se vuelve y lo refleja…
…
Y pasan por mi garganta helada las aguas de la muerte
Sin que la manzana de Adán se mueva apenas:
Quietas están las verdes paredes del mar rojo,
Crucificada la mano sobre su lira,
Paralizada mi aureola como abeja funeral,
Estancado el fuego de mis ardientes duermevelas,
Parado el péndulo que parte castillos de manzanas,
Detenida la enredadera del llanto, la caravana
de cánticos,
El esponjado pan inmemorial que nunca se endurece;
Detenido yo, crucificado yo, desmayado para siempre.
…Y el gotear de pétalos que arrancan al salterio
Una póstuma queja de sus cuerdas.
Y entonces llega la visión
Al saco sin fondo de los recuerdos previos,
Al páramo donde la hoja es delgado labio
Que para gemir de verdad necesita una pareja;
Entonces llega el día en que la esperanza zigzaguea…
Montes de Oca habla “No en palabras de amante que el tiempo vuelvementirosas”, sino como un fervoroso creyente en la fe poética que se aproxima al Dios de su infanciay busca el connubio de una ética y estética de indudable raigambre cristiana. Y pide: “Entre delirio y más delirio/ uno reza porque Dios nos vuelva más honestos/ y por el limpio gozo de nuestra vacaciones en la tierra…”; o también: “Es cruel esta guerra y pronto se habrá combatido/ en ambas márgenes del espumeante labio./ Mientras tanto, oh Dios, impídeme hablar,/ impide que yo enloquezca…”.
Hablar cuando sea necesario y callar cuando proceda, pero ¿de qué quiso hablar Marco Antonio Montes de Oca?:
¿De qué hablar si no del hombre,
loco de alegría, valsando con su propia sombra
cuando a la nieve le nace un hijo tan puro como ella?
Tal es mi plegaria comenzada en diciembre,
en el mes más amado de las estrellas,
cuando toda invocación es dos veces escuchada
SIN EMBARGO MI PADRE CELESTIAL ME DEFENDIÓ (Cinco Poemas)
Montes de Oca estuvo siempre remecido por la resurrección del futuro. Y, a pesar de ciertas contiendas a la manera de Job, lo cierto es que él supo preocuparse por Dios, atender sus penas, como cuando le dice: “…
cuánta pena para Ti…/ ahora que los sacerdotes prefieren la sangre de tu vino/ al vino de tu sangre”. Por eso entiende que los cristianos deben “Amar al amor/ no la iglesia”, alejados de excesivos ritualismos y de impostaciones dominicales si la comunión no va aparejada del Amor y de las obras que dicho amor genera. Él, que decía “Soy todo lo que miro”, adentró su corazón en los ojos de Dios: “Ileso como un topo/ mi corazón perfora túneles/ en la mirada de Dios”.
CUÁNTA PENA Y TRISTEZA
Tantos esfuerzos, Señor, tantos esfuerzos
contra rocas de no importa qué estatura,
tantos esfuerzos sin que la tierra y el porvenir se casen;
tantos esfuerzos por esto y por aquello,
entre la abundancia del caos
y las miríadas de miradas
que ocultan tu desaparición.
Cuánto desánimo para quien abre surcos fugitivos
con la punta del menguante,
cuánta pena para Ti
—que sembraste el hinchado mástil lleno de aceite y sal
en el mismo lugar donde antes fue cortado—
ahora que los sacerdotes prefieren la sangre de tu vino
al vino de tu sangre.
Qué tristeza para Ti
Dios de la infancia y de todo tiempo subsecuente.
LAS MANOS
Para mi hija Gabriela
Amo estas manos. Destinadas por Dios para concluir mis muñecas, también son las privilegiadas que te acarician y tañen. Ante unos ojos las desperezo. Elevo el dedo meñique, tallo para la luna, espiga rematada en coraza de cal. Elevo otro dedo, el cordial y, ya con ambos en movimiento, diseño para mis hijos, en un muro de pronto habitado, animales de vívida sombra. Los niños se asombran de que existan burritos negros capaces de correr por llanuras verticales, por la escoriada pared donde hasta hoy sólo moscas han reinado. Ellos están contentos de ver unas manos que contienen tantos animales como el Arca de Noé. Con esas manos entreabro el higo más dulce; cojo al pez en la curva de su rizo relampagueante. A veces mis manos llegan a juntarse tanto que entre ellas el cadáver de una plegaria apenas cabe. A veces las arrojo al espacio con tal ira o alegría que no me explico por qué se quedan enclaustradas en el ademán; no me explico muy bien por qué no vuelan.
FRACASO
Dios que estás hecho
De levadura de luciérnagas:
Todo pasa
Menos mi giba dromedaria
Todo pasa
Menos la ciruela pasa
La llave se atora
El candado no se abre.
Algo hay
Que yo no sé
Si es éxodo o exilio
Vertiginoso cuarto de conversión
En que tu vuelo se reduce
A un suspiro encuadernado
Entre ambas alas.
DIOS NACE ENTRE DILUVIOS
La mañana cuelga en el cuello de Dios.
Le veo acorralado, con ganas de arrancarla de sí.
Yo pregunto, le pregunto a él ¿Es el universo una coraza?
¿Acaso es un espejo pequeño donde él mismo se contempla?
Su reflejo más bien. La grama en que se tiende el paraíso.
Embrollado en su enjambre de palpitaciones,
El recuerdo extiende su imagen de otros universos.
Dios está encadenado a su propia sucesión.
A veces lo imagino preso en su gloria,
Con la idea de que nadie conoce la fuente de la luz.
¿Será ésta la crucifixión mayor? No sé.
Sus venas conducen música.
Pienso en las generaciones que animaría
Sólo con izar estrellas de polvo.
Sin embargo él nace a diario entre diluvios.
A diario nace en la infancia de la promesa.
No, no creo en un Dios doliente. No requiere de nuestro consuelo.
Ni plegaria alguna. Ni genuflexiones de su corte angélica.
El vacío reconoce en él su derrota eterna.
VIEJA ALIANZA
II
Ya es mañana amigos.
No desdeñéis a la vida que retira de vuestras plantas
grasientos y viejos tablones
para ofreceros un puente de turquesa.
No la desdeñéis amigos. Antes mirad
al que perdió su resplandor de niño,
a mí que no pude encerrar la luz en roperos de nieve,
ni anudar mis sábanas para escapar de la cárcel.
Miradme inmóvil bajo el abrazo de la ceiba,
con las muñecas sangrantes y esposadas con helechos,
gimiendo bajo la hiedra, mi verde camisa de fuerza.
Sin embargo mi padre celestial me defendió
cuando yo parpadeaba entre los huecos del muro,
como un negrito de feria
acribillado por la glacial puntería de los circunstantes.
Él limpió mis heridas con hélices de seda
y ya no fue mi cáliz tan grande como un cráter.
III
Dios que estás en el sol únicamente,
que prendes en el vasto cojinete planetario
las verdes agujas de la yerba; Tú, e! más bueno,
claro torbellino que abres la puerta a la bailarina de alas rotas:
levanta a mis hermanos que tendidos en hileras
trepidan como durmientes de vía bajo el óseo convoy de la muerte.
Ven Tú en persona y cuelga del naranjo redondos faroles amarillos,
ilumina con tu sombra la tierra toda,
vuélvela pronto un astro de anís.
¡Amigos, si supierais lo que la vida os quiere todavía!
Ella os embarca en seductoras barquillas de helio
para que veáis más de cerca cómo reina el sol
y cómo se ajusta su corona de planetas.
Os da la flor de nochebuena que toma con sus sangrantes dedos
los frutos que nadie alcanza,
se desliza con el rocío por la delicada rampa de las cabelleras,
os regala centellas sumergidas como anguilas de oro en los acuarios.
Por ella, los ancianos escuchan un recuerdo que les endereza el torso.
Los niños nada oyen, están felices:
lo que su corazón no sienta crecer,
no crecerá ni un solo palmo.
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