La vida está repleta de sensaciones agridulces y claroscuros. Pero por más de ellas que encontramos a nuestro paso, probablemente les ocurra como a mí, y es que nunca terminamos de acostumbrarnos.
Pensaba que, de alguna manera, esto no es más que el reflejo minúsculo de la lucha que siempre se está produciendo entre el bien y el mal. Detrás de cada rincón, de cada elemento que nos rodea, se esconden herramientas tanto para lo uno como para lo otro y consecuencias directas de esos dos mismos extremos.
Cuando recibimos una noticia o una propuesta, casi siempre tiene letra pequeña, las alegrías son sólo parciales, en toda situación negativa puede localizarse algún elemento de esperanza… y así es, prácticamente, con todo lo que nos rodea. Quizá no puede ser de otra forma.
Anhelamos el día en que todo pueda ser “completamente algo”, no sólo mitad y mitad, porque parece que nos sabe todo a descafeinado. ¡Qué tontería! ¡Desearíamos que todo fuera blanco, porque el negro no nos gusta para nada! Pero en un mundo caído como este y teniendo en cuenta que no es posible que aquí todo esté claro a Su perfecta luz (eso llegará cuando Su gloria sea manifiesta completamente y le veremos tal y como Él es -nos veremos tal y como somos-), lo mejor a lo que podemos aspirar es a que, efectivamente, en cada situación haya algo de gris. Eso es siempre una buena señal.
El Señor sigue mostrando Su gracia en esos elementos, precisamente. Las cosas no son más negras de lo que son porque Su gracia está presente. ¡Claro que nos gustaría que lo estuviera más aún! Pero sólo vivimos las consecuencias de nuestras propias decisiones en un sentido de herencia recibida, aunque también de responsabilidad personal. Somos responsables de nuestras faltas, pero venimos además marcados con el sello de una especie rebelada contra Su Creador prácticamente desde los comienzos.
¡Qué claridad debe respirarse a la luz del Altísimo! ¡Qué nivel de transparencia, como para que todo lo que hasta ahora haya estado en oculto pueda salir a la luz! Eso, evidentemente, nos compromete más aún si cabe al llamamiento de vidas santas. Pero, ¿cómo no anhelarlo, con tanta distorsión y tristeza provocada por tanta oscuridad?
La vida del hombre es nada. Cualquier golpe de viento nos desestabiliza y convierte a personas sensatas y cabales en sólo sombras muy lejanas y tenues de lo que fueron. A veces esto nunca llega a recuperarse, no es reversible. Pero Dios sigue obrando, y de nuevo surge el gris. Porque Dios ha decidido hacerse presente en un mundo de oscuridad como el nuestro y, más aún, de manera personal y palpable, en nuestras vidas como seres humanos.
Los grises siempre claman a nuestra conciencia y a un sentido de equilibrio y de justicia. Dios se hace presente, pero es importante que sepamos verlos. Tras cada elemento visible, hay otro que tiene que ver con Su gracia. Efectivamente, algunos acontecimientos están tan teñidos de lo bueno que no dudamos de que Dios esté detrás de ello. Pero detrás de cada elemento en contra, también está la venia de Dios, permitiendo que eso mismo tenga lugar.
El gris siempre es una señal de la presencia de Dios. De hecho, el infierno estará caracterizado, precisamente, por la ausencia de Dios, y todo será del negro más oscuro posible. Por eso hoy, ahora, cada día, ningún pequeño rayo de luz es desdeñable porque vuelve a clamar a gritos por nuestra atención y nos dice “No temas, aún estoy contigo. No te he abandonado. Sigues formando parte de mis planes, de mi apuesta. Mis planes son de bien y no de mal, para que tengas un futuro y una esperanza (Jer. 29:11)”.
¡Cómo no adoptar un papel activo frente a estas cosas! Porque a todo reclamo ha de seguir una respuesta, ante todo gesto de generosidad ha de surgir el agradecimiento; ante toda incertidumbre y pesar, la apelación a Quien todo lo controla y lo puede… Ante Su vida dada en rescate por muchos, la nuestra como ofrenda de obediencia fruto de la salvación diaria y proyectada hacia la eternidad.
Grises, todos ellos, que nos hablan de un Dios que salva, de un Dios que ama y, más aún, nos ama sin reservas en un mundo de grises.
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