Muy pocas veces he experimentado un gozo tan inmenso como el de compartir el mensaje de la cruz con personas que aún no han rendido su vida a Cristo. Creo que los cristianos conoceríamos mejor el corazón de Dios si compartiéramos activamente nuestra fe con otras personas.
La reacción del cielo ante una sola persona arrepentida es de fiesta y alegría, y es posible experimentar esta misma sensación cuando obedecemos a Jesús y predicamos a otros el mensaje de arrepentimiento de pecados y fe en Él.
Hace un año el grupo de jóvenes de la iglesia local de la que soy miembro (Amistad Cristiana Madrid),
decidimos salir a la calle a predicar todas las semanas. Sin ninguna duda ha sido la mejor decisión que hemos tomado. Nuestras reuniones semanales incluyen tiempo de alabanza, tiempo de estudiar la Biblia, tiempo de comunidad donde podemos conocernos mejor y tiempo de salir a la calle a predicar la cruz, orar por enfermos y salir de nuestro local para recorrer las calles de nuestro barrio.
Algo ha cambiado desde entonces, nuestro grupo se ha unido más que nunca, nuestra hambre por Dios ha incrementado y hemos visto que es posible vivir (y no solo leer) lo que la Biblia dice. De hecho desde que comenzamos a salir a la calle a proclamar a Cristo, más jóvenes están viniendo para vivir lo que experimentamos, es algo maravilloso.
Algunas veces he escuchado a algunos creyentes decir que no tienen la suficiente experiencia o conocimiento para evangelizar, pero la mujer samaritana fue confrontada por Cristo, se arrepintió de sus pecados y enseguida comenzó a hablar a todos los habitantes de su pueblo sobre quién era Jesús. Me sorprende que no tenía ni un día de convertida, nunca había ido a un instituto bíblico ni hecho un programa de discipulado, sin embargo se había encontrado cara a cara con el Hijo de Dios y no podía callar lo que ardía en su corazón. Lo más increíble es que por el testimonio de la mujer samaritana todo el pueblo se convirtió.
Cuando recorremos las calles de nuestro barrio, muchas personas nos rechazan y otros tantos se burlan de nosotros; pero también hemos visto personas arrepentirse de corazón, enfermos ser sanados de manera sobrenatural, y el poder del Espíritu Santo trayendo convicción de pecado sobre corazones. Cada vez que salimos a la calle Dios se mueve y eso no tiene precio. No ha pasado ni una sola semana en la que no compartamos testimonios de lo que Cristo ha hecho.
A veces nos dividimos en grupos pequeños, otras veces salimos todos juntos a predicar a una plaza cercana a nuestro local, otras veces vamos de dos en dos... Sea el formato que sea, nuestro deseo es que la gente escuche el mensaje de la cruz y experimente salvación en todo su ser: espíritu, alma y cuerpo. Compartimos el mensaje del evangelio tal y como es, llenos de compasión pero con la verdad por delante. Confrontamos a la gente con el pecado, les hablamos del juicio y de la realidad del infierno, porque solamente entonces tiene sentido la cruz y resurrección de Jesús. Solo hasta que vemos nuestro pecado como lo que realmente es que podemos arrepentirnos de corazón. Solo hasta que reconocemos que no hay nada que nosotros podemos hacer para ganar el cielo, podemos poner toda nuestra fe y confianza en Jesucristo.
Antes de salir a la calle le pedimos al Espíritu Santo que nos hable y nos muestre con quién debemos hablar, a dónde debemos ir y por qué debemos orar. Ha sido increíble todo lo que ha sucedido y la manera en la que el Espíritu Santo nos ha hablado. A raíz de todas estas experiencias, en este último año decidimos hacer tres viajes que nosotros llamamos “Cómo los discípulos”, recordando los viajes que hicieron los 12 discípulos de Jesús y después los 70 discípulos: sin dinero, sin comida, sin saber dónde dormir, pero llenos del amor de Dios para predicar la cruz y sanar enfermos en el nombre de Jesús. En cada viaje hemos visto la mano de Dios como nunca habíamos visto en nuestras vidas.
Muchas de las historias que vivimos cada semana y también las historias de estos viajes “como los discípulos” podéis
leerlas en mi blog, os animo a leerlas porque han sido realmente transformadoras en mi vida y en la de mis amigos.
Dios está pidiendo a nuestra generación renunciar a la comodidad de quedarnos en nuestros locales. Debemos salir a la calle y ser voces que claman. Somos responsables de nuestras ciudades y de nuestros barrios. No alcanzaremos a nuestra generación con un par de campañas evangelísticas al año, debemos hacer del evangelismo parte de nuestro día a día.
Jesús diseñó un estilo de vida para que su iglesia pudiera establecer su reino. El libro de Efesios llama a este estilo de vida la “armadura del creyente”. Leído así suena muy místico y guerrero, pero en realidad es el estilo de vida que cualquier creyente debería tener.
El calzado de esta armadura es el evangelismo.A casi nadie se le ocurriría salir de su casa sin zapatos, es demasiado incómodo y peligroso, pero pensamos que podemos caminar en nuestra vida cristiana sin evangelizar. Evangelismo debería ser algo tan común como ponernos los zapatos, solo así podremos establecer a Cristo en nuestros barrios y ciudades.
Me encantaría animar a
cada grupo de jóvenes a recorrer las calles de su barrio semanalmente, amar a la gente, orar por enfermos, hablar claramente del mensaje de arrepentimiento y fe en Jesús… En definitiva, vivir como los primeros discípulos vivieron, completamente cautivados por Jesús y por llevar su mensaje en todo momento y a todo lugar.
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano 04, que puedes leer a continuación odescargar aquí (PDF).
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