En el mundo antiguo había por lo menos seis ciudades que se llamaban Laodicea, por eso a esta se la denominaba Laodicea del Lico para distinguirla de las otras.
Laodicea (griego Λαοδίκεια πρός τοῦ Λύκου; latín:
Laodicea ad Lycum, también trasliterado como
Laodiceia o
Laodikeia; turco moderno:
Laodikya), antes conocida como
Diospolis – ciudad de Zeus, padre de los dioses y de los hombres - y
Rhoas) fue fundada en el antiguo
Imperio Seléucida, entre
261a.C. y
245a.C. por el rey
Antíoco II Theos, quien la nombró en honor de su esposa
Laodice. Sus ruinas se encuentran a unos 6 km al norte de la actual ciudad
turca de
Denizli, en la provincia del mismo
nombre, cerca de la aldea de Eskihisar.
De acuerdo con Plinio
(1) estaba ubicada en la intersección de dos importantes rutas lo que la conectaban a Hierápolis (10 kilómetros al norte) y Colosas (17 kilómetros al este)
(2) lo que la convirtió en una próspera ciudad, afamada por sus textiles y prendas de vestir de alta calidad producidos en lana (suave de color negro violáceo) y fino algodón
(3). También producía y vendía en grandes cantidades ungüentos y colirio. Contaba con un acueducto que la traía agua termal desde Hierápolis, aunque por la distancia esta le llegaba tibia; y se proveía de agua fresca desde Colosas.
En suma, Laodicea fue un famoso y rico centro comercial y bancario que contaba con su moneda propia; una opulenta ciudad que se codeaba con las de más alto nivel de vida del mundo conocido por entonces.
Un dato muy importante lo aporta Josefo, cuando informa que
Antíoco III el Grande trasladó allí cerca de dos mil familias
judías desde el cautiverio en Babilonia
(4). Esta comunidad judía habría de adquirir gran importancia con el paso del tiempo. Tras pasar al reino de
Pérgamo, en
133a.C. cae bajo el dominio de
Roma, de quien recibió el título de "ciudad libre", convirtiéndose en la ciudad cabecera de un
conventus (organización territorial equivalente a una provincia) que comprendía otras 24 ciudades. Cicerón recuerda haber juzgado casos allí hacia
50a.C.(5).
Es sabido que el sitio sufría frecuentemente de terremotos, y
Tácito apunta que en el año 60/61, bajo el reinado de
Nerón, uno de ellos destruyó completamente la ciudad; como prueba de su carácter y poder adquisitivo los habitantes rehusaron la ayuda imperial y la reconstruyeron por sí mismos
(6). Por entonces, Laodicea ya contaba con un buen número de cristianos gracias a la labor misionera apostólica.
Como se observa en sus ruinas los laodicenses desarrollaron un refinado gusto por el arte y la arquitectura
griegos; también por la literatura; por su aplicación a la ciencia Laodicea tuvo una escuela médica de gran reputación gracias al desarrollo de un ungüento para los oídos y un colirio para los ojos.
En
494 la ciudad es destruida completamente por un terremoto, lo que marca el comienzo de su paulatina declinación, con la emigración de sus habitantes y su desaparición como centro habitado.
LA CARTA A LA IGLESIA EN LAODICEA
“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:
Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”(7)
W. Barclay comenta: “No nos sorprende que Laodicea presumiera de ser rica y haber amasado riquezas y no tener necesidad de nada. Era tan opulenta que no necesitaba ni a Dios. (…) Laodicea presumía tanto que habían eliminado la necesidad de Dios de las mentes de sus ciudadanos y aun de su iglesia.”
(8)
LAODICEA EN EL NUEVO TESTAMENTO
El apóstol Pablo menciona a la iglesia en Laodicea cuando escribe a los cristianos de Colosas:
“Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Y esto lo digo para que nadie os engañe con palabras persuasivas.” (9)
Como se percibe de sus líneas llenas de amor fraternal, Pablo conoce la inclinación del corazón humano hacia las riquezas temporales, de la que los primeros convertidos a Cristo en Colosas y Laodicea no eran ajenos. Como tampoco lo somos los cristianos en el día de hoy. A esa peligrosa tendencia Pablo, con sabiduría espiritual, le contrapone los tesoros divinos que el Señor dispone para los que le aman y obedecen.
Más adelante, ahora personalizando aún más el estilo, el apóstol a los gentiles nombra a colaboradores, a quienes saluda y aconseja con inconfundible amor pastoral:
“Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere. Porque de él doy testimonio de que tiene gran solicitud por vosotros, y por los que están en Laodicea, y los que están en Hierápolis. Os saluda Lucas el médico amado, y Demas.
Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa.
Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros.
Decid a Arquipo: Mira que cumplas el ministerio que recibiste en el Señor.
La salutación de mi propia mano, de Pablo. Acordaos de mis prisiones. La gracia sea con vosotros. Amén.” (10)
Siento la gran necesidad de detenerme en un par de cuestiones que no pueden pasarse por alto si se desea tener una mayor comprensión de la carta a la iglesia en Laodicea, que el Señor manda escribir al apóstol Juan, la última de las siete en el libro de Apocalipsis. Quisiera darle similar, o mayor, importancia que la otorgada a la información histórico-geográfica-cultural de Laodicea. Solo así, considero, habremos de tener una noción más clara de esta última de las siete cartas a las siete iglesias en Asia Menor y de la terrible condenación que esperaba a los cristianos que no se arrepintiesen de su pecaminosa interpretación de la vida de fe. Algo que no sería para nada bueno que nosotros dejásemos en un segundo plano en nuestras propias vidas en el tiempo presente.
Es necesario aclarar, en primer lugar, la existencia de una carta del apóstol Pablo a los laodicenses, la que no figura en el Nuevo Testamento, como ocurre por caso con la carta paulina a los corintios y la de Judas que ellos mismos dan a entender han escrito
(11). Sobre este tema se ha escrito mucho (y sin duda alguna se seguirá escribiendo) como se hizo y hace respecto de escritos mencionados en las Escrituras cuyo texto se desconoce o fue considerado por los padres de la iglesia como no inspirado por el Espíritu Santo al cerrar el canon de lo que hoy tenemos en nuestras manos como la Biblia.
En nuestra próxima entrega veremos lo anunciado más en profundidad respecto de Laodicea y analizaremos, con ayuda del Espíritu que inspiró el Apocalipsis, las razones por las cuales de las siete iglesias, la de Laodicea es la que se condena más irremisiblemente pues no hay en ella ninguna cualidad redentora.
Hasta entonces, si el Señor lo permite.
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1. Plinio, Naturalis historia, lib. 5 cap. 29
2. Estrabón, Geographica, lib. 13 cap. 4
3. Cicerón, ad Fam. III.7, IX.25, XIII.54, 67, XV.4, Epistulas ad Atticus III.7, IX.25, XIII.54, 67, XV.4, V.15, 16, 20, 21, VI.1, 2, 3, 7, In Verrem I.30
4. Flavio Josefo, Antiquitates Judaicae, lib. 12 cap. 3 sec. 4
5. Cicerón, Epistulae ad familiares, II.1, 7, III.5
6. Tácito, Anales 14:27
7. Apocalipsis 3: 14 – 22
8. William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, Apocalipsis, Volumen 16, páginas 63, 64
9. Colosenses 2:1- 4, negritas mías; la fecha de esta epístola está en discusión; unos sostienen que Pablo la escribió desde la prisión en Roma, otros que en algunos de sus viajes; es decir, entre los años 57 y 62
10. Ibíd. 4:12-18, negritas mías
11. 1ª Corintios 5:9 – 13, “Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros[...]”, lo que tiene por lo menos una implicación, cual es la de que esa carta sería la primera de las remitidas a la iglesia corintia, por cuanto es citada en la que hoy día se tiene por la primera Epístola de Pablo a dicha iglesia, convirtiendo a la que hoy día tenemos por primera en la segunda, y a la que hoy día tenemos por segunda en la tercera; Judas 1:3, “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.” Este versículo en la versión inglesa King James de la Biblia da a entender que el apóstol Judas ya ha escrito con anterioridad “Beloved,when I gave all diligence to write unto you of the common salvation, it was needful for me to write unto you, and exhort you that ye should earnestly contend for the faith which was once delivered unto the saints.”
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