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Josep Araguàs, cuidando el corazón del matrimonio

La mejor pastoral es la que se ejerce de forma preventiva, para lograr que los conflictos sean de baja intensidad y fácilmente resolubles
MUY PERSONAL AUTOR Jacqueline Alencar 26 DE MAYO DE 2013 22:00 h

A menudo transmitimos a las futuras generaciones miedo al compromiso ante una relación de por vida, desconfianza ante el futuro y la ruptura como una forma de resolver conflictos

Hoy nos vamos hasta Barcelona para hablar con Josep Araguàs Reverter, licenciado en Psicología Clínica por la Universidad central de Barcelona y miembro de la iglesia Bautista de Gracia. Ha ampliado su formación en Estados Unidos con un Máster en Terapia Familiar (Cambridge Family Institute) y Estudios de Psicología Pastoral (Universidad de Andover).

Tiene una amplia actividad como conferenciante por toda nuestra geografía, y también como colaborador en distintos programas de radio y televisión (Nèixer de Nou) sobre temas de divulgación psicológica.

Ha escrito diversos artículos relacionados con su campo de trabajo, y desde ya, os sugiero leer su libro El matrimonio, un camino para dos, publicado por ANDAMIO, con prólogo de Víctor Mirón y Cesca Planagumà. Como ellos comentan: “Josep Araguàs escribe desde un contexto español, con situaciones y ejemplos y respuestas a situaciones de aquí, que no son traducidas ni adaptadas… Combina magistralmente su saber, su preparación de años de consejería, de terapia y de enseñanza, con su profunda, y en algunos momentos dolorosa, experiencia propia”.

Pregunta.- En la actualidad hay lo que se llama una mayor “cultura del divorcio”. ¿Situaciones análogas se dan dentro de las fronteras evangélicas?
Respuesta.-Sí, por pura osmosis ideológica, somos enormemente influidos como cristianos evangélicos en un área tan importante como la permanencia o ruptura del pacto matrimonial en momentos de crisis. Nadie se felicita de tener parejas divorciadas en el seno de su congregación, pero me temo que lo estamos asumiendo con demasiada naturalidad.
Existen a mí entender tres factores que probablemente pueden contrarrestar tal influencia: a) Que las iglesias tengan enseñanzas claras y firmes respecto al matrimonio, fundamentadas en la Palabra de Dios. b) Que los matrimonios interioricen tales enseñanzas y desarrollen convicciones al respecto y c) Que exista en la iglesia una pastoral preventiva de crisis y de trabajo a fondo con los matrimonios.

P.- ¿Qué mensaje estamos dando a nuestros hijos?
R.-Desgraciadamente, demasiado a menudo: el mensaje que transmitimos a las futuras generaciones es el del miedo al compromiso ante una relación de por vida, la desconfianza ante el futuro y la ruptura como una forma de resolver conflictos.

P.- En el capítulo 3 de su libro El matrimonio, un camino para dos usted habla del corazón y las arterias del matrimonio. ¿A qué se refiere?
Me refiero a entender que todo el proceso de comunicación que se da en la pareja, resulta fundamental para el buen entendimiento de ambos, y les lleva a un proceso interrumpido de sanidad y crecimiento a lo largo de su vida.
Establezco un paralelismo entre la función del sistema circulatorio en el cuerpo humano y el sistema de comunicación en el matrimonio, porque ambos resultan indispensables para la salud del organismo, a quien sirven.
De hecho, la mayoría de parejas que dicen experimentar algún tipo de conflicto, alegan tener problemas en el área de comunicación. Eso sí, esto es sólo el principio porque a partir de ahí, se puede derivar una gran complejidad. Desde patrones disfuncionales de comunicación derivados de la Familia de Origen, hasta el uso de diferentes lenguajes, e incluso psicopatología en la propia persona.

P.- ¿Podemos encontrar entre los cristianos situaciones de malos tratos (psicológico y físico), infidelidades, adicciones…?
R.- Sí, por supuesto, estamos hablando de conductas generadas por nuestra naturaleza de pecado, no extirpada del todo aún en este mundo. Aunque con menor frecuencia que con respecto a la población general y también con mejor pronóstico. Siempre y cuando, para estas personas, la fe cristiana no sea algo disociado de su experiencia de matrimonio y quieran santificar no sólo su vida personal, sino el vínculo sagrado que han contraído.
Las palabras de Hebreos 13:4 siguen siendo de gran inspiración: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla…”. El matrimonio es un lugar de santidad, no de vileza, de mentira o de injusticia.
Asimismo resuenan con gran fuerza y dignidad las palabras de Tamar, a propósito de la violencia sexual perpetrada en el contexto familiar: “No hermano mío, no me hagas violencia; porque no se debe hacer así en Israel. No hagas tal vileza” 2 Samuel 13:12. Ni la propia persona ultrajada, ni el pueblo de Dios, en medio del cual se da la violencia, deben permitir ningún tipo de conducta que mancille la dignidad del ser humano.

P.- ¿Podríamos decir que es más fácil resolver los conflictos cuando la pareja reconoce la soberanía de Dios en sus vidas?
R.-Este punto es de suma importancia. Porque he observado que puede haber la tendencia entre personas creyentes a “disociar” su conducta de su fe, en momentos de conflictos. Justamente la soberanía de Dios implica “hacer a Dios presente y relevante” en medio del vínculo creado y bendecido por Él. Por soberanía entendemos, en concreto, que mi matrimonio no es mío, sino del Señor, nosotros somos usufructuarios del mismo. Por lo tanto: El Señor, su Palabra y el ministerio pastoral deben tener mucha ascendencia y autoridad cuando los conflictos amenazan la salud o la continuidad del matrimonio.
Sabias y profundas son la palabras de Eclesiastés 4:12, “… y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”.

P.- Usted también dice que en el matrimonio crecemos. ¿En qué sentido?
R.- El crecimiento es uno de los objetivos más importantes a lograr a lo largo de nuestra vida, porque nos permite desarrollar todo nuestro potencial como personas y como hijos de Dios. El crecimiento nos posibilita llegar a la madurez, ese estado donde ya no somos llevados por los impulsos, los instintos y las posibles influencias nocivas de los demás. Y dado que el matrimonio es una relación vital, estimula en nosotros el crecimiento en diversas dimensiones: crecimiento como personas, crecimiento en nuestra forma de amar, crecimiento en nuestra forma de entender la relación con la persona amada y aun crecimiento espiritual.
Lo contrario al crecimiento sería el estancamiento o incluso el deterioro de nuestras capacidades. El conflicto no resuelto en el matrimonio lleva a la persona, en lugar de a una expansión, a una contracción o estrechamiento de quién es y cómo se concibe la relación entre la pareja.

P.- ¿Antes de hablar de divorcio, hay que luchar por arreglar la problemática que ha llevado a tomar esta decisión? ¿Tiene peso analizarla a la luz de la Palabra?
R.-Primeramente hay que prevenir algunas situaciones que incluyen factores de riesgo importantes para la salud del matrimonio, me estoy refiriendo a que incluso en el noviazgo ha de existir un punto enorme de realismo en la pareja que les permita analizar dichos factores. Voy a poner algunos ejemplos: maltrato en el noviazgo, infidelidad, celos, un pasado oscuro… son factores a tener en cuenta e incluso a servir de disuasión para seguir adelante. Sin duda, el mejor divorcio siempre es aquel que ocurre antes del matrimonio.
Pero ya una vez el matrimonio se ha constituido, antes de llegar a la ruptura, debe lucharse hasta el final. Incluso si el final sigue siendo el divorcio, el matrimonio experimentará la paz sin precio de haber hecho humanamente todo lo posible antes de llegar ahí.
Las palabras del profeta Malaquías nos indican cuál es “el corazón de Dios” respecto a este tema: “Porque el Señor Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio”. Los creyentes de forma individual y la iglesia en su expresión local y global no deben sintonizar con la mentalidad actual que banaliza el divorcio, viéndolo como un trámite o como una decisión intrascendente, sino entender el dolor inmensurable que llevará a muchas personas. Para tales personas, la vida ya nunca más volverá a ser igual que antes del divorcio.

P.- O sea que es prioritario que haya una pastoral del matrimonio en todas las iglesias…
R.-El concepto prioritario dependerá de si la iglesia se marca como un objetivo esencial el crecimiento cualitativo de las personas que la forman.
La pastoral tiene por objetivo acercar “el corazón de Dios” a las personas. La pastoral ayuda a que las personas experimenten, ya en este mundo, “una vida en abundancia”, porque contextualiza las enseñanzas de la Palabra a la situación de la pareja.
Dicho esto, habrá la pastoral preventiva, que será fundamentalmente educativa y la pastoral de crisis que focalizará en ayudar a las parejas cuando ya se encuentran en una situación de conflicto. Cuando en una iglesia más se trabaje en pastoral preventiva, menos pastoral de crisis se tendrá que hacer.
Trabajar con matrimonios es vital en la actualidad, porque es una institución que está siendo zarandeada y cuestionada, como nunca, por la economía, los valores y por formas alternativas de vivir en pareja.

P.- ¿Quiénes pueden ejercer esta responsabilidad? ¿Cuáles los dones imprescindibles para tal fin?
R.-La responsabilidad de la pastoral en un sentido general es de todos los creyentes. Todos hemos sido llamados a rechazar el cainismo y a ser guardas fieles de nuestros hermanos (Gén.4:9). Todos estamos llamados a honrar el matrimonio, a procurar el bien de todas las familias de la iglesia, a contribuir con nuestro testimonio y ayudar cuando hay una situación de crisis.
Dicho esto, entiendo que la pastoral ministrada por el pastor o los ancianos de la iglesia, refleja la autoridad delegada por el Señor y reconocida por la iglesia. El pastor posee una posición única para trabajar con matrimonios. Conoce de primera mano a las familias de la iglesia, ha participado en su nacimiento, ha visto su desarrollo y los ha acompañado en momentos de crisis.
Los dones esenciales para la pastoral de matrimonios son: disfrutar de un matrimonio pastoral equilibrado, saber escuchar a las dos partes, ser confidencial y amar a las personas a las que se ministra.

P.- ¿Ha escuchado alguna vez a los responsables de una iglesia decir: “¿Podríamos haber hecho algo al respecto?”… ¿Qué les diría?
R.-Tengo la misma sensación casi siempre que trabajo en terapia de pareja. Seguro que siempre se puede hacer más y mejor. Por una parte, aprendemos por la experiencia, mejorando con el tiempo, y por otra parte, los matrimonios no siempre nos dicen todo aquello que nos ayudaría a ser más eficaces. También suelen haber factores externos a la pareja, muy difíciles de controlar: problemas psicológicos de la persona, existencia de una tercera persona, interferencia de los padres o de los amigos, etc.
En resumen, probablemente siempre se puede hacer algo más y esto nos lleva a ser humildes y así depender más del Señor, pero lo peor como en todo es no hacer nada, porque por muy poco que se hace, algo se hace. Quizás no vamos a impedir que el matrimonio rompa, pero van a acabar mucho mejor entre ellos y los hijos se van a beneficiar. En otros muchos casos, veremos, si no una sanidad total, una mejor calidad de vida entre ellos, como consecuencia de nuestra intervención.

P.- ¿Se pueden prevenir estos casos? ¿Hay que estar pendientes de las señales de humo?
R.-No todos los casos son previsibles, sobre todo aquellos en que la gente miente, nos oculta información relevante o es muy inmadura e impulsiva en sus reacciones.
Pero en muchos casos, sí es cierto que el matrimonio humea. La falta de complicidad evidente entre la pareja, la tensión con que se manejan y se tratan, la ausencia de una vida espiritual, el descuido físico o aun sexual entre ellos, la atracción por personas fuera del matrimonio, la entrega excesiva al trabajo, la presencia de pornografía o la conexión a chats y foros de forma individual, etc.

P.- ¿Esta pastoral va dirigida solo a los matrimonios que atraviesan una situación problemática?
R.-No en absoluto. La mejor pastoral es la que se ejerce de forma profiláctica, justo para prevenir y que los conflictos sean de baja intensidad y fácilmente resolubles.

P.- Después de escucharle, tomo conciencia de lo importante y difícil que es la labor pastoral; que hay cosas que no se pueden dejar para mañana…
R.-Los problemas de matrimonio no se resuelven solos, al revés, empeoran. Con el paso del tiempo las parejas crecen en frustración, resentimiento y desconfianza. Peor aún, pierden toda esperanza de salir de la crisis y buscan soluciones insanas fuera del matrimonio o sin el matrimonio.

P.- Con todo el bagaje anterior, tenemos material suficiente para orientar a los que pretenden iniciar esta travesía del matrimonio… ¿Cuáles los factores de riesgo a considerar en el noviazgo?
R.-Antes ya he señalado algunos. Lo importante es entender que el noviazgo es algo así como el embrión de la futura criatura que se irá gestando y que dará lugar al matrimonio. Por eso el noviazgo debe ser realista, poco sexualizado y muy rico en comunicación. Digo poco sexualizado, porque aun cuando creo firmemente en que la sexualidad se expresa dentro del matrimonio y no antes ni fuera de él, sí que debe haber en el noviazgo una atracción sexual mutua. Pero sobre todo, la pareja debe aprender a absorber sus historias personales y ver si es capaz de elaborar una historia en común, que no pasa por la asimilación de uno por el otro, sino de la unión de ambos.
Factores objetivos de riesgo serían:
- Utilizar el matrimonio como una huída de los padres, de la soledad o de sí mismo.
- Existencia de diferencias en cuanto a la fe, bi-culturalidad, edad, etc.
- Como antes señalaba la existencia de conflictos serios y constatados ya en el noviazgo: infidelidades, celos, adicciones, maltrato físico o psicológico, mentiras…
- Matrimonios en segundas nupcias o provenientes de convivencias anteriores.
- Existencia de enfermedades físicas, psicológicas o psiquiátricas graves.

Siempre he seguido una máxima en la terapia de pareja: nunca decir a dos personas que se casen, ni por supuesto que se separen (a no ser que haya una situación de perversidad o de riesgo). Pero sí he aconsejado a las personas que se esperen un tiempo más antes de casarse y que sigan trabajando los problemas que han aparecido.

P.- ¿Debemos también ocuparnos de las viudas, de los solteros…?
R.-Efectivamente, es un deber y además está en sintonía con el carácter de Dios, que se revela a sí mismo como “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados” Sal 68:5-6. En todo caso añadamos también a la lista a los solteros de largo recorrido y a los divorciados.
El corazón de Dios está junto a todos aquellos que por alguna razón han sido privados del amor, de la protección, del sustento y que tienen un futuro incierto. Y se complace siendo Dios de todos aquellos azotados por la desgracia. Es por ello que la fe auténtica se manifiesta cuando proveemos para tales personas, de forma que lleguen a experimentar un vínculo familiar, más allá de la consanguinidad y el parentesco.

P.- ¿Por dónde puede empezar una iglesia donde no existe una pastoral de este tipo?
R.-Buscando sabiduría en la Palabra de Dios, para encontrar no sólo consejos, sino sobre todo el corazón de Dios.
Hacer una pequeña gráfica de la membresía para ver cuál es la distribución de los miembros por edad y su situación. Empezar la pastoral por donde haya más necesidad. Si la iglesia por sí misma carece de recursos pastorales propios, será necesario pensar en proyectos interdenominacionales que permitan aprovechar ocasiones de formación y ministerio.

P.- Concluyendo, ¿qué retos tenemos los matrimonios cristianos españoles en este siglo XXI? En el hogar, en la Iglesia, en la sociedad…
R.-¡Uf!, los retos son en muchos frentes. Esencialmente saber vivir el matrimonio en integridad. Teniendo presente que lo más importante no es el haber hallado a la otra persona, sino el seguir creciendo con ella a lo largo de la vida, siendo conscientes de que cuanto más amemos a Dios, mejor amaremos a la otra persona. Y así, compartiendo la belleza, el sufrimiento y la fe evidenciar ante todos que ese proyecto llamado matrimonio es un lugar de bendición sin igual.

P.- ¿También colabora en actividades seculares cara a aportar ayuda a los matrimonios? Si es así, ¿cuál su experiencia?
R.-Ha sido y es una hermosa experiencia trabajar en mi consulta con personas no creyentes, que aun no conociendo a veces las enseñanzas de la Palabra, luchan por tener una buena relación de matrimonio. Y dado que el matrimonio pertenece al orden de la creación, la bendición está implícita. También he trabajado estos años con muchos matrimonios católicos que agradecen que el terapeuta no trivialice ni ridiculice sus creencias.
Otra forma de colaboración preciosa con el testimonio ha sido a través de conferencias, seminarios y cenas en lugares públicos, organizadas por iglesias que permiten llegar al matrimonio. La gente se sorprende de que los cristianos evangélicos cuidemos tanto de la relación de pareja, y entiendo que esto debe seguir siendo así.

P.- ¿Cómo conoció a Jesús?
R.-Conocí a Jesús siendo adolescente y leyendo el Nuevo Testamento por mi cuenta. Al contactar con una iglesia evangélica esto me permitió llegar a una relación más personal con Él y entender que Dios tenía un pueblo aquí en este mundo. El matrimonio con mi esposa Raquel me hizo crecer a niveles insospechados. Juntos caminamos por fe durante casi 30 años y, cuando ella partió de este mundo, fui consciente que, a través de nuestra relación, habíamos experimentado de muchas formas la eternidad ya aquí.

Finaliza la entrevista. Gracias, Josep, por este paseo a través de las distintas fases del matrimonio, desde el antes, el durante y, tristemente, a veces, el post del mismo, dándonos las claves para prevenir los posibles problemas, cómo mantenerlo entre los cónyuges y los que los rodean, así como paliar los efectos nocivos de una ruptura. Y por recordarnos que cordón de tres dobleces no se rompe fácilmente.
 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Santi de Manresa
06/06/2013
16:25 h
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He leído el libro <> y como diría personalmente en Josep Araguàs si me conociera profundamente, ya que por un tiempo fui su paciente , por lo que le conozco personalmente, me diría que soy demasiado perfeccionista por que a cada libro que leo, al final le doy una valoración, acabo de consultarla y es de : 8,5, creo que esto lo dice todo. He recomendado el libro a montones de matrimonios jóvenes y parejas A Pesar de haber recomendado mucho la lectura del libro en la Iglesia, parece ser que la respuesta ha sido popca.. Quizás el enfoque abierto, claro, real, para nada espirittualoide pero bíblico 100%, no ha acabado de gustar a cierto sector más fundamenta
 



 
 
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