Mi esposa y yo estamos pasando una situación en la que mucha de nuestra vida parece estar fuera de control. Hace poco más de dos meses nos mudamos a una casa que necesitaba mucho trabajo.
Estamos en medio de construcción y arreglos. En ocasiones parece que los maestros de obra destruyen más de lo que construyen. Cada día nos encontramos con más polvo y más cosas que se necesitan arreglar. Parece proyecto de nunca acabar.
Pero lo que más nos tiene en el aire es la enfermedad de mi esposa. Al estar en el proceso de mudanza ella sintió una masa en su abdomen unos pocos días después de su examen anual en que su médico le había dicho que todo estaba bien. Su médico inmediatamente la mandó a hacerse unos estudios y
al poco tiempo de nuestra mudanza ella terminó en el quirófano. Le encontraron un tumor maligno en un ovario y ahora está en tratamientos de quimioterapia.
Todo lo que nosotros asumimos al mudarnos más cerca de mi empleo queda en el aire.
Nuestra primera reacción es preguntar: Señor, ¿por qué permitiste esto ahora? Cuestionamos que si en verdad era la voluntad divina mudarnos en este momento. ¿Cómo podemos lidiar con todos los cambios que se están dando a la misma vez?
Pero al seguir reflexionando sobre el asunto nos damos cuenta que
parte de nuestra reacción tiene que ver con el hecho de que nosotros asumimos que teníamos cierto nivel de control sobre nuestras vidas.
Podíamos tomar decisiones estratégicas sobre nuestro futuro y asumir que las cosas iban a salir como las habíamos planificado.
Nuestra explicación teológica era que habíamos estado orando por dos años y el Señor había abierto las puertas para mudarnos. Pero también tuvimos que reconocer que fuimos formados en occidente y que hemos internalizado una ilusión de control.
Creíamos que sabíamos como iba a ser nuestro futuro al mudarnos y hemos tenido que confrontar que nuestro futuro no está en nuestras manos.
En medio de este proceso ha venido a la mente las palabras de Santiago (4:13-17) en las cuales nos recuerda que no sabemos “lo que será mañana” ni sabemos cuanto tiempo hemos de vivir.
Creer que podíamos predecir y planificar nuestro futuro, sin tomar en cuenta la fugaz de nuestra existencia humana, era una forma de jactancia, una jactancia bien internalizada por nuestra formación occidental.
Estar viviendo en medio de estas inseguridades nos recuerda que nuestras vidas están en manos del Señor y que siempre necesitamos aprender a confiar en él, particularmente aquellos de nosotros que tenemos la ilusión de control.
La aventura que es nuestra vida al momento es una en que celebramos los días que tiene fuerza mi esposa y cuando se ve un avance en la construcción. Pero también sabemos que vienen días pesados cuando el tratamiento químico parecerá hacer más estrago que beneficio y cuando el maestro de obra nos dirá que el proyecto será más caro que lo que habíamos anticipado o que demorará en llegar la parte que nos urge para terminar algún proyecto específico.
Entre las muchas lecciones que el Señor me está enseñando en medio de todo esto es que necesito soltar mi ilusión de control. Cristo nos está invitando a seguirle sin ninguna “garantía” de que las cosas van a salir como nosotros queremos, pero con la promesa segura de que El camina con nosotros y quiere obrar en nuestras vidas por medio de este proceso.
Desde temprana edad se me enseñó a decir “si Dios quiere” después de cualquier plan o declaración. Sin embargo, esas palabras dejaron de ser una confesión teológica y se hicieron un poco automáticas a través de los años en que la mayoría de las cosas parecían ir hacia las direcciones que uno había planificado. Pero en estos días esta confesión toma fuerza, de nuevo.
En verdad no tenemos control sobre nuestro futuro. Hemos de soñar y planificar, pero nunca olvidar que el futuro no está en nuestras manos. Seguimos orando por la salud de mi esposa, creyendo en el Dios sanador.
También seguimos trabajando en la casa en la confianza de que, tarde o temprano se terminará la obra. Sin embargo, sabemos que ninguna de estas cosas está en manos nuestras.
Y por eso confesamos con Santiago: “Si el Señor quiere…..”
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