En periodismo hay cinco preguntas básicas que el redactor debe responder en su crónica para que esta sea profesionalmente aceptable: Qué, Quién, Cómo, Cuándo y Dónde.
La muerte reciente del actor Tony Gandolfini más
La razón de mi esperanza, el libro de Billy Graham de próxima aparición, rondan en torno a algunas de estas preguntas.
El corazón de Gandolfini se detuvo el miércoles 19 de junio (de 2013) mientras el actor se aprestaba, en Roma, a participar en el Festival de Cine en Taormina, Sicilia. Lejos de su tierra y de su casa (había nacido hacía solo 51 años en Westwood, New Jersey, Estados Unidos), sus planes quedaron truncados, a la vez que su muerte sorprendía a parientes, amigos y admiradores.
Nosotros vimos algunos capítulos de
Los Soprano, serie en la que Gandolfini era el actor principal. Bastante subida de tono e incluso irreverente en muchos pasajes, era, sin embargo, una obra cinematográfica excelentemente lograda.
Contestemos, entonces, las cinco preguntas:
¿Qué? Pues que alguien se murió.
¿Quién? El señor Gandolfini, Don Tony.
¿Cómo? Ataque del corazón.
¿Cuándo? El miércoles 19 de junio de 2013
¿Dónde? En el hotel donde se hospedaba, en Roma, Italia.
Con estos datos ya se puede construir una nota periodística.
Pero mientras escribíamos, nos llega la noticia de otro fallecimiento. Contestemos nuevamente las cinco preguntas en relación con este otro caso:
¿Qué? Pues, que alguien más se murió.
¿Quién? José Joaquin Ávila, evangelista puertorriqueño, mejor conocido como Yiye Ávila.
¿Cuándo? Esta mañana, viernes 28 de junio de 2013.
¿Cómo? Ataque masivo de corazón, mientras dormía. Tenía 87 años.
¿Dónde? En su cama, en su casa de Camuy, Puerto Rico.
Hace algunos años —si el dato que nos llegó por aquel entonces es veraz y la mente no nos falla— el pastor puertorriqueño
Rogelio Archilla y su esposa decidieron hacer una visita a Israel. Algo anhelado por mucha gente vinculada a la fe cristiana. Se informó, en su tiempo, que apenas llegados a Jerusalén y mientras se encontraban en la puerta del hotel donde se hospedarían, la esposa del reverendo sufrió un ataque masivo falleciendo en forma instantánea. Para un creyente como la señora de Archilla no está mal: de la Jerusalén terrenal a la Jerusalén celestial en vuelo directo, sin escalas.
El por allá por los años 60 conocido autor y predicador
Ismael Amaya, en una visita que hizo a Bolivia, fue sorprendido por la muerte en La Paz. Su corazón sucumbió a la altura de más de 3.650 metros sobre el nivel del mar en que está enclavada aquella ciudad. Morir en La Paz y en paz con Dios es tan atractivo como ir de la vieja Jerusalén a la nueva.
Otros, como
Billy Graham, esperan tranquilos –y posiblemente usted y yo- el día en que nos toque a nosotros cambiar de residencia en la tierra (Neruda) a residencia en el cielo (Jesús).
Un apreciado hombre de negocios temuquense, visitando Europa, se encontró en un antiguo edificio de Paris esperando con un grupo de turistas la llegada a su piso del ascensor. Como el ascensor no llegaba, nuestro amigo se asomó por el hueco del aparato para mirar hacia arriba y ver si venía; en ese preciso momento, el ascensor llegaba, golpeándolo en la cabeza y matándolo instantáneamente.
El único ser que ha vivido sobre la tierra en contar con la información para responder acertadamente las cinco preguntas fue Jesús. Él sabía cómo, dónde y cuándo habría de nacer. Y sabía cómo, cuándo, y dónde habría de morir. En el caso de Jesús, habría que añadir tres elementos: por qué (o para qué), su resurrección y su ascensión de regreso a la diestra del Padre. También éstos eran hechos conocidos con anticipación.
Gandolfini y Yiye Ávila: dos personajes, dos vidas, dos destinos.
Gandolfini será recordado por su trabajo como actor en la serie
Los Soprano. Yiye Ávila, por su incansable tarea de predicar el Evangelio del Reino en casi cada rincón de la América de habla hispana. Tenemos razón para suponer que habrá una multitud de creyentes que accedieron al cielo gracias a su mensaje evangelizador que le estarán dando la bienvenida allá.
No queremos ser irreverentes con el señor Gandolfini pero de acuerdo con toda la información que nos proporciona la Sagrada Escritura, el lugar donde pasará la eternidad estará en las antípodas del lugar donde la pasará Yiye Ávila.
Tampoco queremos ser irreverentes con el querido y respetado predicador puertorriqueño, pero no nos resistimos a recordar aquí una anécdota simpatiquísima relacionada con él y que tuvo lugar, precisamente, en nuestra ciudad de Temuco, en el sur de Chile.
Se cuenta que en una de sus habituales giras evangelísticas por Latinoamérica, Yiye Ávila llegó hasta Temuco, a 700 kilómetros al sur de Santiago, para llevar a cabo una campaña de salvación y sanidad divina que habría de efectuarse en el Estadio Municipal de la ciudad, como efectivamente ocurrió. Estadio lleno. Yiye predicando y orando por los enfermos. Cada vez que se producía un milagro de sanidad, Yiye gritaba a todo pulmón, preguntando: «¿Quién lo hizo?» Y los creyentes allí reunidos le contestaban en coro y con igual entusiasmo: «¡Jesucristo lo hizo!» Pasó el tiempo, y el estadio volvió a ser escenario de aquello para lo cual fue construido: partidos de fútbol. Un domingo que jugaba el equipo local con uno de Santiago, un jugador «de los nuestros» convirtió un gol. Y en medio de la euforia, se escuchó un grito que retumbó por todo el estadio: «¿Quién lo hizo?» Y desde el otro lado de las graderías se escuchó la respuesta: «¡Yiye Ávila lo hizo!»
Billy Graham insiste en su libro La razón de mi esperanza, que el mundo está tan ofuscado espiritualmente, que cuando alguien pretende tocar el tema de la vida después de la muerte, es ridiculizado, o su mensaje minimizado.
En el capítulo siete de su libro, el autor hace un detallado y desgarrador análisis de la tendencia actual a considerar al infierno como un lugar de diversión, de fiesta de nunca acabar y donde “la vida” va a ser mucho más entretenida que en el cielo. Quienes llevan el estandarte en impulsar estas ideas son los más afamados conjuntos musicales además de los medios electrónicos de entretenimiento para niños (y también para jóvenes y adultos) e incluso reconocidos escritores y empresarios.
La Biblia no puede ser desmentida en las afirmaciones que claramente hace sobre la vida presente y futura. Por más que la cultura secular de nuestro tiempo quiera hacernos creer que «vivir en el infierno» será un derroche de alegría y no un «lloro y un crujir de dientes» está el hecho incontrarrestable de las innumerables citas de Jesús advirtiendo que su muerte en la cruz es el único camino para alcanzar la vida eterna. Y que la fe en Él puede ser tan sencilla y directa como la del delincuente muriendo junto con él en el Gólgota: «De cierto te digo que [por tu fe] hoy estarás conmigo en el paraíso.
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