Hoy nos vamos a Puerto Rico para dialogar con Luis N. Rivera Pagán (San Juan de Puerto Rico, 1942). Luis es Doctor por la Universidad de Yale y profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Además, es autor de varios libros, entre ellos,
Evangelización y violencia: La conquista de América (1992),
Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995),
Mito, exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996),
Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999),
Teología y cultura en América Latina (2009) y
Ensayos teológicos desde el Caribe (2013).
El próximo mes de octubre recibirá en Salamanca el Premio Iberoamericano de Ensayo “Alfonso Ortega Carmona”, otorgado por la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca. Destaco una de sus afirmaciones
: “Es imperativo desarrollar una teología pastoral profética evangélica que denuncie la opresión y proclame la convergencia bíblica entre justicia y paz”.
Pregunta.- Se está dando un crecimiento imparable de los evangélicos en América Latina. ¿Va acompañado el mismo de un conocimiento bíblico y de una reflexión teológica?
Respuesta.-El crecimiento evangélico latinoamericano es impresionante. Algunos analistas opinan que el papa Francisco escogió Brasil como primer eslabón de sus futuros peregrinajes porque, como argentino, está muy consciente del éxodo de una cantidad considerable de sus feligreses latinoamericanos, no necesariamente al secularismo como acontece en Europa occidental, sino a otras maneras de pensar, sentir y vivir la fe cristiana. Es un fenómeno que se ha estudiado mucho durante las últimas décadas. Sobre este proceso, he escrito un ensayo valorativo publicado en el séptimo volumen de la obra académica
A People’s History of Christianity.
Este aumento evangélico ha propiciado el surgimiento de muchas entidades educativas, de muy distinta índole, dedicadas a la formación teológica y profesional del liderato de esas nuevas iglesias. Son instituciones teológicas muy diversas. Algunas son muy sofisticadas académicamente, como ISEDET de Argentina, la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, la Comunidad Teológica de México, el Seminario Evangélico de Teología de Cuba, o el Seminario Evangélico de Puerto Rico, entre otros. Otras son más bien espacios que proveen un entrenamiento mínimo de predicación y propaganda evangelística.
No hay, lamentablemente, un estudio amplio sobre la calidad de la reflexión teológica y educativa en estas instituciones. Sin embargo, una entidad novedosa, Servicios Pedagógicos y Teológicos, ha comenzado a publicar libros y coordinar talleres cuyo objetivo es la evaluación y renovación de los esquemas curriculares de estos seminarios y entidades educativas. Tengo, por tanto, esperanza de que la calidad académica de la educación teológica latinoamericana ascienda durante las próximas décadas.
P.- ¿Hay diferencias entre el abordaje teológico europeo, norteamericano y latinoamericano?
R.- Toda reflexión humana procede de un contexto histórico específico. Es lo que los biblistas llamaban, cuando la hermenéutica alemana era suprema,
Sitz im Leben. Por eso no debe extrañar que la producción teológica latinoamericana tenga matices y giros propios. Esas características proceden de la historia misma de América Latina: dependencia colonial y pobreza.
¿Qué tiene que ver la dependencia colonial con la fe cristiana? A veces, al leer las escrituras sagradas judeo-cristianas, me asalta la intensa e inescapable percepción de que todos los eventos históricos cruciales que en ellas se narran acontecen bajo la égida de una potencia imperial invasora, llámese ésta Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Macedonia o Roma. Es imposible evadir la presencia ubicua, en la Biblia, de las conquistas imperiales, que seriamente amenazan la subsistencia del pueblo de Israel o de la pequeña comunidad de cristianos.
Desde la saga del Éxodo hasta las visiones apocalípticas y anti-romanas del último libro del canon neotestamentario, sólo una estrategia de evasión hermenéutica podría suprimir la importancia de las hegemonías imperiales y las esperanzas de liberación de los oprimidos. ¿Cómo olvidar que el primer gran relato bíblico es la liberación de un pueblo cautivo de la opresión imperial egipcia y que fue un representante del imperio romano quien determinó el suplicio y la crucifixión de Jesús?
¿Y qué lector crítico y consciente de nuestras escrituras sagradas puede seriamente negar que la solidaridad con los menesterosos, vulnerables y oprimidos es una de sus principales claves hermenéuticas? La opresión social y económica es, en nuestras escrituras sagradas, un pecado contra Dios y su voluntad, del cual los responsables deben arrepentirse. La expoliación, la servidumbre forzada y la expropiación de las tierras de los humildes, constituyen transgresiones contra la ley de Dios que requieren confesión, contrición, expiación y restitución activa de la libertad personal y de las tierras. Se enlazan así ideas claves -santidad, expiación, liberación de los siervos, restitución de tierras- que demasiadas veces en la historia de la religiosidad cristiana se ha intentado mantener separadas. En el llamado "manifiesto de Nazaret", con el que Lucas inicia el ministerio de Jesús, las imágenes típicas del año sabático, el jubileo y el día escatológico de Yahveh se ligan a la liberación de los cautivos y el anuncio de las buenas nuevas a los pobres. Son palabras difíciles de oír y provocan el primer intento de asesinar a Jesús (Lucas 4: 29 -le sacan fuera de Nazaret para intentar despeñarle, cosa de que no se contamine la ciudad). El evangelio del reino de Dios se muestra así intolerable para las autoridades políticas y religiosas opresoras.
Son vínculos que captó con sagacidad, en el siglo dieciséis, Bartolomé de las Casas y que motivan su apasionamiento profético, como bien ha descrito Gustavo Gutiérrez en su
opus magnum sobre el gran dominico y obispo de Chiapas.
P.- ¿Cuál es la situación del pueblo evangélico puertorriqueño?
R.- Es una de crecimiento disgregado. Impresiona el aumento geométrico de tantos lugares distintos de culto y devoción. Son de muy distintos carices y matices. Hay congregaciones de las iglesias hijas de la Reforma del siglo dieciséis; otras se adhieren a la irrupción pentecostal de inicios del siglo pasado; algunas pertenecen al linaje reciente de la teología de la prosperidad en las que impera el tríptico, tan bien descrito por el brasileño Leonildo Silveira Campos, de templo, teatro y mercado; varias son recientes importaciones del mundo “evangelical” estadounidense; y, finalmente, para no quedarnos atrás, tenemos creaciones institucionales autóctonas, con nombres muy exóticos y pintorescos.
Lo extraño es que nunca antes hemos tenido tantas iglesias abarrotadas y activas (incluyendo un renovado catolicismo) y, sin embargo, impera en nuestro país la violencia cruel e inhumana, la corrupción y el desdén por la dignidad personal. Esa contradicción constituye un enigma que merece nuevos abordajes teóricos y prácticos.
P.- Usted ha sido invitado a dar conferencias por muchos lugares del mundo, ¿considera que así como en términos económicos se está cambiando el eje central, también en el ámbito cristiano el centro se está yendo hacia los países emergentes?
R.- Definitivamente y eso lo demuestra, por ejemplo, la selección de un argentino como el nuevo pontífice supremo de la Iglesia Católica. Si estudiamos la composición de la jerarquía curial vaticana de los pasados siglos, lo que ahora sorprende es la ruptura del dominio absoluto de europeos blancos (sobre todo italianos). Lo que fue, hasta hace muy poco, un patrimonio exclusivo de los países del Norte, ahora retumba con voces que provienen del Sur. Siglos de silencio e invisibilidad se van quebrando irreversiblemente. Es un proceso que ha sido objeto de análisis académico: el desplazamiento del eje central del cristianismo hacia los países de lo que hasta hace poco se denominaba Tercer Mundo.
Tuve a mi cargo editar el libro de la pasada asamblea del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), que se efectuó en Porto Alegre, Brasil. Lo primero que impresiona, si se compara con la primea asamblea del CMI (Ámsterdam, 1948), es la presencia de tantos africanos, asiáticos y latinoamericanos. Las
voces silenciadas y reprimidas ahora se expresan con firmeza y autoridad.
Pero no nos apresuremos; todavía el poder pertenece a los poderosos. Sin embargo, es una prerrogativa de primacía que es desafiada por reclamos vigorosos a favor del compartir y la solidaridad. Aunque pocas cosas en la historia son inexorables, todo parece indicar que este desplazamiento del cristianismo a los países hasta ahora marginados continuará su curso.
Y con ello se vuelve a los orígenes: ¿dónde nació acaso el cristianismo sino en un área periférica marginada del imperio romano: Judea y Galilea? Desde la perspectiva de Atenas y Roma nuestros primeros antecesores eran sencillamente bárbaros. Y sabemos bien lo que Aristóteles pensaba sobre los bárbaros.
P.- ¿Por qué nos cuesta tanto hablar y escribir sobre la pobreza y las injusticias, cuando Jesús nos enseñó lo contrario, dejándonos el modelo de una Misión Integral?
R.-Porque es imposible conversar sobre la pobreza y las injusticias sin hablar de las causas estructurales de la inequidad y de quienes se benefician de las desigualdades. Y el que entra en ese ámbito de análisis y denuncia social se arriesga a pagar un precio que en ocasiones puede ser muy oneroso.
Mencionas, por ejemplo, a Jesús. En el ya antes mencionado "manifiesto de Nazaret", con el que Lucas inicia el ministerio de Jesús, las imágenes típicas del año sabático, el jubileo y el día escatológico de Yahveh se ligan a la liberación de los cautivos y el anuncio de las buenas nuevas a los pobres. Son palabras difíciles de oír y provocan el primer intento de asesinar a Jesús. El evangelio del reino de Dios se muestra así intolerable para las autoridades políticas y religiosas de su tiempo. La suerte está echada y la cruz es inevitable para Jesús (aunque con una inevitabilidad distinta a como la concibe José Saramago en su inquietante reconstrucción del drama de Jesús).
Todos conocemos la frase que se atribuye al obispo brasileño Hélder Câmara: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”. En el Brasil de su tiempo la persona que se tildaba de “comunista” se arriesgaba a perder su libertad e incluso su vida misma. Y el que piense que el título de obispo o arzobispo sirve de escudo protector de la represión, olvida el trágico destino del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero. Suerte similar sufrió el obispo guatemalteco, defensor de los derechos humanos de los pobres e indígenas de su patria, Juan Gerardi Conedera.
La pregunta clave es, por tanto: ¿estamos dispuestos a proseguir el sendero de la cruz en obediencia al mandato de Jesús?
P.- ¿Por qué su preocupación sobre la energía nuclear y sobre la paz mundial?
R.-Es un tema que me apasiona y sobre el que he escrito un libro y algunos ensayos. Las armas nucleares constituyen una amenaza gravísima a toda la humanidad. El que no hayan sido utilizadas desde agosto de 1945 no significa que en el futuro no sean jamás vueltas a emplear. Y las armas nucleares actuales son cualitativamente más poderosas que las que hace 68 años devastaron las dos ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Las sagradas escrituras cristianas no se limitan a
denunciar el mundo actual de injusticias y exclusiones. También
anuncian el Reino venidero de Dios: donde la paz universal prevalezca perpetuamente. Isaías 65: 17-25 y Apocalipsis 21: 1-4 se conjugan en esa promesa escatológica de una nueva convivencia en la cual la guerra no existirá y los seres humanos “edificarán casa y morarán en ellas; plantarán viñas y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite ni plantarán para que otro coma…” (Is. 65: 21-22ª).
¿Utopía? ¡Claro que es una utopía! Pero de esos sueños, aspiraciones y promesas vivimos los seres humanos. Son los generadores de nuestras creaciones supremas.
P.- Usted es uno de los pocos teólogos protestantes que lideran el mayor acercamiento entre la teología y la literatura, ¿podría explicarnos su idea sobre esa estrecha unión entre ambas?
R.- Me extraña la relativa ausencia de interés por parte de la teología latinoamericana en la literatura del continente. Me extraña por la simultaneidad de su auge y renombre internacionales, por la pertinencia, para las preocupaciones religiosas y eclesiásticas, de sus temas y asuntos y, finalmente, por la audacia de la literatura latinoamericana y caribeña moderna en hacer afirmaciones desafiantemente heterodoxas y teológicamente transgresoras.
Ambas expresiones de nuestra creatividad simbólica, la teológica y la literaria, cobran auge y renombre mundiales casi simultáneamente. Con el apogeo del compromiso social de las comunidades eclesiales de base y las primicias del pensamiento liberacionista, en la década de los sesenta, la teología latinoamericana deja de ser una réplica traducida de la europea y norteamericana y comienza a ser sujeto original de su propia historia intelectual. Por otro lado, obras publicadas durante los sesenta, como
El siglo de las luces (1961) de Alejo Carpentier,
La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes,
La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa,
Oficio de tinieblas (1962) de Rosario Castellanos,
Rayuela (1963) de Julio Cortázar,
Todas las Sangres (1964) de José María Arguedas,
Paradiso (1966) de José Lezama Lima, y
Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez, entre otras, abonan sentimientos y perspectivas no muy disímiles a las que albergarán, pocos años después, los escritos teológicos de Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo, Hugo Assmann, José Míguez Bonino, Porfirio Miranda e Ivone Gebara, igual que los exegéticos y hermenéuticos de Jorge Pixley, Severino Croatto, Milton Schwantes y Elsa Tamez.
El teólogo puede ver, en las mejores creaciones literarias, aquellas que expresan con excelencia estilística las angustias y aspiraciones de un pueblo, las atroces y pavorosas arrugas de las expresiones históricas de la fe. ¿Cómo no temblar ante los terribles rostros del cristianismo latinoamericano, para parafrasear el título del libro de José Míguez Bonino, que se insinúan en las obras antes mencionadas? ¿Cómo evitar sobrecogerse ante la imagen del Dios que en ellas propugna el cristianismo oficial? ¿Cómo no captar, por el contrario, en su interioridad, los profundos clamores de esperanza en el Dios de liberación, clamores que pugnan por plasmarse en la dolida historia humana iberoamericana forjando una religiosidad solidaria y compasiva? Por algo, la consagración a la teología profética la recibe Gustavo Gutiérrez de la pluma desgarrada y suicida de su compatriota José María Arguedas, cuando el gran novelista, al final de su novela inconclusa,
El zorro de arriba y el zorro de abajo (1969), le convoca a proclamar el Dios libertador, a fin de que las calandrias de solidaridad entonen la clausura del dios del miedo y la opresión. Conmovido, Gutiérrez le dedica su
Teología de la liberación a Arguedas y la inicia con un epígrafe tomado de
Todas las sangres.
Ningún tratamiento académico de las manifestaciones creadoras de las culturas latinoamericanas y caribeñas puede reclamar integridad si no incorpora la importancia central que en ellas ha tenido la fe cristiana y sus textos sagrados. ¿Cómo discutir
Al filo del agua (1947) de Agustín Yáñez,
Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo,
Las buenas conciencias (1959) de Carlos Fuentes,
Hijo de hombre (1960) de Augusto Roa Bastos,
Todas las sangres (1964) de José María Arguedas o
Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez sin analizar la presencia acuciante, en las angustias de los seres humanos y sociedades ahí descritas, de las religiosidades latinoamericanas y caribeñas sus intrincadas redes de símbolos, creencias y ritos, con su caudal de temores y esperanzas?
Sería como pretender estudiar la trayectoria espiritual de James Joyce evadiendo su confrontación con el intenso catolicismo irlandés, brillantemente
expuesta en
A Portrait of the Artist as a Young Man (1916). O reducir el análisis de
Resurrección (1899), la gran obra del anciano Tolstoi, a disquisiciones exclusivamente literarias eludiendo su dramático conflicto religioso con la Iglesia Ortodoxa de Rusia y su ansiosa búsqueda de un cristianismo más cercano al Jesús de los Evangelios. O discutir
Beloved (1987), de la espléndida Toni Morrison, desligada de la rica tradición religiosa afroamericana, tan preñada de las miserias de la esclavitud y las ilusiones de libertad. Eso sería tan absurdo como enfrentarse a la obra literaria de Chaim Potok, por ejemplo su texto magistral
The Chosen (1967), o Isaac Bashevis Singer, entre otros su fascinante
The Penitent (1983), a la vez que se elude el estudio a profundidad de los fascinantes laberintos trazados y recorridos por la religiosidad judía en la diáspora, en sus esfuerzos por encarnar su fidelidad al celoso Dios de Israel en un mundo secular extraño y hostil.
Por eso he dedicado buena parte de mis libros, ensayos y conferencias al análisis teológico de las expresiones religiosas que anidan en importantes textos literarios latinoamericanos.
P.- Viene a España para ofrecer la conferencia de clausura del XVI Encuentro de poetas iberoamericanos, en homenaje a Fray Luis de León, ¿puede adelantarnos algo de su intervención?
R.- Quiero ser breve en esta cuestión, ya que entiendo que mi ponencia se publicará, junto a las intervenciones de los demás participantes. El título de mi conferencia es “Sagradas escrituras, Inquisición y exilio: de fray Luis de León a Cipriano de Valera.” Versará sobre un tema crucial en el siglo dieciséis europeo: la urgencia de traducir la Biblia a las lenguas nacionales. No es asunto, como piensan algunos, que surge con Lutero. En todo el siglo anterior a la versión alemana de Lutero, sobre todo tras la invención de la imprenta, hay diversas expresiones de una doble aspiración que gradualmente se intensifica: 1) definir con claridad los textos originales de la Biblia (hebreo y griego); 2) traducirlos a los idiomas que los pueblos entienden. España no fue ajena a esa aspiración, como lo demuestran los esfuerzos del Cardenal Francisco Ximénez de Cisneros y el entusiasmo inicial respecto a Erasmo.
Pero la prioridad que las nacientes iglesias luteranas y reformadas dan a esa doble tarea (definir un canon de los textos originales y traducirlos) hace que en España, sobre todo después de Trento, se perciba como una conspiración “herética”. Traducir la Biblia al castellano, por consiguiente, se convierte en empresa peligrosa. En ese escenario, la Inquisición juega un papel central de control, proscripción y represión. El que se lance a traducir la Biblia, por tanto, se enfrenta al dilema siniestro del exilio o la inquisición.
Intento conjugar los esfuerzos de fray Luis de León, como biblista y traductor, encarcelado varios años en una mazmorra de la Inquisición, con los de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, que eligen el exilio, tanto para poder llevar a cabo su objetivo de proveer a España de una Biblia en castellano, como para preservar su vida, ya que lo que les deparaba el destino de quedarse en su patria era la hoguera.
Hay un precio a pagar por esa audacia literaria y exegética. En un contexto eclesiástico donde ni el arzobispo de Toledo, Primado de España, está a salvo de los turbios procesos judiciales de la Inquisición y sus calabozos, como lo demuestra el triste penar del Arzobispo Bartolomé de Carranza y Miranda. Miguel Delibes, en su novela
El hereje (1998), ha logrado impartir elegancia literaria a los lúgubres martirios sufridos por grupos reformistas españoles de ese tiempo. La novela concluye en un aterrador auto de fe, un teatro de crueldad, en presencia de Felipe II y sacralizado por una homilía de Melchor Cano, insigne teólogo de la época. Se les percibe y persigue como una plaga que corrompe la religiosidad y contamina la identidad nacional de la católica nación ibérica.
En ese contexto ciertas miradas, rígidas y atemorizadas, desaprueban la audacia literaria y exegética de fray Luis. Son varias las recriminaciones que se le formulan: 1) ¿Por qué el
Cantar de los cantares, texto marcado por tan explícito erotismo? 2) ¿Tenía fray Luis la debida autorización eclesiástica para traducir textos bíblicos al castellano? 3) ¿Se aparta críticamente, en diversas instancias, de la Vulgata? En los años en que le tocó laborar a fray Luis, el criticar la Vulgata se prestaba a maliciosas interpretaciones.
Por suerte se preservan las hermosas traducciones y exposiciones que fray Luis hizo de algunas partes de las Escrituras.
P.- ¿Debemos los evangélicos incursionar más en la esfera de lo público?
R.- Definitivamente nuestra responsabilidad abarca la totalidad de la vida humana. No debemos truncarla y reducirla a intimidades espirituales y emotivas. Si Jeremías lo hubiese hecho, no hubiese padecido los terribles castigos que sufrió. Si Jesús lo hubiese hecho, se hubiese ahorrado los suplicios atroces de la crucifixión.
Es imperativo desarrollar una teología pastoral profética evangélica que denuncie la opresión y proclame la convergencia bíblica entre justicia y paz. Esto no es una opción: es una obligación teológica y ética que surge del corazón mismo de nuestra fe.
Una advertencia: las iglesias a veces confunden una lectura tradicional de la Biblia con la voluntad divina y, aún sin pretenderlo, terminan lacerando gravemente la dignidad de muchos seres humanos. Al invocar “la Palabra de Dios” para combatir la abolición de la esclavitud, la igualdad ontológica y social de la mujer, o la validez moral y jurídica de variadas orientaciones sexuales, se le ha atribuido a Dios la responsabilidad fundamental de las represiones y exclusiones sociales. Se le ha condenado al triste papel de Gran Inquisidor. Lo paradójico e irónico es que esa grave injuria a Dios la han cometido quienes se proclaman a sí mismos como sus más fieles y devotos creyentes.
P.- ¿Y utilizar la ventaja de los medios de comunicación, las nuevas tecnologías y el arte para la extensión del reino de Dios?
R.- Claro, por algo
Protestante Digital es digital… ¡Si ya hasta el Papa se comunica por twitter!
Y el arte siempre, a lo largo de la historia del cristianismo, ha sido un medio eficaz de conjugar la fe y la belleza. Por desgracia, el carácter iconoclasta de muchas iglesias protestantes las ha llevado a crear lugares de culto desprovistos de todo atractivo. La hermosura de la creación divina debe reflejarse estéticamente en la arquitectura de nuestros templos, en la liturgia, la música sagrada y las actividades culturales de las iglesias.
No sólo como tarea misionera; también para reconocer la unidad entre ética y estética, entre la bondad y la belleza en la creación divina.
P.- ¿Podría opinar acerca del documento llamado “Compromiso de Ciudad del Cabo”, surgido del III Encuentro de Lausana? ¿Cuáles sus efectos en la Iglesia de América Latina, si los hay?
R.- Creo que esa declaración ayuda a superar la distancia y mitigar los conflictos que históricamente han existido entre las iglesias representadas por el movimiento de Lausana y aquellas que encuentran en el Consejo Mundial de Iglesias su mejor ubicación. Por ejemplo, esta aseveración del “Compromiso de Ciudad del Cabo”, entre muchas otras, ha recibido pleno respaldo de múltiples sectores evangélicos:
“
Creemos que las enseñanzas de muchos que promueven vigorosamente el evangelio de la prosperidad distorsionan seriamente la Biblia, que sus prácticas y estilos de vida son frecuentemente contrarios a la ética y al carácter de Cristo, que muchas veces reemplazan la auténtica evangelización por la búsqueda de milagros, y reemplazan el llamado al arrepentimiento por el llamado a dar dinero a la organización del predicador. Nos duele que el impacto de esta enseñanza sobre muchas iglesias sea pastoralmente dañino y espiritualmente malsano. Apoyamos alegre y categóricamente toda iniciativa en el nombre de Cristo que busque la sanidad de los enfermos o la liberación duradera de la pobreza y el sufrimiento. El evangelio de la prosperidad no ofrece ninguna solución duradera para la pobreza, y puede apartar a las personas del verdadero mensaje y del medio de la salvación eterna. Por estas razones, puede ser descrito con justicia como un evangelio falso. Por lo tanto, rechazamos los excesos de la enseñanza de la prosperidad como incompatibles con un cristianismo bíblicamente equilibrado.”
No soy un iluso. El siglo veinte se inició con la ilusión de la unificación del cristianismo. Concluyó con la mayor fragmentación y división en la historia de la iglesia. La unidad de la iglesia es una esperanza escatológica. Pero reconozco y aprecio las señales históricas concretas de la conciliación ecuménica o, para decirlo en términos más tradicionales doctrinalmente, de la comunión de los santos.
P.- ¿Cómo conoció a Jesús?
R.-Gracias a la fe y profunda devoción de mi madre, quien me enseñó, desde muy chico, a valorar la gracia divina encarnada en el Jesús crucificado y resucitado. A ella estaré agradecido hasta el día de mi muerte.
Finaliza la entrevista. Gracias, Luis, por dedicarnos este tiempo donde hemos podido conocer su opinión acerca de temas relevantes y de actualidad, sobre los que tenemos mucho que decir los cristianos, tales como la justicia social, el crecimiento evangélico en los países emergentes, la comunion entre arte y fe, el Compromiso de Ciudad del Cabo, Fray Luis de León y la Inquisición, entre otros. Volvemos a repensar.
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