MARRUECOS, AMOR Y CANELA, por Verónica Rossato, Librería Logos, calle Treinta de Marzo 57, Alicante. 115 páginas.
En los últimos años han aparecido en España tres buenas novelas que tienen a Marruecos como tema de sus aventuras: EL ÚLTIMO NEGRO (2005), de Ramón Buenaventura; EL TIEMPO ENTRE COSTURAS (2009), de María Dueñas y PERROS QUE LADRAN EN EL SÓTANO (2012), de Olga Merino.
El libro de María Dueñas, con más de veinte ediciones desde entonces y traducido a los principales idiomas, ha tenido un éxito espectacular de crítica y de público.
Por esa puerta grande de la Alcazaba camina ahora Verónica Rossato con una novela bajo el brazo inspirada en el país que dice albergar en su suelo las auténticas grutas de Hércules, el semidios romano latinizado del griego Heracles. Título poético de la novela:
MARRUECOS, AMOR Y CANELA. El título surge en una conversación entre los dos protagonistas principales, cuando ella dice: “Estoy comenzando a identificar Marruecos con el aroma de la canela”.
Sorprende el conocimiento que la autora tiene de Marruecos aunque sólo vivió en el país tres años. Describe con puntualidad y veracidad los paisajes, el estilo de vida, la cultura, los puntos geográficos, penetra el sentido de la religión y del Korán, libro sagrado de los mahometanos, identifica las costumbres de las distintas regiones, muestra su familiaridad con el lenguaje popular que utilizan los marroquíes en la vida diaria: el dariya o darija.
Dice Menéndez y Pelayo en el primer tomo de ORÍGENES DE LA NOVELA, que este género literario es tan antiguo como la imaginación humana. Ha tenido buenos (pocos) y malos (muchos) recreadores. A mi entender, la que estoy comentando es una novela luminosa, de gran categoría estética, donde la imaginación creadora introduce al lector en la vida familiar, doméstica y humana de ese pueblo árabe y musulmán vecino del nuestro.
La novela de Verónica Rossato no es una invención de acciones al estilo de algunos novelistas calenturientos; es la exposición de almas que aman y gritan, que creen y que dudan, que huyen de los besos y terminan fundidos en sentimientos comunes.
Así empieza la historia: Gabriela tiene 28 años en flor. De origen italiano, nació en Argentina. Allí estudia periodismo. Apasionada de los viajes, recorre Bolivia, Uruguay, Perú, donde llega hasta el Machu Pichu buscando conocer sus misterios, como miles de viajeros cada año. Le atraen los secretos espirituales y los santuarios religiosos. Se inicia en el Yoga y continúa por caminos plenos de rituales esotéricos. Habla con maestros y gurúes, con sanadores cósmicos. Más tarde quiere conocer el país de sus antepasados y hace gestiones para viajar a Italia. Obtiene una beca para realizar un postgrado en comunicaciones y pone rumbo a la patria de los emperadores. En Milán es empleada por una empresa periodística. Conocedores de sus aventuras viajeras, los jefes la envían a Fez, capital espiritual de Marruecos, para que escriba sobre el prestigioso Festival de Música Sacra que tiene lugar una vez al año. “Su jefe, sin saberlo, la estaba ayudando a realizar uno de sus sueños: visitar un país musulmán”.
El plan inicial de Gabriela era permanecer diez días en Fez, pero la estancia se prolonga a lo largo de seis meses. ¿Por qué, qué ocurre?
Aquí entramos en el corazón de la novela. Gabriela se siente atrapada por la ciudad, por sus gentes, por los amigos y conocidos que va incorporando a su vida: Fatima, Khadija, Dris, Noor, Hasan y muy especial e íntimamente, Youssef. Con éste vive una historia de amor y una historia de religión.
El relato de estas historias eleva a Verónica Rossato a categoría de novelista superior. Demuestra una manera peculiar de escribir y esa manera la mantiene a lo largo de la novela. Acierta en la fórmula literaria personal, se mantiene en el mismo léxico. Emplea los vocablos, los giros, los modismos árabes y musulmanes en su justa medida y en el contexto adecuado.
Los personajes de la novela descubren su alma completamente desnuda e inerme, sin simulacros, sin concesiones, retratos vivientes que no escapan a la crítica negativa de la autora cuando así lo estima.
Verónica Rossato logra dar a su novela un vigor y una tensión que prenden al lector desde los primeros párrafos. Da los personajes en vivo, con un gran sentido sincrónico. Sabe que la novela no es un saco donde cabe todo, como avisaba Ortega y Gasset. La suya responde a principios formulados de antemano, sitúa a los personajes en el lugar justo donde los concibió su imaginación.
En la obra teatral LA TERCERA PALABRA, el formidable dramaturgo asturiano que fue Alejandro Casona afirma que las tres palabras que sostienen la estructura del universo son Dios, muerte y amor. Estas tres percepciones de la existencia están presentes en MARRUECOS, AMOR Y CANELA. La muerte ocupa un espacio menor; a cambio, finaliza el libro con dos grandes historias de religión y de amor que invito a los lectores a descubrirlas por sí mismos.
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