ALTA CIMA DE LA POESÍA CRISTIANA
Por ahí debe estar, entre la mucha correspondencia que me llegaba por correo postal, una carta de
Emilio del Río, poeta y sacerdote que ahora tiene 85 años y fue profesor de literatura en México, Nicaragua o Estados Unidos. La escribió desde Valladolid, impulsado por mi libro
Cristo del Alma.
No es momento de abundar en el rico y profundo contenido de su larga misiva. Pero traigo a colación su nombre, pues leyendo
Obra reunida. Poemas y relatos, de José María de Romaña, me encuentro con un atinado comentario de este fino poeta y ensayista nacido en el pueblo soriano de Piquera de San Esteban. Esto dijo en 1964, en el prologo de una antología de poesía religiosa:
“Ante este hombre sonriente, despreocupado, ingenuamente irónico, ¿quién querría creer que se encuentra ante la voz poética más alta de la religiosidad hispanohablante de hoy?Y sin embargo es así. Un buen catador español me decía una vez que, en su concepto, Romaña subía más alto que San Juan de la Cruz. Tal vez falta en dicha apreciación la necesaria perspectiva del tiempo. Pero consigno la hipérbole para encarecer que nos hallamos ante un poeta nada común: sencillamente un poeta religioso extraordinario”.
OTROS CUATRO POEMAS DE ROMAÑA
Plenitud lírica otorgada por Dios al poeta arequipeño. Él fue quitando las palabras de sus vainas transparentes, y las fue ordenando con una conciencia que se desdobla en infinitos, cual música inmortal para los oídos de Dios.
Estamos ante un absorto escalador de eternidades.
SI, DIOS, YO PUEDO VERTE.
Madre me ha dicho que no hay más
que cerrar los ojos y ser bueno
con los que no tienen juguetes ni pan.
Sí, Dios, yo puedo hallarte.
Madre me ha dicho que no hay más
que andar junto al mar hacia el sur
tres días y tres noches
sin mirar nunca atrás.
Sí, Dios, yo puedo tocarte.
Madre me ha dicho que no hay más
que no ver, no oír, no hablar y llegar
hasta mi propio corazón, a tientas
pues dentro de mí está oscuro
y allí callar, callar,
que podría despertarte.
Sí, Dios, yo puedo hacerte,
traer acá tu cuerpo y sangre
y tu alma y tu divinidad.
Tú me has dicho, recuerdas, Dios...
TE VOY SEMBRANDO EN LAS ABIERTAS BOCAS,
semilla de la eterna primavera.
Todo el bosque se encierra en Ti en espera.
Toda tu eternidad en unas pocas
gotas de la clepsidra. Tú nos tocas
la pobre hierba seca y no hay ya hoguera
que nos queme. Dará tu sementera
frutos de eternidad, de flores locas.
Con ojos deslumbrados, manos juntas,
hombre, mujer, desde tu calle vienes.
Puedes ya, sin buscar conceptos sabios,
hablarle al Padre, hacerle tus preguntas.
Para el eterno cara a cara tienes
la Palabra de Dios entre los labios.
NECESITO ADORAR,
alzar los brazos en la noche
desde el misterio, el amor, el hambre.
Sobre el roció andar descalzo lentamente,
con la frente tocar un tronco antiguo,
entre piedras quemarte mi más blanca oveja
y hundir cuchillos en nucas de toros
bañados en ríos sin nombre.
Dios, Dios, si no existieses,
yo te habría creado.
Toda esta filiación que hay en mi sangre,
este vacío de infinito,
este impulso de eternidad redonda,
esta necesidad de sacrificio...
Si no supiera, Dios, que existes,
yo te habría inventado.
De rodillas en la sombra
voy poniendo una piedra tras otra hacia el alba.
Pienso: en la piedra última
estará Dios.
Dios, padre, poderoso, sin riberas,
Alfa y Omega, blanco peregrino
de planetas sin mar y abismos entre signos.
Pero este vino y pan
para ser vistos entre lágrimas,
como un hijito enfermo,
quién podría soñarlo, quién,
ni en la embriaguez de todas
las noches de vino,
ni en el hambre de todas
las mañanas de pan.
HASTA LA PLAYA ABIERTA DE MIS MANOS
te ha varado tu amor esta mañana.
Sobre las olas, voces de campana.
Los árboles, abrazos sobrehumanos.
Dios ya está aquí. No fueron gritos vanos
los vuestros, hombres de agua, hembras de tierra.
Las doce son. Ya el círculo se cierra.
Tu sonrisa en la orilla, y el latido
del corazón remando su derroche
rumbo al amanecer transfigurado.
Divinizado con tu tacto, herido
con la llaga de amor de tu costado,
a tu noche la muerte irá varándome.
Si quieres comentar o