La tolerancia es una de las virtudes humanas más importantes que podemos cultivar. Es más, sin tolerancia es imposible crear sociedades y ciudades en las que las personas construyan juntas. Es imposible crear economías sostenibles o familias solidas sin tolerancia.
El cristianismo es por excelencia la religión de la tolerancia. Desde el principio los que siguen a Jesús son llamados a “soportar a los demás” (Colosenses 3.13) o a “poner la otra mejilla” (Lucas 6.29).
Pero
por alguna razón, la tolerancia se usa más que nada para hacer callar a aquellos mensajes que nos tocan la fibra sensible. En otras palabras, no digas nada que me ofenda. No digas nada que me critique o que diga que algo en mi vida está mal.
Nos ofendemos fácilmente. Y
de ahí sale la expresión “hate speech” – un “discurso de odio”, o expresión que se usa para condenar a los que hablan en contra de ciertas conductas.
Pero la tolerancia es una virtud que tiene algo más único que simplemente caminar por la vida sin que nadie diga nada que me haga sentir incómodo. Y entender ese elemento único es uno de los ingredientes para desarrollar un espíritu humano y para vivir con los demás.
En su libro
Plato not Prozac, el filósofo Lou Marinoff describe la diferencia entre herir y ofender. Lou explica que ser herido es pasivo; en otras palabras, que tú no aportas nada cuando alguien te hiere. Pero ser ofendido es activo. Cuando alguien te ofende es porque en realidad “permites” que esa persona te ofenda.
Si te tiro una piedra a la cabeza, estarás herido aunque no hagas nada.
Si te insulto, sólo podré ofenderte si tú “te lo tomas” como un insulto.
Es fácil ver lo que todo este implica para la tolerancia.
Ser una persona tolerante no es ser una persona que no ofende, sino ser una persona que no es fácilmente ofendida.
Esa es la esencia de la verdadera comunidad.
De muchas maneras,
se nos está comunicando que seremos tolerantes cuando nunca digamos nada que afecte a los demás. Pero eso es simplemente mentira. Seremos tolerantes cuando no seamos fácilmente afectados por lo que dicen los demás.
Es más, esa es la esencia de la amor mismo. Amar no es vivir una vida en la que nadie ofende a nadie. Desde que el primer átomo se convirtió en célula viviente, los seres humanos somos limitados y cometemos errores. El amor implica tener el valor de ofender a otra persona poniendo el dedo en la llaga.
En una declaración muy personal grabada posiblemente con una cámara de móvil (
video en inglés),el cómico Penn Jillette, conocido de sobra por su ateísmo publico y su extremo liberalismo político, cuenta el momento en el que un cristiano se le acerco con una Biblia después de uno de sus show en Las Vegas. Penn describe cómo este hombre se presentó de una manera honesta, directa y auténtica a hacer proselitismo (proselitismo es el esfuerzo y empeño de ganar a otras personas para que acepten tus convicciones). Sin dudar, mirándole a los ojos, y reconociendo que era una persona con plenas capacidades mentales, le entregó una Biblia.
En ese momento Penn hace un comentario editorial para explicar la situación. Dice: “No respeto a las personas que no hacen proselitismo. No las respeto para nada. Si crees que hay un cielo y un infierno y que hay personas que podrían ir al infierno o no tener vida eterna, o lo que sea, y piensas que no vale realmente la pena decírselo porque sería socialmente incómodo... ¿Cuánto tienes que odiar a alguien para no hacer proselitismo? ¿Cuánto tienes que odiar a alguien para creer que la vida eterna es posible y no decírselo?”
“Cuanto tienes que odiar a alguien…”
Tal y como enseñó Aristóteles, es demasiado fácil convertir una virtud en un vicio.
Es fácil convertir la virtud del valor en la locura de la temeridad. Es fácil convertir la virtud de la honestidad en el vicio de ser un bocazas. Es fácil convertir la virtud de la paciencia en el vicio de la falta de espíritu emprendedor.
Y
la virtud de la “tolerancia” tal y como presenta hoy en las conversaciones sobre convicciones y comportamientos, puede convertirse en la forma más sutil de no amar a alguien de verdad. Curioso que, volviendo a lo de antes, lo que algunos llaman “hate speech” pueda llegar a ser la forma mas madura y con mas valor de “love speech”.
Al cristianismo, que defiende ciertas convicciones mileniales, se le ataca de intolerante
. Pero desde el principio el cristianismo enseñó a sus seguidores a ser tolerantes por excelencia. Les enseñó a tener la piel gruesa y el corazón sensible. Les enseñó a no tomarse cualquier cosa como ofensa, porque eso sí es algo que podemos controlar. Y eso sólo es posible por una de las convicciones más fundamentales del cristianismo que enseñó Jesús: Tu identidad está forjada desde la eternidad en el amor de Dios y no por tu contexto, así que da igual lo que el contexto te tire encima.
La próxima vez que alguien te diga algo que no te gusta, tienes la opción de ser tolerante. Al fin y al cabo, si te ofendes es porque quizá tengas algo que revisar. Ya sabes, ofenderse es activo.
Este artículo forma parte de la revista P+D Verano 04, que puedes leer a continuación odescargar aquí (PDF).
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