Mi protestantismo duplicaba mi juarismo.[1] C.M.
LIBERAL DE IZQUIERDA, SIEMPRE
Como ya se ha mencionado en estas páginas, Patricia Vega recuperó la autobiografía de Carlos Monsiváis y difundió algunos fragmentos. La presentó como un documento que él había condenado al olvido:
De su obra se dirá demasiado. Pero muy poco de su primer libro: una autobiografía escrita a los 28 años de edad y publicada en 1966, inconseguible en librerías o bibliotecas de este país. De esa obra, escrita gracias al impulso del crítico literario y editor Emmanuel Carballo, Monsi ha tratado de borrar todo rastro, a tal grado que ha pedido a todos los libreros de viejo que la saquen de circulación cuando de casualidad les llegue. No se entiende el pudor del autor frente a esta muestra inicial del estilo antisolemne que con los años le daría el renombre que hoy tiene.
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Porque acaso el pudor que le produjo con los años la manera en que reconstruyó su formación resultó demasiado para los cánones escriturales que desarrolló hasta convertirse en el intelectual más visible y proteico de México. Fue como si renunciara a dejar ver sus raíces, aunque ellas afloraron todo el tiempo en sus textos. En “De pie la juventud, valiente el corazón”, tercer capítulo de la autobiografía, cuyo subtítulo reza: “En donde se describe la sección izquierdista de una educación sentimental, se añoran los folletos cardenistas y se recogen firmas para la paz”, Monsiváis registra cómo despertó en él la pasión por la política mediante algunos sucesos circunstanciales que canalizaron su temprana curiosidad cívica y la proyectaron hacia simpatías ideológicas de izquierda que nunca abandonó, a pesar de todo. Prueba de esa filiación, nunca negada, es un ensayo de abril de 1999, “Octavio Paz y la izquierda”, donde como un interlocutor crítico que siempre fue del poeta ganador del Nobel, puntualiza y acota la relación de aquél con esa vertiente política que conoció tan bien y que lo desesperó tanto.
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Su primera experiencia político-ideológica fue por la vía familiar: “En 1951, en mi segundo año de secundaria se decide mi politización a través de la inevitable vía indirecta. Un tío mío que trabaja con [Miguel] Henríquez Guzmán ha de obtener una posición magnífica con el triunfo de su candidato. […] La derrota y la represión de julio de 1952 representan mi ingreso al escepticismo y el desencanto” (p. 21). Su adhesión a la campaña de ese candidato presidencial de oposición por el Partido Constitucionalista Mexicano lo marca para siempre. Después, en el mismo 1951, un profesor de historia lo invitó a ingresar a un club leninista y allí sintió que se había radicalizado: “De inmediato, me compro tres escuditos de la URSS y muchos folletos. […] Como parte de mis obligaciones debía vender un periódico en mi sector de trabajo. La primera vez yo mismo compré todos los ejemplares y discretamente los regalé. Pero el remordimiento me venció y acudí con toda la diplomacia posible a vocear mi material en la escuela” (p. 22).
La suerte estaba echada y en esos años de “confusión primitiva”, como les llama, simpatiza con la República española y el sindicalismo estadunidense. Observa:
Como casi todos los pequeños burgueses que se radicalizan, mi proceso fue visceral, emotivo y no fue sino más tarde cuando quise otorgarle bases teóricas a tanta irritación. Ahora me doy cuenta que de los henriquistas me atraía sobre todo su odio al poder, la gritería contra el orden establecido. Veía yo en el Estado —un ser mítico al que mi ignorancia confería indistintamente los rasgos débiles de don Pascual Ortiz Rubio o la leyenda a lo Guzmán de Alfarache de Pasquel— el origen y forma de todos los males (pp. 23-24).
Nacionalismo, escuela pública, politización temprana.
El joven Monsiváis de 1966 mira retrospectivamente y encuentra que desde su adolescencia experimentó también un llamado hacia la política y hacia lo que pomposa y jocosamente se celebró en el homenaje de 2008: su defensa apasionada y nunca postergada de “las causas perdidas”. Y hasta en ese recuento, la introspección bibliófila es obligada, como lo hace en el capítulo IV (“Porque para hablar de la provincia es preciso tener alma de poeta y una cítara en la mano”) donde asume su herencia liberal tradicional:
¿Cómo le hago?, díganme. En primer lugar, ¿cómo le hago para abandonar la triste y gassetiana idea de pertenecer a una generación? Y luego, ¿cómo le hago para superar la vieja sensibilidad que me tocó de herencia? […] Cuando proliferaron las prepas, cuando en todas las librerías fue posible adquirir manuales de marxismo, cuando Ulises se convirtió, del menos leído de los grandes libros, en el menos leído de los lugares comunes de la cultura, […] entendí que me había tocado militar en una generación “a la antigua”, educada en las más estrictas normas liberales, convencida de la necesidad de reformar la administración pública desde dentro, preocupadísima en definir lo mexicano, aferrada a la teoría erótica del abrazo político… (pp. 27-28).
Como muchos estudiantes de la época, Monsiváis se politizó desde el bachillerato y su aprendizaje de la política mexicana fue sobre la marcha, descubriendo los vericuetos de una práctica sui géneris de la cosa pública, dominada por el régimen priísta, al que criticaría en todos los tonos.
En ese capítulo esboza ya lo que en sus crónicas de décadas posteriores serían descripciones insuperables de los rituales del poder “a la mexicana”. De ahí que su orientación liberal, típica del protestantismo de entonces, se topara de frente con los usos y costumbres de las familias revolucionarias. Cuando se integró a un grupo masónico juvenil, la confluencia y contradicción de tales ideologías lo acechó persistentemente.: “En realidad, y a pesar de mi fugaz contacto con el marxismo vulgar, de Manual de Politzer, seguía creyendo en el liberalismo vulgar, de frases sueltas de [Melchor] Ocampo, Ignacio Ramírez y Francisco Zarco, o ya internacionalizado, de anécdotas de Lincoln, Garibaldi y Robespierre. Cualquier idea me resultaba singularmente actual” (pp. 29-30, capítulo V: “Trabajando hermanos unidos por la senda de la caridad”. Donde se hace (¡todavía!) un recuento de los avatares ideológicos del ya muy discursivo personaje, se empuñan pancartas y se conoce a los Abajo Firmantes).
Otra cosa sería su militancia en movimientos reivindicativos del momento, como el de solidaridad con Guatemala, en el que vio por primera vez a Diego Rivera y Frida Kahlo al frente de una manifestación, la cual recrearía en la que se considera como si primera crónica publicada.
Así conoció, de primera mano, a “la Izquierda Mexicana”(p. 31). Y contempló de cerca a sus “semidioses”, “a quienes se atrevían a desafiar al imperialismo”, con una capacidad crítica todavía inexistente, según confiesa. Se vio a sí mismo como un “compañero de viaje”, aunque no percibía congruencia en la conducta de muchos de sus compañeros.
Por otro lado, su comprensión de la Revolución Mexicana sufrió la interferencia de las aficiones cinematográficas que ya eran el pan de todos los días: “Demasiado influido por el cine o demasiado susceptible, mi gran limitación como mexicano que se sabe muy bien su Hora Nacional [programa radiofónico oficial transmitido todos los domingos en red nacional], es no poder configurar mi panteón cívico a base de las figuras que generosamente dispuso en mi provecho la retórica presupuestal” (p. 33). Pero aún vendrían muchas experiencias más, siempre transformadas en textos memorables.
[1]Carlos Monsiváis, México, Empresas Editoriales, 1966, p. 29. Texto completo disponible en:
http://es.scribd.com/doc/138445908/Carlos-Monsivais-biografia-precoz. [2]P. Vega, “La autobiografía que Monsiváis quisiera sepultar”, en
Eme Equis, núm. 118, mayo de 2010, p. 41,
www.m-x.com.mx/xml/pdf/118/40.pdf.
[3]C. Monsiváis, “Octavio Paz y la izquierda”, en
Letras Libres, núm. 4, abril de 199, pp. 30-35,
www.letraslibres.com/revista/convivio/octavio-paz-y-la-izquierda.
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