TODO TERMINA EN DIOS
El periodista de Caretas, prestigioso semanario peruano, repreguntaba a José María de Romaña, durante una entrevista concedida cuando publicó su único poemario. “¿Panteísmo?” decía el redactor, ante las respuestas sobre el trasfondo religioso de toda poesía, a lo que el poeta arequipeño contestó: “No. Panteidad. Presencia de Dios en todo. Todas las bellezas efímeras deben ser caminos y anuncios y presagios de la belleza absoluta.No todo es Dios pero todo termina en Dios y debe llevar a Dios”.
Con acierto ha elegido Xavier de Romaña, editor de la
Obra reunida, poner como pórtico del libro está entrevista. Que sea el propio poeta quien silabee sus reflexiones en torno a Dios y al quehacer poético, a modo de prólogo de sus ‘criaturas’. Atendamos a José María:
“El poeta ama la vida y el universo excesivamente con un amor mayor que el ser de las cosas amadas. Ese camino lleva a la desilusión y la dislocadura esencial. Y entonces, una de dos, o el poeta se hace retórico y aumenta con recursos literarios el ser de las cosas contempladas, para justificar su excesivo amor a ellas; o se hace religioso, de una u otra forma, teísta o panteístamente, para emplear su excesivo amor descubriendo en las cosas a Dios que les da su sentido y su grandeza máxima. No cabe otra disyuntiva; o salta al vacío o salta al infinito…
El poeta al tocar la mezquindad y el límite del objeto, o termina en modisto que trata de vestir esa pobreza para darse sentido a sí mismo; o termina en teólogo que sigue bajando por la inanidad esencial del ser y su contingencia hasta el Creador. El último nombre de las cosas es Dios.
CUATRO POEMAS ANTOLOGABLES
Cierto que muchos escribientes de versos pueden teorizar sobre la poesía y sus alcances o matrices. Excelentes discursos pero flojos poemas, cojeantes o agónicos nada más nacer. Pero Romaña es de los pocos que supo conjugar teoría y praxis en grado sumo. Y ante la pregunta de si toda poesía es religiosa, ésta su respuesta:“De tema, indudablemente que no. De actitud, de sabor último, claro que sí, sí es que es humana. Lo humano, si es verdaderamente humano, o es ‘religión’ o es ‘religiosamente’.
El hombre, esencialmente es animal, racional, social, religioso”.
Degustemos cuatro decantados textos suyos:
POR AQUÍ SE VA A DIOS, SU PUERTA ABIERTA
está en mi corazón. Palabra grave.
Dios es de todos y ahora está en mi voz.
Ya no soy casa para mí.
Soy camino.
Duro es mi corazón. Tiene sonrisas,
pequeñas puertas fáciles
que se abren y se cierran enseguida.
Tan sólo las heridas
son puertas grandes, siempre disponibles.
Los dolores, las muertes y alegrías,
las que buscan a Dios por ser tan grandes
que no hallan puerto entre las cosas, ésas
pueden ir hacia Dios
sólo por una inmensa herida abierta
en tu costado, Adán, mientras dormías.
Herida, gran sonrisa
que no podrá extinguirse,
oído siempre abierto
para el hombre llore, grite o calle
y Dios lo escuche desde mi silencio.
El amor, el perdón, los gritos últimos
en el límite oscuro de la vida,
piden el corazón de par en par.
Dios es muy grande
y Dios es los demás.
YA NO ES CAMPANA A VUELO EL CORAZÓN,
solo es la cuerda fiel
que va desenvolviendo sus espiras
en medio del juguete.
Dios juega con el orbe.
Un cielo de tabaco y miel vendida.
Frió de estatuas en los huesos hechos
de ceniza compacta.
Vida para vivir,
camino para andar, andar, andar.
Sé que hay fuego en el centro del planeta,
fuego que puede alzarse entre las rocas
como un bosque de pronto.
Sé que hay Dios en el centro de mi mismo,
que voy a Dios por Dios,
con El entre las manos
y entre sus manos yo,
en este infierno manso, a media máquina,
que son los otros,
que soy yo mismo.
Sonrío de mí mismo porque me oigo
nombrarte, Dios, como quien nombra
a cualquier transeúnte.
Pero es que estás tan cerca,
tan próximos crepitan tus incendios
detrás de esta gran máscara
de cosas que se quiebran
y caras que sollozan.
BARCOS EN FIESTA, ARRIBA, ILUMINADAS
navegan las estrellas con su música.
Yo voy pisando el fondo de la noche,
negro racimo unánime,
fondo de mar, la arena primitiva,
muertos de ojos abiertos, anclas verdes,
ciudades de costado, torres trémulas.
Triángulo trinitario, aquí está el vértice.
Aquí cierra su beso el universo.
Mis cuatro dedos juntos dan el punto
para el compás del círculo infinito.
Aquí está Dios. En torno,
la eternidad, el viaje, la violencia,
la madre, el sueño, el té con los amigos,
el amor y la muerte, las ausencias,
la música, el dolor y los caminos,
todos los puertos, todas las palabras,
toda la espera, todos los silencios.
Ya nada importa nada, ¡por Dios vivo!
Arrojad al lagar todo mi odio
y mi amor al molino.
LA TELARAÑA, EL SILBIDO DEL VIENTO
herido en botellas rotas,
la luz de la estrella en la dentadura
de animales muertos por niños junto a las cuevas.
Nada te pido.
Soy tan pobre, que ya no tengo ni deseos.
No embellezcas estas paredes quemadas.
La Belleza eres Tú.
No cures estas viejas llagas del alma
abiertas por lenguas.
La Salud eres Tú.
Nada te pido aunque lo necesito todo.
Déjame sólo cerrar los puños,
juntar los pies, erguirme entre las ruinas,
clarines en las sienes,
rojos corceles y tambores en el pecho.
Nada te pido. ¿Para qué, Señor?
Si te tengo a Ti en el pecho
—así, ¡locura!—
junto a la estilográfica y la menguada cartera,
a Ti, que hiciste Sirio y Aldebarán,
que hiciste a Beethoven y Claudel.
Nada, nada, solamente llorar
al sentir increíblemente presas
tu infinitud
en los muros oscuros de mi pecho
tu eternidad
en este minuto de mi reloj,
Tú, Dios.
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