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Cervantes-Ortiz: No hay conciencia social en las iglesias

Ver al revolucionario Jesús brotar de los Evangelios hasta convertirse en una persona demandante y cercana es una experiencia sin igual. Este siglo está desafiando a las comunidades a la creatividad y el testimonio cristiano bien situado en todos los órdenes
MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 17 DE AGOSTO DE 2013 22:00 h

Hoy nos vamos a México para entrevistar a Leopoldo Cervantes-Ortiz, escritor, médico, teólogo y poeta mexicano.

Cervantes-Ortiz es Maestro en teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana (Costa Rica) y pasante de la maestría en letras latinoamericanas (Universidad Nacional Autónoma de México).

Además, es Director del Centro Basilea de Investigación y Apoyo y Miembro de la Comisión de Formación Ecuménica del Consejo Mundial de Iglesias y del comité editorial del Consejo Latinoamericano de Iglesias.

Os invitamos a leer sus libros: Sendos placeres. Poemas para leer y acariciar (2000), Lo sagrado y lo divino. Grandes poemas religiosos del siglo XX (2002), Sobre ángeles. Antología de poemas del siglo XX (2003), Navegación del fuego (2003), Series de sueños. La teología ludo-erótico-poética de Rubem Alves (2003, portugués: 2005), El salmo fugitivo. Una antología de poesía religiosa latinoamericana (2004, 2009). Pacto, pueblo e historia. Una introducción al Antiguo Testamento(2008), Saborear el infinito. Antología de textos, de Rubem Alves (2008), Juan Calvino. Su vida y obra a 500 años de su nacimiento (2009), Un Calvino latinoamericano para el siglo XXI. Notas personales (2010) yCarlos Monsiváis: cuaderno de lectura (2010).

Dirige la revista virtual de poesíaelpoemaseminal y elBoletín Informativo del Centro Basilea.

Pregunta.- ¿Qué quiere transmitir a los lectores cuando escribe?
Respuesta.-Antes que otra cosa, muchas gracias por esta nueva oportunidad de expresión. Protestante Digital ha sido para mí un auténtico oasis y una magnífica plataforma de diálogo y difusión de ideas.
Las razones para escribir son múltiples. A veces, cuando la inmediatez exige responder o puntualizar aspectos relacionados con las preocupaciones o intereses, es preciso aplicarse y redactar páginas de diálogo o polémica. Otras veces, los compromisos constantes demandan producir textos para usos específicos. Pero como seguramente la pregunta tiene que ver más con “las razones de fondo” para escribir, en mi caso debo diferenciar la “escritura profunda”, la poesía principalmente, de la “prosa edificante”, como la he llamado en los últimos años. Sobre la primera, debo decir que lo asumo como el “oficio mayor”, en palabras de Gonzalo Rojas, pues constituye la posibilidad de dejarse trabajar por el lenguaje, aunque uno sabe bien que la marea oceánica que representa, no siempre toma a quien escribe en las mejores condiciones. La poesía es, como obsesión máxima, el lenguaje verdadero, lo que puede hacernos más humanos en la medida que nos entrega el mundo y a nosotros mismos de otra manera, filtrado todo por el simbolismo y los mitos personales y comunitarios que mejor le acomoden a cada quien. La segunda es un ejercicio constante de comunicación en busca de la interacción, también de indagación permanente de asuntos y temáticas que se han establecido con el tiempo en la conciencia.
Sin aceptar del todo las teorías sobre el narcisismo de la escritura, creo que buena parte de lo que uno escribe tiene que ver con el diálogo interior y las resonancias de aquellas obras y autores que dejan una huella profunda. Sería como hablar en voz alta y correr el riesgo de que se malentienda o interprete de maneras inesperadas lo que uno afirma. Aunque tampoco olvido el compromiso moral o ético por reivindicar causas cuya vigencia ha superado la prueba del tiempo. Por eso, para mí, las fronteras entre teología y literatura, por ejemplo, son muy tenues, pues me interesa mucho contribuir a destacar sus lazos en el camino por establecer nuevas formas de convivencia.


P.- Usted ha antologado una buena muestra de poesía cristiana en lengua castellana. ¿Por qué la poesía bíblica ha sido tan mal atendida y entendida en el ámbito evangélico?
R.-La elaboración de El salmo fugitivo me llevó muchos años, desde que la imaginé, en los años ochenta, hasta su consecución. En efecto, constaté lo que usted dice, pero afortunadamente no me limité a ese espacio religioso, prueba de lo cual es que, en la primera edición, sólo aparecieron dos autores (Julia Esquivel y Rubem Alves) de ese espectro espiritual. En la segunda edición el número creció y fue un gran placer incluir poetas evangélicos de magnífico nivel, desde los “precursores”, como Gonzalo Báez-Camargo, Ángel Mergal o Laura Jorquera, hasta autores más recientes como Alejandro Querejeta, Julio Iraheta Santos o Carlos Bonilla Avendaño. Pero ése fue apenas un aspecto de la antología, que quiso más bien bosquejar un panorama del tema religioso en la poesía latinoamericana, de tan alta calidad durante todo el siglo XX.
Hablar de “poesía bíblica” es otra cosa, pues durante años la gente lee los textos y puede no enterarse de su calidad literaria. Profetas, sabios y cantores, todos ellos hablan poéticamente en la Biblia. Y la poesía, propiamente dicha, está en Job, el Cantar de los Cantares y, por supuesto, los salmos. En esa desinformación influye mucho el cierto desprecio que se percibe en las iglesias hacia las artes, sin olvidar que en otra época la poesía era muy valorada y practicada en seminarios e institutos. Se hacían revistas y tertulias, pero hoy esa tradición se ha perdido. Incluso en los estudios teológicos ha costado trabajo acercarse al contenido de la Biblia con un enfoque literario.
El trato con la poesía en general es otra cosa: en amplias zonas se sigue creyendo que es un producto de elevada cultura que sólo “sirve” para momentos especiales y se deja de lado que con ella estamos en presencia de la palabra decantada, pulida, que obliga al idioma a decir cosas que están más allá de lo que decimos todos los días.

P.- ¿Por qué luchar por la palabra poética?
R.-Porque ella es portadora, depósito y vehículo de una experiencia existencial, estética y espiritual que rebasa la poesía escrita. Pero si nos atenemos a ella, como bien escribió el teólogo católico Karl Rahner, podemos asumir que afina el corazón humano para percibir la Palabra trascendente, la que añoraba tanto T.S. Eliot y que veía perderse en la maraña de palabrería, la verborrea que agobia por todas partes. Ojalá muchos entiendan que la poesía no es sólo para unos cuantos iniciados y que el gusto por el idioma, por la buena expresión, son accesos a la poesía como reducto de la expresión más profunda. Lucha por la palabra poética es promover una nueva cosmovisión que no se contenta con desafiar al mundo y su brutalidad, sino que atisba senderos que todos los días nos esperan, incluso en los que transitamos cotidianamente. En realidad, habría que convertirse también a la poesía en un acto de reconocimiento de que ella, como sugirieron Martin Heidegger y Luis Cardoza y Aragón, es la única prueba tangible de la presencia humana en el mundo, en todas sus manifestaciones.

P.- ¿Qué autores son sus predilectos en el ámbito literario?
R.-Podría citar muchos nombres y de cualquier forma me quedaría corto, pero en temas poéticos quizá Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Ernesto Cardenal, Alejandra Pizarnik, Juan Gelman, Marco Antonio Montes de Oca, Homero Aridjis, Alí Chumacero, Jaime Sabines, Roberto Juarroz, Olga Orozco, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Rubem Alves y una amplia gama de poetas hispanoamericanos. Paz, como poeta y ensayista, es una figura tutelar, casi inexcusable, aunque, por supuesto, no comulgue uno totalmente con él. A Cardenal llevo leyéndolo 30 años, casi el mismo tiempo en que comencé a escribir poemas. Recientemente he vuelto a su poesía mística, muy decantada, y a ese portento espiritual y estético que es Vida en el amor. SusSalmos me enseñaron, mucho antes de apreciar la relación teología-literatura, formas de expresión en las que la fe se estrangula, se comprime, pero sigue ahí, diciendo su verdad a los cuatro vientos, sin más límites que el vocabulario.
Pizarnik me ha acompañado desde 1986. Cuando murió mi madre, fue la lectura que me encaminó por senderos desconocidos, a pesar de que tardé mucho tiempo en leer su poesía completa. Juarroz me sumerge en espacios alternativos donde la existencia encuentra otras formas de pensar y vivir. Mi encuentro personal con él, en agosto de 1987, fue una verdadera revelación. Las metáforas y la imaginería de Montes de Oca me llevan de la mano a universos contiguos en donde la palabra flota y se retuerce, pero siempre tiene algo que decir. Mucho antes de acceder a su poesía reunida, transcribí a mano íntegramente Ruina de la infame Babilonia, su primer obús, esencial y desquiciante acercamiento a la realidad transfigurada: “En un mundo más estricto,/ no seríamos fantasmas?/ Después de nacer/ cada hombre compite por otros nacimientos”, dice en ese deslumbrante poema. En 1986 escribió estas otras líneas inquietantes: “Carnada tránsfuga para peces instantáneos”. Por los pasillos del Hospital General, en 1987, deletreaba cada verso del “Responso del peregrino”, de Alí Chumacero, y en Sabines y Aridjis hallé la palabra primigenia, desnuda y dúctil a fuerza de invadir el lenguaje salvajemente, en el primero, y con una delectación casi mística, en el segundo. Ajedrez-Navegaciones y su minimalismo en ciernes me han acompañado siempre. Antes del reino me parece una de las cimas de la poesía actual. A él lo imité sin descanso en todas sus vertientes, especialmente en la amorosa y en sus incursiones en la poesía apocalíptica: su vallejiana “Canción de amor del fin del mundo” me sigue resonando en los oídos siempre. La perspectiva adánica que lo poseyó tantas veces está ahí al alcance de todos. El surrealismo transformado de Orozco también abre horizontes y formas de percepción que se atisban mediante un encantamiento constante. En fin, Rojas, como “poeta asmático”, ha proporcionado a mi obsesión la pausa, el contrapunto estilístico que de manera antisolemne, como Parra también, invierte los procesos vitales para contemplar aristas impensadas en el camino hacia una trascendencia terrenal, fáctica, pero siempre epifánica.
Mi afición por la poesía ha sido elefantiásica e invasiva, pues me acerco a los versos de toda lengua y tradición. La antología de poemas del siglo XX de Roberto Vallarino contribuyó ampliamente a alimentar ese gusto voraz. En ensayo y narrativa la lista también es larga, y especialmente me detendría en aquellos autores que dialogan abundantemente con situaciones que desbordan la comprensión adocenada de la vida: Rubem Fonseca, Alejo Carpentier, Juan José Arreola (a quien devoré en los inicios de este vicio), Vicente Leñero, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, a quienes leí caótica y devotamente. Alves es un caso diferente, pues al conocerlo primero como teólogo reformado (¡y fundador de la teología de la liberación!) y luego verlo desdoblado y renovado como escritor de una prosa poética que desgaja y descompone los hechos para apostar por una visión estética y radical comprometida con la belleza, aprendí a no creer más en el peso abrumador y alienante de los dogmas sino a experimentar la libertad en todas sus formas. Conocer lenta, meticulosamente su obra, e ir descubriendo poco a poco los matices de su dilatada experiencia, y luego a él en persona, ha sido una de las vivencias más enriquecedoras. En ese sentido, la escritura es una vía de indagación continua capaz de trastocar las buenas conciencias en todas sus formas. Carlos Monsiváis y su aura interminable nos ha cobijado a mí y a muchos que creímos durante algún tiempo en la solemnidad como única forma de vida. Su influencia es sólida y aún nos esperan muchos encuentros y descubrimientos en su vasta obra, que nos rebasa y nos satura, pero que nos seguirá alimentando permanentemente. El libro que está por presentarse en estos días (Carlos Monsiváis: cuaderno de lectura) es apenas un pálido testimonio de su huella indeleble, del diálogo fecundísimo entre la impronta protestante, el liberalismo político y la lucha por las causas más inverosímiles.

P.- ¿Alguno de los intelectuales mexicanos se ha atrevido a defender públicamente al pueblo evangélico?
R.-Ciertamente vivimos una época de “vacas flacas”, culturalmente hablando, en el protestantismo mexicano y, mucho me temo, que en el latinoamericano también. Las figuras de Gonzalo Báez-Camargo y Monsiváis prácticamente abarcaron la totalidad del siglo XX. Su participación en la defensa de la identidad evangélica está presente como un enorme desafío para las nuevas generaciones. Si ambos advirtieron con tanta lucidez que la cultura también es una trinchera en donde las ideas y la producción textual pueden vehicular los aspectos libertarios de la fe protestante, su camino es senda segura para continuar y responder en todos los terrenos necesarios. Lejos queda ya la figura del novelista Martín Luis Guzmán, quien desinteresadamente habló de la persecución a los protestantes en el México del medio siglo. Carlos Montemayor, ya fallecido, con un pasado protestante que muchos le reprocharon, también tuvo palabras de reconocimiento para esa filiación que hoy se ha transformado en un sello casi comercial y de moda, cuando el ser “cristiano” más bien le sirve a algunos/as para agenciarse contratos y obtener ganancias discutibles.

P.- ¿Puede hacernos una breve descripción sobre el México actual?
R.-No creo equivocarme si digo que es un país dominado por el desencanto, traído y llevado por discursos políticos que ofrecieron grandes cosas y han conducido a formas de decepción que se están canalizando de diversas maneras. El aumento de la violencia y la inseguridad, la manera en que el narcotráfico se ha apropiado de regiones enteras del país, así como la enorme falta de confianza en las instituciones han erosionado la vida social. El retorno del régimen priísta, en vez de generar nuevas vías de convivencia anuncia, y se ha visto ya, ha demostrado que las viejas prácticas corporativistas y verticales están de nuevo en marcha. El desprestigio de los partidos y la dificultad para que las organizaciones sociales se consoliden está marcando estos años difíciles.

P.- ¿Qué significa ser protestante en su país?
R.-Ya con más de cien años a cuestas en México, las iglesias y movimientos protestantes han entrado a una fase de cierto triunfalismo y de búsqueda de prebendas impensables en otra época, lo que ha modificado significativamente la forma en que los/as militantes se apropian de la identidad y el legado de las primeras generaciones. La movilidad social, el ascenso económico y el aumento en la escolaridad se han conjugado para producir nuevas formas de “ser protestante”. Al quedar atrás la marginación y las persecuciones (aunque en algunas regiones aún subsisten, penosamente), los protestantismos son hoy ya un factor que incluso es visto como desequilibrante en algunas contiendas electorales. Sin embargo, al abandonar su pasado liberal y progresista, estos movimientos y grupos religiosos ya no representan la protesta social que encarnaron en otra época. Desgastados por las inútiles pugnas entre tendencias importadas por la presencia misionera (fundamentalismo contra liberalismo), hoy pugnan por redefinir su heterodoxia en términos no solamente religiosos.

P.- ¿Es México un Estado laico?
R.-Constitucionalmente, sí, pero con peligrosos vaivenes y recaídas impulsados por los grupos más reaccionarios. Hace pocos meses hubo una negociación para que, a cambio de que el artículo 40 de la Carta Magna afirmase explícitamente la laicidad del Estado, el 24 estableciera el concepto de libertad religiosa, literalmente exigido por las cúpulas católicas. El mismo día en que se anunció la discusión de esta última, el arzobispo primado de México salió a la calle presidiendo una procesión que desafió a las fuerzas que defienden al laicismo. El régimen presidencial abanderado por el Partido Acción Nacional, durante 12 años insistió en cuestionar la laicidad con acciones provocadoras, delirantes y hasta ilegales, pero fue resistido heroicamente por algunos grupos que la reivindican como una conquista ganada luego de fuertes luchas históricas en el siglo XIX. Como decía Monsiváis, la laicidad en México es un proceso irreversible.

P.- ¿Ha sido una ventaja para el avance de la fe evangélica?
R.-Definitivamente sí, aunque las propias iglesias aún no alcanzan a entender las bondades de ese sistema en el sentido de que ninguna religión reciba más privilegios que las demás, o lo que es peor, que imponga políticas públicas a causa de ello. No se ha logrado aprender la lección de otros países en los que incluso es posible que en las escuelas públicas pueda haber formación religiosa igualitaria, algo inconcebible en nuestro país. La laicidad, como un bien no negociable, tampoco es promovida en las iglesias y no lo suficiente por el Estado, pues implícitamente se sigue aceptando que el catolicismo, por ser mayoritario, debe seguir siendo beneficiado por los gobiernos en todos sus niveles. Paradójicamente, el comportamiento de muchas iglesias evangélicas no difiere mucho de la católica a la hora de hacer uso de la libertad de cultos.

P.- En uno de sus artículos usted habla del “desapego legal” con que actúan algunos nuevos movimientos evangélicos, y los acusa de su responsabilidad por trasladar sus convicciones religiosas al espacio público. ¿Podría ampliarnos su opinión?
R.-Precisamente ese desapego es resultado de una cultura ciudadana alterada o dominada por los usos del régimen que perdió las elecciones presidenciales en 2000, pues apenas algún militante evangélico destaca en la política, enfrenta la tentación de volcar sus convicciones en las acciones de servicio que demandan una neutralidad religiosa absoluta. Un doloroso ejemplo ha sido el matrimonio Orozco, Alejandro y Rosi, quienes llegaron a puestos públicos a partir de una plataforma religiosa clientelar que les granjeó privilegios discutibles, además de que ambos le impusieron al Ejecutivo un lenguaje religioso en algunos programas, como el que atacó las adicciones en los jóvenes. Ella, en particular, tomó la bandera de la lucha contra la trata de personas con la certeza de que, más allá de la orientación ideológica del partido que la llevó a una diputación, desde el Senado continuaría con esa propuesta. Su estrepitosa derrota electoral puso en entredicho sus motivaciones verdaderas.

P.- ¿Cuál es el comportamiento de los líderes y de las iglesias en defensa de los derechos ciudadanos? Por ejemplo, en el caso de los evangélicos de Chiapas.
R.-Muy variable, ambiguo y hasta contradictorio, pues incluso algunos líderes nacidos en esa entidad sólo se sirven de las iglesias y de su representación para su beneficio personal. Al no existir una clara formación ciudadana en las iglesias el comportamiento social de la militancia deja mucho que desear, pues ésta deja de percibir muchas problemáticas locales y nacionales, y no se suma a los diversos movimientos por la defensa de los derechos humanos. Un ejemplo de ello es la escasa conciencia que existe en las iglesias ante el problema de las personas desaparecidas durante el sexenio 2006-2012. No se entiende suficientemente que al culto le deben seguir gestos y acciones concretas que manifiesten la responsabilidad concreta por la creación, la justicia, la paz y la superación de la violencia, entre tantas cosas posibles. La llamada “contingencia humanitaria” no forma parte de la agenda de muchas iglesias.

P.- ¿Cuál cree usted que es la influencia de Calvino en América Latina?
R.-Es más notoria de lo que muchos están dispuestos a aceptar, pues desde la forma federal de gobierno hasta los valores democráticos, pasando por la lucha contra los privilegios de los poderosos, forman parte del legado del reformador franco-ginebrino. Tal vez cuando el liberalismo más auténtico tuvo la fuerza cultural que le permitió moldear a varios de los países latinoamericanos, como México o Colombia, se experimentó con mayor claridad ese impacto. La tradicional debilidad democrática de las instituciones políticas del subcontinente se debe, dicho de manera muy esquemática, a la prevalencia de acuerdos sociales que reproducen los privilegios que en tiempos coloniales eran la norma. Ser “hijos de la Contrarreforma”, como decía Octavio Paz, parece ser un lastre del que nuestros países no se han librado aún del todo. Cada vez que los impulsos democráticos se muestran intensamente, el fantasma de Calvino y su tradición amenazan con hacer de las suyas en estos espacios. Hace falta más Calvino y menos Santo Tomás.

P.- ¿En qué nivel se encuentra la reflexión teológica latinoamericana?
R.-Goza de muy buena salud en los diferentes campos de reflexión y acción. Luego de los tiempos de satanización y acusaciones de exotismo debido al excesivo dominio de la teología anglo-sajona, el pensamiento teológico contextual ha arraigado profundamente hasta en grupos o comunidades que rechazaron abiertamente los énfasis liberadores que aparecieron y se consolidaron en las décadas pasadas. Abierta o soterradamente, estas orientaciones se han impuesto y ya es inconcebible pensar de otra manera la pastoral, la evangelización, la educación o la liturgia, excepto en las zonas más tradicionalistas, que siguen aferradas a esquemas superados desde hace tiempo. Las nuevas generaciones de teólogos/as están aportando insumos muy interesantes.

P.- ¿Cuál es la misión de la Iglesia en este siglo XXI?
R.-Sin pensar en inventar nada nuevo, primero, tratar de ser fiel al espíritu libertario e iconoclasta del Evangelio de Jesucristo y, segundo, tratar de encarnar de la mejor manera el ideal neo-testamentario de la comunidad de fe a fin de promover formas auténticamente humanas e igualitarias de convivencia. Este siglo está desafiando a las comunidades a la creatividad y el testimonio cristiano bien situado en todos los órdenes.

P.- ¿Cómo conoció a Jesús?
R.-Gracias a la fe de mi madre, a su devoción personal y a la forma en que supo transmitir el amor por las Escrituras que lo revelan. Asimismo, por la pasión con que buscaba recibir una predicación pertinente y profundamente apelante. La constancia con que insistió en compartir los valores evangélicos dejó una marca imborrable y propició la vocación por pensar, lentamente y mediante una incubación progresiva, la fe desde sus coordenadas bíblicas, doctrinales y culturales, aunque este elemento sólo lo comprendería más tarde. No puede haber evangelización plena si no se evangeliza la cultura, además del corazón.
Ver al revolucionario Jesús brotar de los Evangelios hasta convertirse en una persona demandante y cercana es una experiencia sin igual.

Finaliza la entrevista. Gracias, Leopoldo, por mostrarnos algo de la cultura y de la sociedad mexicana, incluyendo al pueblo evangélico. Y también por ofrecernos una panorámica de la literatura hispanoamericana.
 

 


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COMENTARIOS

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Luis N. Rivera Pagán
25/08/2013
16:45 h
3
 
Leopoldo es una figura cimera en las letras protestantes latinoamericanas. Conjuga, como quizá nadie más en México, el gusto por la escritura poética y elegante, el estudio intenso y laborioso de la literatura latinoamericana, la profundidad de la reflexión teológica, la defensa de los excluidos (como lo muestra su defensa de la ordenación de la mujer, tema de amarga controversia en las iglesias reformadas de su país) y la apertura a la amplia y rica diversidad ecuménica. Su amistad me honra sobremanera y la lectura de sus libros, ensayos y artículos (que son incontables) continuamente me abre nuevos horizontes de diálogo. Es un digno sucesor de Gonzalo Báez Camargo y Carlos Monsiváis.
 
Respondiendo a Luis N. Rivera Pagán

Luis Eduardo Cantero
23/08/2013
15:58 h
2
 
Felicito a protestante digital por la entrevista de mi amigo Leo, excelente, siempre mostró su prolijidad en todo. Fuimos compañeros de posgrado en Costa Rica. Un placer leído la entrevista de mi amigo Leo, felicitaciones a Leo que siga siendo lo que sos....
 
Respondiendo a Luis Eduardo Cantero

Leopoldo Cervantes-Ortiz
18/08/2013
18:20 h
1
 
Recomiendo ampliamente la lectura de este texto del novelista mexicano Fernando del Paso: 'Religión, intolerancia y barbarie', www.jornada.unam.mx/2013/08/18/sem-fernando.html
 



 
 
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