En la iglesia de Jerusalén aumentaba el número de los discípulos y hubo quejas de los judíos de habla griega contra los de habla aramea por la desatención de sus viudas en la distribución diaria de los alimentos (Hch 6:1).
Las mujeres para tener su sustento por lo general dependían de los varones y las viudas eran las más desamparadas.
El Antiguo Testamento enfoca la necesidad de velar por ellas (Dt 14:29, 24:19,26:12, Is.1:17). Algunos comentaristas creen que esta distribución diaria era una práctica constante y que ya habían transcurrido unos seis años entre el Pentecostés y lo que estaba aconteciendo.
Los líderes de la iglesia le prestaron atención a las quejas de los que sufrían injusticia y tomaron el problema seriamente convocando a una reunión de los creyentes en Jesucristo. No fue algo de poca importancia y reconocieron implícitamente que no se hacía bien la distribución.
Debemos notar que era a los pies de los apóstoles que se ponían las ofrendas para su distribución (Hch 4:35) y ellos serían los responsables inmediatos ante las dificultades presentadas. Se debía resolver el problema y delegar la autoridad en otros.
Hay una visión que deriva del Pentecostés y es que el Espíritu de Dios se derrama sobre todo el género humano (Hch 2:17).
No son los “griegos” los que traen el problema.
Es el Espíritu Santo que trae a su Iglesia personas de toda lengua, cultura y nación. “La iglesia es una comunidad de personas de diversas culturas, tradiciones y costumbres”.
El Espíritu de Dios es inclusivo y esto nos desafía a ser una iglesia abierta donde las personas pueden tener voz y ser escuchadas.
“Así que los doce reunieron a toda la comunidad de discípulos y les dijeron: No está bien que nosotros los apóstoles descuidemos el ministerio de la palabra de Dios para servir las mesas” Decidieron entonces con la asamblea buscar siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría, para encargarles esta responsabilidad (Hch 6:2-4).
Los siete elegidos tenían nombres griegos y lo más probable es que venían de un trasfondo Helenista. Ellos fueron Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás. Este último que fue elegido era un prosélito proveniente de Antioquia. Esto quiere decir que no era judío de nacimiento sino por conversión.
Los helenistas eran personas no griegas que hablaban la lengua griega y adoptaban la forma de vida de los griegos. Se les daba el nombre de “griegos” siendo judíos porque se habían criado lejos de Palestina. Su contraste son los “hebreos”, los judíos de Palestina, cuya lengua es el arameo.
Los helenistas o “griegos” de la iglesia de Jerusalén eran más progresistas que los hebreos, tanto en su enseñanza como en la práctica.
Esteban ocuparía un rol vital en el desarrollo de la misión cristiana y su extensión a todo el mundo. La iglesia al abrirse hacia los “Griegos” o judíos griegos, se abrió hacia una parte de la comunidad que pronto serviría de puente para la misión entre los gentiles.
Esteban era un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo (Hch 6:5).
Se lo describe también como lleno de la gracia y del poder de Dios haciendo grandes prodigios y señales milagrosas entre el pueblo (Hch 6:8). Los que se ponían a discutir con el no podían “hacer frente a la sabiduría ni al Espíritu con que hablaba” (Hch 6:10). Sus oponentes buscaron formas de levantar acusaciones falsas, agitar al pueblo, a los ancianos, a los maestros de la ley y consiguieron llevar a Esteban ante el consejo (Hch 6:11-12).
En el momento de mayor oposición el rostro de Esteban se parecía al de un ángel (Hch 6:15)
Es interesante observar que mientras los apóstoles enfatizan y retienen el ministerio de la palabra de Dios, “es Esteban quien proclama esta palabra, y da testimonio supremo de ella con su martirio. A consecuencia de este suceso, los cristianos, particularmente los ‘griegos’, se dispersan y con ello se expande la misión. Acto seguido, es Felipe, otro de los ‘siete’, quien ocupa el centro del escenario al llevar el evangelio primero a Samaria y luego al eunuco etíope”
[1]
El Espíritu una y otra vez llama a la iglesia a una nueva obediencia. “¿Que hubiera sido de la iglesia si Esteban y Felipe hubieran dicho: No, nuestro ministerio es el de las mesas, no el de la palabra, y por tanto no hemos de predicar?”
[2] Lo que surge de lo acontecido es que hay una relación estrecha entre la justicia y la misión. Se va preparando el escenario de la misión a los gentiles u otras etnias.
Una iglesia tiene que ser abierta para todos. La comunidad del Reino de Dios y del Espíritu implica ser una comunidad inclusiva no solo en recibir e invitar a personas de cualquier trasfondo étnico, sino en extenderse hacia todos lados hasta lo último de la tierra.
El futuro de la iglesia estaría en aquellos “griegos” que habían sido marginados.
Como resultado de las decisiones que se tomaron, el texto de la palabra de Dios nos dice: “
Y la palabra de Dios se difundía: el número de los discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén, e incluso muchos de los sacerdotes obedecían a la Fe” (Hch 6:7) .
Como comunidad del Reino de Dios somos desafiados a que haya equidad e inclusión, justicia y misión.
Que todas las etnias y grupos sociales tengan la oportunidad de ser parte de la iglesia.
Somos llamados a cruzar barreras de iglesia a no iglesia; en ser, hacer y decir, a favor de la extensión del Reino de Dios. Que Dios nos ayude en esto.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:
¿Cómo solemos responder ante las quejas de aquellos que sufren algún tipo de injusticia?
¿Somos personas que actuamos con equidad e inclusión?
¿Solemos mirar por las necesidades de todos o actuamos con cierto favoritismo?
¿Tenemos algún tipo de prejuicio o recelo con determinados grupos sociales, culturales y étnicos?
¿Solemos delegar y confiar en otros? ¿Cuáles deberían ser las características de estas personas?
¿Qué significa ser una iglesia abierta para todos y extendernos a todos lados?
¿Qué implica cruzar barreras de iglesia a no iglesia hasta lo último de la tierra?
¿El Espíritu de Dios nos está presentando un nuevo desafió y obediencia?
[1]Gonzalez, Justo L, Hechos Comentario Bíblico Hispanoamericano, p. 131, Editorial Caribe, 1992 [2]Ibíd.,, p. 131, Editorial Caribe, 1992
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