Los eventos relacionados con la muerte de Trayvon Martin de manos de George Zimmerman ha suscitado opiniones encontradas. Para unos es muestra de la falta de justicia en EEUU y para otros es señal de un contexto socio-político que sólo favorece una postura “liberal”.
El viernes pasado el presidente Obama le añadió complejidad al asunto al proclamar que “ese [Trayvon Martin] podría haber sido yo” hace unos 35 años atrás. Comentó sobre la realidad de que varones afro-americanos jóvenes, incluyendo él mismo cuando era joven, viven en un mundo donde el hecho de ser hombres negros los hace automáticamente sospechosos ante los ojos de muchas personas.
Tristemente,
el dictamen de no-culpable no sorprendió, aunque sí fortaleció las opiniones encontradas que ya existían. Las leyes de Florida y las circunstancias específicas de la muerte de Trayvon Martin hacían casi imposible que se diera otra conclusión. Sin embargo, la decisión jurídica suscitó protestas en muchas ciudades y siguen las reacciones contra la decisión.
El caso cobra mayor importancia en EEUU porque nos obliga a reconocer varios problemas sociales profundos que a todos nos incomodan.
Por un lado vimos en un país donde ser varón negro lo hace a uno sospechoso. George Zimmerman siguió a Martin, a pesar del consejo contrario de la policía, porque era “sospechoso”. Los varones negros jóvenes tienen que comportarse en forma diferente que jóvenes de otros grupos étnicos para evitar ser parados por la policía o por vigilancia privada.
En segundo lugar, existen muchos estudios que demuestran que el nivel de encarcelamiento cuando un blanco mata a un negro y cuando un negro mata a un blanco en circunstancias similares, son muy diferentes.
Muchos comentaristas han reflexionado sobre el hecho de que si Martin hubiera matado a Zimmerman en “defensa propia” porque lo estaba siguiendo, Martin ya hubiera sido encontrado culpable.
Y esta diferencia se ve a todos los niveles de criminalidad. Los varones afro-americanos están sobre representados en la población carcelaria y uno de cada cuatro varones negros pasará tiempo en la cárcel.
Y
a pesar de todo ello estos factores no crean el contexto para que las leyes y la aplicación de la justicia cambie. Nuestra sociedad y nuestro sistema jurídico no reconoce la injusticia sistémica, así que cada caso se trata como que no existiera una historia de injusticia.
Se añade a todo lo dicho que está claro que se ha creado una sub-cultura de violencia entre muchos jóvenes de grupos minoritarios, particularmente en contextos urbanos. Entre muchos jóvenes se glorifica la violencia como señal de hombría. También se trata el caer en la cárcel como señal de “madurez”. La música y la cultura popular urbana celebran la violencia física y sexual como algo “normal”.
Esta glorificación también crea un ambiente de temor entre mucha gente, particularmente de raza blanca. Es por eso que han surgido tantas leyes de “defensa propia” como la de la Florida.
El temor fortalece el deseo de “protegerse” que luego crea la tendencia de crear reacciones contra los “sospechosos”. Y el círculo vicioso parece no romperse.
Dentro de este marco con perspectivas tan divididas se hace imposible una conversación honesta y profunda que confronte todos los lados del problema. Cada quien ve la culpa y el mal del otro, y minimiza los aspectos del problema que son contrarias a su punto de vista. Como resultado muchos blancos viven en temor existencial y muchos afro-americanos asumen que nunca habrá justicia en casos cuando un blanco mata a un negro. Y la separación entre las dos perspectivas sigue aumentando.
¿Es posible que las iglesias cristianas puedan crear puentes entre estas perspectivas encontradas?Urgen cristianos de los dos lados de este debate que puedan reconocer la validez de la perspectiva del otro para que se pueda romper este ciclo.
¿Dónde los encontraremos?
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