“Lector de otro planeta, me resulta desagradable relatar incidentes inverosímiles, pero ¿qué puedo hacer si fue tal como lo he descrito?” (167).
Quien se dirige a nosotros es D-503, fiel ciudadano del Estado Único. Los habitantes del Estado se llaman números y sus nombres consisten en una combinación de letras y números. Ahora bien, D-503 es el ingeniero encargado de la construcción de la Integral, la nave espacial que llevará “el bienhechor yugo de la razón” a los habitantes de otros planetas.
Nosotros es el título del diario que D escribe a raíz de un anuncio en el Periódico Estatal, en el que se insta a los números a “resolver la ecuación infinita del universo”, a componer un poema que alabe la bondad y la belleza del Estado. Así es como el ingeniero resulta ser también un poeta, y se lanza a su labor con entusiasmo. “Porque la línea del Estado Único es recta, magnífica, sublime, exacta, sabia. La más sabia de las líneas” (101-102).
Sin embargo, desde la primera página, la tarea de D se vuelve en contra de su propósito, por mucho que se esfuerce por evitarlo. Su obra se convierte en una novela de aventuras a partir de su encuentro con I-330, una seductora revolucionaria que pertenece a la organización rebelde MEFI. Ella le convencerá de que la vida es muy distinta de lo que el Estado le enseñó. Bueno, en realidad,
el escritor ruso Evgueni Zamiátin es el autor de esta obra, que data alrededor de 1920.
La tensión de la historia comienza en la primera página, cuando D informa al lector de la fecha del despegue de la Integral. Será un momento clave para los revolucionarios, así que la narración se convierte en una cuenta atrás, en espera del día del lanzamiento de la nave. La incertidumbre se cierne sobre el narrador, que formula muchas preguntas que él mismo es incapaz de responder. Pero el lector puede deducir la respuesta gracias a las pistas que el autor introduce en la narración, a modo de una novela de detectives. El texto está sembrado de puntos suspensivos que hacen que sintamos curiosidad por esos pensamientos inacabados que el protagonista no se atreve a terminar de expresar. Del mismo modo que H. G. Wells revestía su ciencia ficción en la forma de la novela de aventuras, dotando a esta última de profundidad y de valor filosófico; y del mismo modo que Dostoievski tomó la forma de la novela de detectives y la infundió con brillantes análisis psicológicos, así
Zamiátin toma la anti-utopía de Wells y lleva al extremo el dinamismo del argumento, llenándolo de suspense.
No revelaré el final del argumento, porque como le dice I al aturdido protagonista:
“El hombre es como una novela: mientras no se haya leído la última página, no sabes cómo acabará. De lo contrario no valdría la pena leerla” (246). Lo que sí revelaré es que,
cuando el manuscrito de la novela circuló entre los intelectuales de San Petersburgo, los autores, periodistas y censores del régimen soviético condenaron a Zamiátin a morir como escritor. Por eso, en 1931 Zamiátin no dudó en pedirle a Stalin que se sustituyera tal castigo por su expulsión de la U.R.S.S., con la condición de que su mujer le acompañara. Stalin aprobó el exilio de Zamiátin, quien se instaló en París con su esposa, donde siguió escribiendo, aunque no tanto como antes.
El escritor murió en 1937, y Nosotros no fue publicada en la U.R.S.S. hasta 1988. Si alguien tiene curiosidad por saber más de la fascinante vida del autor, de su contexto literario, y del género de la distopía, recomiendo que lea la introducción de Fernando A. Moreno para la edición de Cátedra.
El autor dijo que esta novela era su obra más burlona y más seria, lo cual se nota también en el caso de la función del diario. Este representa el poder de la literatura como instrumento de toma de conciencia de lo que el autor llamaba la revolución dialéctica:
Zamiátin afirmaba que hay que pensar en el futuro, y los herejes de hoy son quienes lo forjarán. Por eso, el autor animaba a los escritores a luchar a favor del ser humano y de la hermandad entre los hombres, en su ensayo “Mañana”. Zamiátin veía la necesidad de que la gente de su época despertara, y tomara conciencia de la situación real que vivía. Esto se materializa en la narración de manera seria y cómica al mismo tiempo. Por ejemplo, D justifica una visita a la Casa Antigua (un lugar prohibido) usando la escritura del manuscrito como excusa: Aunque en realidad quiere ver a I para que le explique los misteriosos sucesos, él finge que está haciendo una investigación seria para el Estado, impelido por su “deber de autor” (208).
Al principio, D necesita escribir el diario para conservar su razón –la Razón del Estado-; pero, paradójicamente, lo que escribe contradice toda su lógica. D intenta dejar por escrito con los instrumentos de la razón aquello que excede su imaginación y le resulta fantástico e incomprensible. Así es como llega a la conclusión de que tiene un “alma incurable”, invisible pero real:
Mi ciencia matemática, hasta entonces el único islote firme e inmutable de mi equivocada existencia, también se había desgajado y flotaba dando tumbos. ¿Qué significaba aquella ridícula ‘alma’ tan real como mi uniforme y mis botas, aunque en ese momento no los pudiera ver por encontrarse al otro lado del armario de luna? Y si mis botas no eran ninguna enfermedad, ¿por qué el ‘alma’ había de serlo? (192)
Este es uno de los descubrimientos que desencadenan un cambio de cosmovisión en el personaje, que comienza a dudar del discurso oficial del Estado. Esto no sucede de golpe, sino que se desarrolla por medio de choques constantes, que forman un argumento muy dinámico: Cuando el protagonista descubre algo que le asusta, primero se niega a aceptarlo, para luego avanzar de inmediato hacia lo que el Estado prohíbe. Más adelante, D alcanza tal grado de locura y de desesperación que reconoce que le cuesta mucho esfuerzo registrar lo sucedido. Tiene que forzarse a sí mismo a escribir, lo cual le cuesta cada vez más esfuerzo. D lucha constantemente con las limitaciones de su lenguaje, que está atado por los términos del Estado, a la hora de expresar el amor, lo irracional, la vida que es invisible, y el pensamiento revolucionario.
Como nos puede pasar a todos alguna vez, D se frustra cuando descubre algo que no entiende, y le cuesta reconocer que le apetece hacer lo que no debería. Lo que pasa es que D lo percibe como si en su interior creciera un “otro yo, salvaje”. Para describir esa lucha, Zamiátin forma metáforas apropiadas para la imaginación y el pensamiento del narrador, que es un ingeniero:
Soy como una máquina obligada a demasiadas revoluciones. Los rodamientos están al rojo vivo: en un minuto, el metal fundido empezará a gotear y quedará reducido a la nada. ¡Deprisa, necesito agua fría, lógica! Vierto agua fría a cántaros, pero la lógica chirría en los rodamientos recalentados y se esfuma convertida en un inasequible vapor blanquecino. (222)
Además, Zamiátin retrata la mecanización del ser humano mostrando cómo todos cogen la cuchara al mismo tiempo, se levantan y se acuestan siguiendo las horas marcadas por las “Tablas de la Ley”. Nos encontramos con todo tipo de imágenes extrañas: personajes que sonríen con “labios-tijera”, dientes blancos que brillan tras sonrisas afiladas… Zamiátin creía en la brevedad: Cada palabra tenía que estar cargada de significado comprimido. En su ensayo “Literatura, Revolución, Entropía”, dice que se adapta a la velocidad de la vida moderna, y por eso acorta las oraciones y hace uso de la elipsis, concentrándose en un solo rasgo distintivo para cada personaje: un rasgo que se pueda observar desde la ventanilla de un coche que avanza a toda velocidad. Si la historia da la impresión de ocurrir de modo vertiginoso, es porque el texto tiene que ser masticado por el lector, que no encontrará ningún elemento superfluo.
Así, no podremos evitar acordarnos de las imágenes que plantean de forma ambigua las siguientes cuestiones como: ¿Es preferible vivir engañado pero feliz, o conocer la verdad y ser libre? ¿Y es legítimo obligar a los demás a ser libres e infelices?
Pero, ¿cuál es la clave para disfrutar de la obra y entender sus paradojas?
Uno de los elementos que distingue Nosotros de sus sucesoras 1984, Un Mundo Feliz, y Fahrenheit 451, es el modo irónico de la narración, que muestra el total escepticismo del autor hacia la fórmula utópica, con la que juega magistralmente. Además, en ninguna de esas distopías se usa la Biblia de un modo tan ambiguo e irónico como en Nosotros. Porque
una de las maneras en la que Zamiátin describe las pretensiones del Estado Único y los pensamientos de los protagonistas es por medio de algunos elementos de la historia de Génesis 3 y del pensamiento cristiano. Esto lo veremos en el siguiente artículo…
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Zamiátin, Evgueni.
Nosotros. Madrid: Cátedra, 2011.
Zamyatin, Yevgeny.
A Soviet Heretic. Essays by Yevgeny Zamyatin, Ginsburg, Mirra, ed. Chicago: The U. of Chicago Press, 1970.
Este artículo forma parte del Número 1 de la Revista Protestante Digital Verano. Puedes leerla a continuación odescargarla aquí (PDF).
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