Podemos acercarnos al concepto de iglesia desde el paradigma de organización o desde el paradigma de organismo vivo. Las organizaciones se caracterizan por la búsqueda de la estabilidad, la seguridad y la solidez. Los organismos vivos, sin embargo, se caracterizan por el cambio, los riesgos y el movimiento. Cuando tales características desaparecen, es muy probable que sea porque el organismo ha llegado a su estado máximo de estabilidad: la muerte.
Las imágenes bíblicas de la iglesia y del reino de Dios son orgánicas, la iglesia es un organismo vivo, ¿pero acaso los organismos no necesitan de organización?. Sin duda todo ser vivo tiene una forma, una estructura y la necesita, por ello la pregunta más adecuada es: “¿de dónde obtiene el organismo su forma?, ¿de su propia vida y naturaleza o le viene impuesta desde fuera?” El autor Frank Viola dice que a veces la diferencia entre organizada y orgánica es la diferencia entre estar en frente de un ventilador o estar fuera en un día de viento.
En España son pocos los que reconocen a una entidad como iglesia si no poseen un libro de membresía, un número concreto de miembros, unos estatutos y un domicilio o edificio, elementos que nunca fueron necesarios para reconocer a la iglesia descrita en el nuevo testamento. No hay nada malo en estos elementos si de verdad son una ayuda, pero pueden llegar a ser peligrosos cuando pasan a tomar un lugar que no les corresponde y me temo que somos víctimas de esto último. Actualmente formo parte de una comunidad cristiana donde nos sentimos iglesia sin estos elementos, y es curioso cómo precisamente la ausencia de los mismos sorprende a muchos cristianos.
Nuestra eclesiología nos ha llevado a construir estructuras muy complejas y difíciles de mover en medio de un mundo en continuo cambio.
La iglesia trata de afectar a este mundo, pero cuando consigue mover toda la maquinaria y acercarse a él, descubrimos que llegamos tarde, que ahora el mundo al que debemos afectar está en otro lugar y es hora de mover de nuevo el pesado caparazón que nos oprime.
¿Has observado cómo unos años después de que alguien se convierte se suele romper todo vínculo importante con sus relaciones más significativas?. A veces, es difícil estar comprometido con los programas de la comunidad cristiana y tener tiempo para pasar con amigos, vecinos y compañeros de trabajo, incluso con familiares. Sábado tarde, reunión de jóvenes; domingo, reunión principal; miércoles o jueves reunión de oración; lunes o martes reunión de célula y si eres responsable de algún otro área es posible que falte alguna convocatoria más en la semana. Cuando mi esposa trabajaba con los estudiantes cristianos en la universidad le costó mucho hacerles entender que pasar tiempo con sus amigos, aun no cristianos, debía ser algo natural y prioritario si de verdad deseaban afectar a este mundo, el problema es que no tenían tiempo y aún peor, muchos no sabían relacionarse con ellos.
La “burbuja evangélica” es muchas veces la consecuencia de imponernos una estructura compleja que no nace del ADN de la iglesia bíblica y que acaba absorbiéndonos sin apenas darnos cuenta.
La eclesiología de la cristiandad, influenciada por Constantino y el mundo empresarial, ha determinado la misión de la iglesia. Primero hemos dicho: necesitamos para ser iglesia un gobierno, gente que venga a escuchar sus predicaciones, un grupo de alabanza, un lugar donde venir a escuchar, sillas, equipos de sonido, etc., y cuando todas las piezas están montadas nos preguntamos ¿cómo hacemos misión desde aquí?, ¿cómo vamos a llevar a la incomodidad a los que están tan cómodos? no es de extrañar que fuera de eventos muy concretos nos cueste mucho.
Si la iglesia es el cuerpo actual de Cristo, y lo es, entonces Jesús y su encarnación deben determinar nuestra eclesiología.
Es imposible mirar a Jesús y no verle como parte del tejido social de su época, de ahí la importante influencia de su vida y mensaje, ¿pero forman parte nuestras comunidades cristianas del tejido social al que somos llamados a influenciar?, ¿qué elementos no nos ayudan o aíslan del mundo actual?, ¿de cuáles podemos o debemos prescindir?
Los sistemas vivos cambian si el cambio es necesario para preservar su vida y como hemos dicho, la iglesia es un sistema vivo. Ahora, es importante tener en cuenta que la información que un sistema vivo recibe de su entorno, se interpreta en base a su identidad, es decir, no estoy hablando de cambiar para ser moldeados por el entorno, sino de responder adecuadamente al mismo conforme a nuestro ADN. Para ello necesitamos preguntarnos: “¿qué nos está diciendo el entorno?”, y mirando solo a Jesús y no a nuestras tradiciones plantearnos “¿Cómo podemos responder a este entorno desde nuestro ADN?.
Creo que
esta difícil y necesaria tarea nos puede llevar a deshacernos de cargas innecesarias, a un ministerio con más énfasis en relaciones que en eventos, a experimentar la profundidad de la sencillez y a recuperar la iglesia en su esencia.
Hemos propuesto la necesidad de revisar continuamente nuestra teología con el fin de enfrentar los retos en el S. XXI, la necesidad de librarnos de reducir la salvación a solo un boleto al cielo, la necesidad de recuperar una espiritualidad integral que nos permita conectar con Dios las 24 horas del día y vivir, dicho sea de paso, en lo eterno hoy mismo, la necesidad de vivir en clave misional en nuestros contextos cotidianos, la necesidad de un discipulado al estilo de Jesús interesado en trasmitir vida y no sólo información. Y para que todo ello sea más que teoría, creo que
necesitaremos también revisar los fundamentos de nuestra eclesiología moderna, de otra manera, el consumismo religioso hará que la palabra iglesia traiga a la mente de esta generación un edificio con organización empresarial en vez de Jesús mismo en la tierra.
Roy McClung, en el siguiente video, nos explica en 2 minutos la diferencia entre la iglesia simple e institucionalizada. El propósito no es criticar determinadas maneras lícitas de vivir la eclesiología, sino el ayudar a que cumplamos mejor con el Gran Mandamiento y la Gran Comisión en el Siglo XXI:
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