Antes de caer Ignacio, y herido y prisionero, ser llevado al castillo familiar, donde se repuso y una virgen lo convirtió, es bueno poner la mirada en un punto importante que es detonante de ese espacio histórico. En abril de 1512 se produce la batalla de Rávena. Ya saben, esas guerras papales o italianas. Las tropas francesas y de Ferrara contra las aragonesas y papales.
El general supremo de la parte francesa es Gastón de Foix, cuenta 22 años. Su hermana, Germana, es la segunda esposa de Fernando el de Maquiavelo. Dicen que esa batalla supuso un modelo nuevo de guerra, con su uso de la artillería (los famosos cañones de Ferrara) como acción necesaria previa al choque de los ejércitos. Las tropas papales fueron derrotadas, pero Gastón, herido y prisionero, fue rematado. (No le pasó lo mismo a Ignacio.)
El papa, Julio II, el Giuliano de la Rovere que antes quiso aliarse con el rey francés Carlos VIII para echar de los Estados Pontificios al supremo pontífice (lealtad ante todo), el que excomulgó a Venecia y formó la Liga de Cambrai para vencerla, con Francia como fuerza principal; pero que luego vio el peligro de aquellos franceses, y formó contra ellos la Liga Santa (qué digo, “Santísima”, si de ese papa todo es pureza), con Venecia y España (Aragón), luego se le unió Enrique VIII y el emperador Maximiliano. En la derrota de Rávena se las vio apuradas, y comprobó que dependía del bueno de Fernando, a quien correspondía ayudar en sus buenos deseos de conquistar Navarra, por las buenas, con una buena bula, o dos. Los Estados Pontificios dependen de Fernando el de Maquiavelo. ¿Qué Pedro estará por allí que se junta con esa gente? Qué añoranza tendría este papa de sus años mozos, cuando su tío, otro papa, le había dado 8 obispados, y él se dedicaba a la familia, engendrando hijos, como tantos papas.
Y esto ¿por qué se cita aquí? Porque
Ignacio y su grupo tienen juramento de defender el papado, éste papado. Si no quieres habértelas con Julio II, ve a quien formaliza la Compañía (ya lo vimos en artículo anterior, con su nieto al lado), o antes, con el Borgia, o luego con el Médici, León X, ya cardenal con 13 años y unos veintitantos oficios eclesiásticos, éste es el de la excomunión a Lutero, el de las indulgencias. No es que la cosa estuviere un poco baja de moral, lo que ocurre es que el telón se subió un poco. Los jesuitas juran defender el papado, un cuerpo de corrupción evidente. Juran defender al príncipe de los Estados Pontificios, con sus intereses propios.
Nada de defender a la “Iglesia” como esposa o algo puro y limpio, nada, defender a la “Iglesia jerárquica”, es decir, a la jerarquía. De eso se trata. Son militares, de un ejército especial, para la defensa del “vicario de Cristo”.
Esos papas y sus Estados Pontificios, o papales, obran como príncipes maquiavélicos, y pueden cambiar de bando de la mañana a la tarde, es lo normal, esa es la ética cívica de esos que son pastores y maestros del rebaño. Y no se trata de un traspié de alguno en un mal día; décadas, siglos, historia; y a eso es a lo que defienden los jesuitas. Que no te engañen con el camuflaje; y éste es jesuita.
Si en Rávena se cambia el modo de hacer la guerra, los jesuitas cambian el modo de hacer la guerra contra Cristo. Eso se debe tener en cuenta, son un cuerpo de ejército con nuevas armas y con nuevas tácticas; incluso eso les supone incomodidad e incomprensión respecto a los otros grupos que forman la defensa del papado. Y su primera acción de guerra la llevan a cabo en nuestra Sevilla contra nuestra “iglesia pequeñita”.
Un asunto clave que se tiene que traer a la mesa en cualquier discusión del papado, porque muestra su naturaleza de mafia y extorsión, es el purgatorio. De todo lugar, lengua, nación, o condición social, han secuestrado a las almas y las han llevado allí, y ahora piden rescate. Todo es falso, pero las arcas se llenan. ¿El banco vaticano? Una minucia. La corrupción como una catedral es el purgatorio; bueno, como todas las catedrales juntas, o más, pues se edifican sobre ese fraude. Delincuentes mafiosos. Se llevan a las almas, ni te envían siquiera una muestra, y te dicen que pagues para sacarlas de las torturas diarias que están sufriendo, donde ellos las han metido. Han marcado el tiempo de estancia, y el modo de sufragar sus alivios. ¿Qué ponemos aquí? ¿Miserables? ¿Mafiosos? Pongan lo que piensen. Y el responsable de todo es “Su Santidad”. Y a esta jerarquía de secuestradores es a la que jura defender Ignacio y los suyos. Que no te engañen con el camuflaje.
Ignacio, como militar inteligente, sabe que debe conquistar la plaza con el menor coste posible. Por eso, el camuflaje, la conspiración, el engaño, todo puede valer, pues se trata del triunfo final. La moral del triunfo. El fin que justifica los medios, para la acción de guerra. Ese es su espacio moral, la batalla contra los enemigos del vicario de Cristo (del cristo suyo, el del purgatorio, no el de la cruz), el príncipe de los Estados Pontificios.
Sabe que debe aprender de las armas del enemigo. Ahora toca otro tiempo de guerra. Se tiene que preparar en la universidad; allá que van. Los nuevos tiempos son tiempos de una nueva “política”, allá que van; los veremos como estudiosos del espacio público; se han dado cuenta de que ahora los “políticos” tienen un nuevo espacio de actuación. ¿Y dónde lo han aprendido? Pues del mundo protestante.
Copiaron. Se vistieron con las vestiduras de la Reforma. Incluso se llamaron “Sacerdotes Reformados”. Merece que a esto le dediquemos tiempo, d. v., en otras semanas. (Por supuesto, si un misionero jesuita realiza una labor social en un pueblo, enseñando a labrar el campo, o hacer regadíos, eso está muy bien; pero si eso se usa para llevar almas a los pies del papa, eso es corrupción.)
De momento, que se descubra su moral del triunfo. Nada de humildades, eso solo como camuflaje. Vistosidad, que aparezca bien en público la fuerza del nuevo ejército. Eso es táctica militar. La pedagogía de la imagen. Los autos de fe. Las figuraciones de las plazas y las fiestas populares. Se trata de que todos sepan que los jesuitas triunfan; así se unirán más gente y más sostenedores del cuerpo de ejército. ¿Pero no se trataba del triunfo del Señor, no era para “mayor” gloria de Dios? Nada. Entren en alguna iglesia jesuita. (“Entren” por internet mismo, en la de
Gesù, la mandó construir el nieto del papa Farnesio; o la de San Ignacio, también en Roma; metan en un buscador “Apoteosis de San Ignacio”, ya verán cómo veía eso de a mayor gloria de Dios el jesuita Andrea Pozzo.) Son un modelo, entren en ellas y vean. El triunfo de Ignacio, de eso se trata. No saben que son un simple poder levantado para gloria de quien tiene toda la gloria (no es necesaria “mayor, o más” que alguien se la proporcione), y preparado para sus planes, para cuando quiere desatar la hora de las tinieblas en algún lugar. Con tanta propaganda incluso desde fuera se lo han creído, y los ponen como los grandes controladores y ordenadores de las maquinaciones mundiales. No tanto.
La moral del triunfo. No importa cómo se conquistó la plaza, lo importante es la victoria. Y para eso se hace lo que en cada caso convenga. Si hay que mostrar poder militar, se hace; si la estrategia impone la amistad y el halago, se hace. Si es menester para triunfar mostrar la humildad, se muestra; si hay que ser racionalistas, racionalistas; si es útil las supersticiones de veneraciones de reliquias, reliquias, y si no las hay se llevan al sitio. El fin es la conquista, para entregar la plaza al vicario. Se debe conocer el punto débil de la muralla. Si ahora se trata de luchar contra la pedofilia, porque eso es un punto débil, es decir, la gente estará contigo en ello, las conquistarás, pues, por ese lado. Pues se actúa contra la pedofilia; que conviene otra cosa, pues lo que sea menester, que para eso están “ejercitados”. Todo es un instrumento para el triunfo. Eso es lo contrario de la moral bíblica.
Secuestraron a nuestro Pedro, lo travistieron de papa y lo han hecho recaudador del príncipe de los Estados Pontificios. ¿Y de nuestra María, la buena, la del Nuevo Testamento, la que engendró al Redentor por el poder del Espíritu Santo? Lo mismo. La secuestraron y la travistieron en mil advocaciones y la hacen cómplice del negocio de las almas. ¿No se apareció a Ignacio y lo convirtió en otra persona, para que olvidara su vida de pecado y ahora fuere un soldado nuevo al servicio del vicario? Sí, pero esa no es la nuestra. Si la nuestra se mostrara, que no lo hace, porque para oír a Dios ya tenemos su Palabra, seguro que no se muestra corredentora, ni mediadora entre Cristo y el pecador, ni “puerta del cielo”, ni nada de esas supersticiones que le han colgado, despreciando a su Señor. Ignacio asienta su conversión y su futuro en las visiones de vírgenes. Eso es el fundamento de sus “ejercicios espirituales”. Esa es la defensa del papado. Eso es lo que ha mostrado el actual.
¿Pero no son –al menos– ejemplo de obediencia? Sí, son siervos leales a su señor. Su señor es la iglesia jerárquica. En esto son innovadores, no plantean la obediencia a
un papa determinado, sino al
papado. “Servir al solo Señor (lo pongo en mayúscula porque es copia) y a la Iglesia, su Esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra”.
Amar a Cristo, y amarlo con pasión (típico lenguaje jesuita) supone obediencia al papa, bueno, y a los superiores de la Compañía. Primera regla: “Depuesto todo juicio, debemos tener ánimo dispuesto y pronto para obedecer en todo a la verdadera esposa de Cristo nuestro Señor, que es nuestra Santa madre, la Iglesia jerárquica”. Regla decimotercera: “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro si la Iglesia jerárquica así lo determina”. Regla de la Biblia: esto es diabólico, del padre de mentira, es camino de muerte, por mucha “virgen del Camino” que los guíe.
Seguiremos, d. v., en la próxima semana. Tenemos que ir destapando la muerte de los que “mataron” a nuestra iglesia chiquita.
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