Recuerdo una conversación que tuve con un universitario norteamericano que estudiaba en Madrid. La historia de cómo llegué a hablar con él fue realmente asombrosa. Durante el tiempo de oración vi dos imágenes en mi mente: una margarita y un girasol. No sabía muy bien lo que significaba pero en obediencia a esa palabra, fui a la floristería más cercana. Cuando llegue a la floristería había dos fotografías gigantes: ¡una era de una margarita y otra era de un girasol!
Cuando vi las fotografías estaba muy sorprendido y agradecido por la guía y dirección del Espíritu Santo. Fue entonces cuando vi a un joven sentado en el suelo y me acerqué a hablar con él. En los primeros dos minutos me presenté y le expliqué cómo había llegado hasta ahí. Sabía que tenía que ser claro con él y con amor y misericordia lo confronté con su pecado. Él me dijo que era culpable de haber roto los mandamientos de Dios y que sabía que iría al infierno.
Le expliqué que Cristo no nos pide ser personas moralmente buenas sino personas arrepentidas de corazón y dispuestas a dar nuestra vida a Él porque entendemos que Cristo es el único que puede salvarnos de nuestro pecado. Claramente le expuse que no se trata de ir los domingos a la iglesia sino de someter toda nuestra vida bajo el gobierno del Rey Jesús. Su respuesta me encantó: “Nunca me habían hablado así de claro, entiendo lo que me dices y tengo que pensarlo muy bien antes de tomar una decisión tan importante”.
¿Qué pasaría si expusiéramos claramente el mensaje de la cruz sin diluirlo con nada más? El primer evangelista que existió fue Juan el Bautista. Su mensaje era muy fuerte y confrontaba lo más profundo del corazón de las personas. Un ejemplo del arrojo de Juan fue cuando le dijo a Herodes, uno de los líderes políticos más influyentes de su época, que dejara de acostarse con su cuñada. No estoy seguro de atreverme a hablarle así a un político. Lo sorprendente es que Herodes escuchaba a Juan de buena gana (Marcos 6:20, RVR1960). En otra versión dice:
Herodes se inquietaba mucho siempre que hablaba con Juan, pero aun así le gustaba escucharlo (Marcos 6:20, NTV). Me imagino que Juan confrontaba a Herodes con un corazón lleno de amor y compasión. Sin embargo no ocultaba nada del mensaje de arrepentimiento ni lo diluía con otro tipo de mensaje para caer bien.
¿Por qué, entonces, en las últimas décadas hemos dejado de confrontar abiertamente el pecado y el mensaje evangelístico se ha vuelto simplemente un mensaje de valores positivos? Creo que
una de las razones es por miedo a ofender y miedo a ser rechazados, pero Cristo dijo que su mensaje ofendería a unos y salvaría a otros; y nos advirtió que seríamos rechazados por causa de su nombre.
El
evangelio puro significa hablar abiertamente del pecado y de la necesidad de arrepentirnos para con Dios y poner nuestra confianza en Cristo en lugar de ponerla en nuestra religión o en nosotros mismos.
Muchas veces he asistido a eventos evangelísticos donde no se menciona ni el arrepentimiento de pecados ni la fe en Cristo. De hecho, algunas veces me han dicho que organizan estos eventos para que la gente deje de pensar que los cristianos somos “raros”.
Conciertos musicales, comidas, cenas, eventos deportivos... hay muchas cosas que las iglesias locales organizan para caer bien a la comunidad donde viven pero a menos que se hable claramente del mensaje de la cruz, no se les puede llamar eventos “evangelísticos”.
Lo mismo ocurre con la música evangelística, pensamos que tiene más eficacia escribir canciones con un mensaje positivo para alcanzar a más personas pero la realidad es que si no explicamos por qué tuvo que morir Jesús y no hablamos de nuestro pecado y de poner toda nuestra confianza en Él, entonces no podremos ver salvación venir a nuestras ciudades.
Hablar de “valores cristianos” no es evangelizar, predicar la cruz sí lo es. Cristo nos pidió anunciar el arrepentimiento, proclamar en nuestras ciudades que Su reino se había acercado y exhortar a las personas a tomar la decisión de dejar atrás el pecado. Atrévete a predicar el evangelio tal y como es, sin quitarle ni añadirle nada, créeme, te sorprenderás del poder que acompaña al mensaje de la cruz.
Si tú fueras el único cristiano al que un no-creyente conocerá en toda su vida, ¿qué es lo que le dirías? ¿Le cantarías canciones que hablen de un mensaje positivo por miedo a lo que vaya a pensar de ti o le hablarías de su situación espiritual tal y como es? Si supieras que tu padre que aún no ha entregado su vida a Cristo va a morir en dos días, ¿qué sería lo último que le dirías? ¿Tendrías el amor suficiente para hablarle de la realidad del infierno y de la necesidad de pedirle perdón a Dios por haberle ofendido con su manera de vivir?
Si no hablamos a las personas de manera clara del pecado, del juicio y del infierno, no podrán entender el amor de Dios demostrado en la cruz cuando Cristo murió por nuestros pecados. ¿Por qué habría de importarnos la cruz si no nos importa nuestro pecado?
No debemos ocultar el mensaje de la cruz ni encubrirlo con un mensaje “positivo” por miedo a ofender, te animo a que a partir de ahora prediques el evangelio tal y como es.
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