La conocida sentencia de Jesús en que les ofrecía libertad al conocer la Verdad (y qué duda cabe que se refería a Él mismo y al mensaje que traía) es entendida, creo, a veces en un sentido muy limitado.
Es cierto que el Evangelio abre las puertas a la salvación del pecador, y en ese aspecto, es absolutamente maravillosa. Pero mucho más allá, también abre las puertas a la manera en que puede y debe vivirse la vida cristiana, porque la salvación es mucho más que comprar un pasaje al Cielo. La salvación empieza ya y ha de vivirse desde esta Tierra ocupándonos en ella con temor y temblor.
En ese primer sentido más limitado que se comentaba al principio, es cierto que la primera esclavitud de la que nos libera Cristo es el pecado mismo. Es curioso cómo personas que durante mucho tiempo habían vivido su vida creyendo que eran absolutamente dueñas de sus propios destinos y que no se negaban ni el más mínimo desmadre por una cuestión de malentendida libertad, al llegar al conocimiento del Evangelio relatan una experiencia bien distinta. Entonces descubren que nunca habían sido tan libres como pensaron. Se dan cuenta de que mucho de lo que hacían era consecuencia de la esclavitud de llevar la contraria a los principios religiosos, morales o éticos que habían conocido.
Otros siguen sujetos a la esclavitud de seguir a la mayoría, aunque en el fondo piensen que hacen lo que hacen porque quieren hacerlo
motu proprio.
En cualquier caso, exprimir la vida hasta su último aliento en aras de una supuesta libertad no tiene por qué significar quemar esa vida a base de excesos. Lejos de esto, puede significar escoger ese camino que te hace vivirla con más calma y sosiego, con mayor disfrute de los pequeños detalles, con más horas de servicio al prójimo, por más que todo esto pueda ser entendido por algunos como la mayor de las pérdidas. No hay mayor forma de ganar en la vida, paradójicamente, que estar dispuesto a perderla en beneficio de otros.
Sin embargo, yendo algo más lejos y pensando en este tiempo difícil que nos toca vivir a nivel de necesidad material, la promesa de libertad a cambio de conocer la Verdad trae un valor incluso, si cabe, más práctico a nuestro día a día en medio de escasez. La Verdad de Dios es Dios mismo, con todas Sus promesas, con todo Su carácter, con todos los hechos sorprendentes y maravillosos que la Historia acumula en su haber. Y desde esa verdad es que, en tiempos como estos, podemos ser verdaderamente libres.
Pocas cosas te dan tanta libertad como no necesitar nada. Cuanto más dependiente estás de lo que necesitas, más lo estás también de quienes pueden proporcionártelo y menos independencia retienes. Piénsese, si no, en la “libertad” de medios de comunicación o sociales que dependen de subvenciones. Como bien dice el refrán, nadie muerde la mano de quien le da de comer. Así que, ahora que estamos tan necesitados de casi todo y que nadie quiere perder lo poco que tiene, parece que corremos mucho más riesgo de sucumbir a abusos y presiones que en otros momentos. Sin ir más lejos, ¿han pensado ustedes en cuán injustas condiciones están tolerando hoy en día muchos empleados en sus trabajos, muchas personas en sus matrimonios, por el “simple” hecho de no poder permitirse perder lo que tienen?
Sin embargo, al amparo de Dios, aunque podemos seguir necesitando todo (la comida, el vestir, un techo donde cobijarnos no son negociables para los cristianos por muy cristianos que seamos), en realidad no necesitamos nada. Si le tenemos a Él, tenemos Sus promesas, y si tenemos Sus promesas, nuestras necesidades, las que Él entiende que lo son (algunas son creadas por nuestra parte), están cubiertas. Así, los creyentes podemos dormir confiados porque sabemos que de Él y sólo de Él depende nuestro sustento.
No se trata de que, siendo esto así, hagamos uso ilegítimo e irresponsable de lo que el Señor nos da no cuidando nuestros trabajos, matrimonios y enseres. Se trata más bien de que podemos recuperar buena parte de la libertad que hemos vendido al momento de dificultad actual confiando en que el Señor nos llama a paz y a hacer lo que podamos por conseguir nuestro sustento, pero el Señor no nos llamó nunca a heroicidades al margen de Su poder.
Cumplamos nuestra responsabilidad, sí, pero hagámoslo libremente, sin ataduras innecesarias, porque el Señor las quebró en Su momento, y no sólo las que tienen que ver con el pecado.
Su verdad nos hace libres, más aún en tiempo de necesidad.
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